Viernes de la V Semana de Cuaresma. Lecturas


En la Hora Sexta


Is 45,11-17: Esto dice el Señor, el Santo de Israel, su artífice: “¿Me pediréis cuenta de lo que les ocurre a mis hijos? ¿Me daréis órdenes sobre la obra de mis manos? Yo hice la tierra y creé sobre ella al hombre, mis propias manos desplegaron el cielo, y doy órdenes a todo su ejército. Yo lo he suscitado en justicia y allano todos sus caminos: él reconstruirá mi ciudad y hará volver a mis cautivos | sin precio ni rescate” —dice el Señor todopoderoso—». Esto dice el Señor: «Los trabajadores de Egipto, los mercaderes de Etiopía, los esbeltos sabeos, pasarán a tu poder y te pertenecerán; marcharán detrás de ti, caminarán encadenados, se postrarán y te suplicarán: “Es verdad, Dios está entre vosotros y no hay otro, no hay más dioses. Es verdad: tú eres un Dios escondido, el Dios de Israel, el Salvador”». Se avergüenzan y se sonrojan todos por igual, se van avergonzados los fabricantes de ídolos; mientras el Señor salva a Israel con una salvación perpetua, para que no se avergüencen ni se sonrojen nunca jamás.


En Vísperas


Gén 22,1-18: Después de estos sucesos, Dios puso a prueba a Abrahán. Le dijo: «¡Abrahán!». Él respondió: «Aquí estoy». » Dios dijo: «Toma a tu hijo único, al que amas, a Isaac, y vete a la tierra de Moria y ofrécemelo allí en holocausto en uno de los montes que yo te indicaré». Abrahán madrugó, aparejó el asno y se llevó consigo a dos criados y a su hijo Isaac; cortó leña para el holocausto y se encaminó al lugar que le había indicado Dios. Al tercer día levantó Abrahán los ojos y divisó el sitio desde lejos. Abrahán dijo a sus criados: «Quedaos aquí con el asno; yo con el muchacho iré hasta allá para adorar, y después volveremos con vosotros». Abrahán tomó la leña para el holocausto, se la cargó a su hijo Isaac, y él llevaba el fuego y el cuchillo. Los dos caminaban juntos. Isaac dijo a Abrahán, su padre: «Padre». Él respondió: «Aquí estoy, hijo mío». El muchacho dijo: «Tenemos fuego y leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?». Abrahán contestó: «Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío». Y siguieron caminando juntos. Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña. Entonces Abrahán alargó la mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo. Pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo: «¡Abrahán, Abrahán!». Él contestó: «Aquí estoy». El ángel le ordenó: «No alargues la mano contra el muchacho ni le hagas nada. Ahora he comprobado que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, a tu único hijo». Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. Abrahán llamó aquel sitio «El Señor ve», por lo que se dice aún hoy «En el monte el Señor es visto». El ángel del Señor llamó a Abrahán por segunda vez desde el cielo y le dijo: «Juro por mí mismo, oráculo del Señor: por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo, tu hijo único, te colmaré de bendiciones y multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de sus enemigos. Todas las naciones de la tierra se bendecirán con tu descendencia, porque has escuchado mi voz». 


Prov 17,17-18,5: El amigo ama en todo tiempo, el hermano nace para el peligro. ¡Qué imprudente quien estrecha la mano, quien sale fiador de su compañero! Quien ama peleas ama el delito, quien agranda sus puertas invita al robo. Mente retorcida no encuentra dicha, lengua embustera cae en desgracia. Quien engendra un necio se acarrea su mal, el padre de un tonto no tendrá alegría. Corazón alegre favorece al cuerpo, ánimo deprimido seca los huesos. El malvado acepta sobornos a escondidas, con ánimo de torcer el curso de la justicia. El sensato pone su vista en la sabiduría, los ojos del necio se mueven sin rumbo. Hijo necio, dolor de su padre, fuente de amargura para su madre. No está bien multar al inocente, y menos azotar a los nobles. Quien habla poco demuestra sensatez, el ánimo sereno revela talento. Necio callado pasa por sabio, por inteligente quien no abre la boca. Quien quiere desunir busca pretextos, por todos los medios provoca peleas. Al necio no le gusta la prudencia, sino airear lo que lleva dentro. Cuando llega el impío, viene el desprecio, y con la ignominia llega el oprobio. Las palabras del hombre son agua profunda, torrente desbordado, fuente de sabiduría. No está bien favorecer al culpable ni declarar culpable al inocente.



Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española