01/05 - Jeremías el Profeta


Su nombre significa: «Yah es exaltado».


Jeremías debio nacer entre los años 650 y 645, por tanto, tendría unos 20 años cuando fue llamado al ministerio profético, acontecimiento que tuvo lugar el año 13° del reinado de Josías, rey de Judá (640-609), es decir, el 627/626 (Jr 1,2). El relato de misión (Jr 1,6) confirma que Jeremías era joven cuando oyó la llamada de Dios:


«Palabras de Jeremías, hijo de Jilquías, de los sacerdotes de Anatot, en la tierra de Benjamín, a quien fue dirigida la palabra de Yahveh en tiempo de Josías, hijo de Amón, rey de Judá, en el año trece de su reinado,[...] Yo dije: "¡Ah, Señor Yahveh! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho." Y me dijo Yahveh: No digas: "Soy un muchacho", pues adondequiera que yo te envíe irás, y todo lo que te mande dirás.» (Jr 1,1-2.6)


El niño Jeremías pertenece a una familia establecida en Anatot, una aldea situada a 6 km al nordeste de Jerusalén. Reside por tanto en el territorio de la tribu de Benjamín, tribu que se consideraba como ligada al Israel del Norte en la época de Jeremías; Anatot dependía, sin embargo, de la administración real de Jerusalén. De todas formas, antes que en Jerusalén, Jeremías tiene sus raíces proféticas en su territorio benjaminita. El Reino del Norte (es decir, Israel) había caído hacia ya casi un siglo, en el 721; ya sólo quedaba Judá, el Reino del Sur. Sin embargo, Jeremías, como posiblemente muchos otros hombres piadosos, aguardaba la reconstrucción de Israel, aguardaba la vuelta al antiguo esplendor. La primera predicación del profeta -que acusa la influencia del estilo de Oseas- se dirige, pues, hacia estas aspiraciones del Norte; está representada en los capítulos 2 a 6 y 30-31, y ocurre en los primeros años de su ministerio, a partir del 627.


En esos mismos años, con centro en el año 620, se realiza la importantísima Reforma de Josías, que conocemos por muchos aspectos, pero fundamentalmente porque su programa de purificación religiosa y política quedó expresado en el libro del Deuteronomio. Jeremías conoce la reforma de Josías, y está imbuido de su espíritu, está en consonancia con su programa de vuelta a la fidelidad de la Alianza. No es posible saber cuándo llegó Jeremías a Jerusalén, pero está claro que estaba allí ya cuando la reforma se ponía en marcha, e incluso tuvo dificultades con las autoridades religiosas por un discurso profético que pronunció ante el templo (capítulo 7), que representaba en ese momento para la conciencia común una garantía que ataba más a Yahvé con su pueblo, que al pueblo con Yahvé.


¿Era Jeremías sacerdote? El comienzo del libro indica claramente una flliación sacerdotal cuando presenta a Jeremías como «hijo de Jilquías, de los sacerdotes de Anatot» (Jr 1, 1) Salomón había asignado la residencia del sacerdote Abiatar en Anatot por haber apoyado el partido de Adonías (1Re 2,26-27 cf 1Re 1,7) Es una hipótesis aceptable suponer que se había conservado la memoria de esta ascendencia, y se observará que Anatot es una ciudad levítica segun Jos 21,18. Aunque por supuesto, que su padre fuera sacerdote, no indica que Jeremías le sucediera en sus funciones sacerdotales. ¿Afectó la reforma religiosa de Josías a estos sacerdotes de provincias? Aunque no puede probarse, quizás cuando Jeremías llegó a Jerusalén fue testigo de la negativa que opusieron los sacerdotes del templo jerosolimitano a dejar sitio a los sirvientes de los santuarios locales.


Jeremías no es un hombre de ciudad sino de campo, ha aprendido a observar a las gentes y las cosas. Su predicación denota ese contacto cotidiano con la vida de una aldea cuyos habitantes viven de la tierra, de ahí su afición a las comparaciones sacadas de la naturaleza y del curso de las estaciones: Jeremías observa el almendro -el «alertador» según el sentido de la palabra hebrea- el primer árbol que se cubre de flores para anunciar la primavera (Jr 1,11); conoce las costumbres de los pájaros, las de la perdiz (17,11), la cigüeña, la tórtola, la golondrina y la grulla (8,7); conoce el valor del agua para las personas, los animales y la tierra (14,3-6), y el cuidado que hay que tener con la cisterna para que no pierda agua (cf 2,13); ha visto plantar viñas con la esperanza de fruto que pone en ellas el labrador (2,21) Estas observaciones y otras que se pueden deducir de la lectura del libro revelan un temperamento meditativo ya que son las cosas mas sencillas las que le hablan de Dios y de su acción. Este hombre sencillo y delicado es al que Dios llama al ministerio profético. Siguiendo esta llamada Jeremías va poco a poco descubriendo que la palabra de Dios que se le ha encargado transmitir es objeto de burla para mucha gente (6,10), y que cada vez se le va haciendo más dura de llevar.


Tal como nos han dejado testimoniado otros profetas -como Elías-, también Jeremías atravesó una fuerte crisis de misión, una verdadera crisis vocacional en la que percibe claramente que a pesar de llevar consigo la Palabra de Yahvé, esa palabra, en esas circunstancias históricas concretas, son de juicio y perdición, son amargas, 15,15ss. Esta época coincide con lo que resulta la segunda etapa de su predicación, en tiempos del rey Joaquín, que retrocede en la tarea de reforma de su antecesor. Los capítulos de Jeremías 7 al 20 dan cuenta de este período. Los textos de esta sección están entretejidos de expresiones muy personales:


«Me has seducido, Yahveh, y me dejé seducir; me has agarrado y me has podido. He sido la irrisión cotidiana: todos me remedaban. Pues cada vez que hablo es para clamar: "¡Atropello!", y para gritar: "¡Expolio!". La palabra de Yahveh ha sido para mí oprobio y befa cotidiana. Yo decía: "No volveré a recordarlo, ni hablaré más en su Nombre." Pero había en mi corazón algo así como fuego ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo trabajada por ahogarlo, no podía.» (20,7-9)


Esta etapa culmina con el primer asedio a Jerusalén, en el 597. El cambio de rey un año antes, no ha cambiado la errada política de Judá. El profeta insta a no resistir a Babilonia, a no confiar en Egipto, pero la política del rey Sedecías es exactamente la opuesta. El profeta recurre, como había ya ocurrido en otros tiempos de la tradición profética, no sólo a la predicación verbal, sino al gesto profético, a la acción simbólica; por ejemplo, cap. 27. Toda la última etapa de su predicación, coincidente con el reinado de Sedecías. va mostrando cada vez más lo ineluctable del castigo que Yahvé traerá sobre Jerusalén, hasta que el profeta sea testigo de la caída de Jerusalén en el 587 y el inicio del cautiverio babilónico. Lo que sabemos de su destino posterior, que proviene del propio libro, es que en principio no marchó hacia Babilonia como desterrado, sino que permaneció en Judá, pero con el asesinato del legado babilónico, Godolías, quedó obligado a exiliarse en Egipto (caps. 40-43), donde ya su rastro se nos pierde.


Jeremías profetizó en total treinta años, desde 613 hasta 583 a.C.


Ya en epoca judía se ha visto en Jeremías el modelo del siervo sufriente del que hablan los oráculos de Isaías. Cuánto más en la predicación cristiana Jeremías ha sido visto él mismo -no sólo sus palabras- como una profecía de Cristo.


En cuanto al libro, es el resultado de un proceso editorial complejo, donde se mezclan dos recensiones distintas -la hebrea y la griega-, y no presenta los oráculos en orden cronológico. Ademas de la transcripción -siempre enriquecida con relecturas- de la predicación oral, que se le atribuye a su secretario Baruc, el libro contiene también oráculos reelaborados con posterioridad a la vida de profeta, así como fragmentos biográficos escritos por Baruc, o gente del entorno de la escuela del profeta. El libro de la profecía de Jeremías se divide en cincuenta y un capítulos, y su libro de las Lamentaciones en cinco; se le coloca el segundo entre los Profetas Mayores.


LECTURAS


2 Cor 11,5-21: Hermanos, yo no me creo en nada inferior a esos superapóstoles. En efecto, aunque en el hablar soy inculto, no lo soy en el saber; que en todo y en presencia de todos os lo hemos demostrado. ¿O hice mal en abajarme para elevaros a vosotros, anunciando de balde el Evangelio de Dios? Para estar a vuestro servicio tuve que despojar a otras comunidades, recibiendo de ellas un subsidio. Mientras estuve con vosotros, no me aproveché de nadie, aunque estuviera necesitado; los hermanos que llegaron de Macedonia atendieron a mi necesidad. Mi norma fue y seguirá siendo no seros gravoso en nada. Por la verdad de Cristo que hay en mí: nadie en toda Grecia me quitará esta satisfacción. ¿Por qué? ¿Porque no os quiero? Bien sabe Dios que no es así. Esto lo hago y lo seguiré haciendo para cortar de raíz todo pretexto a quienes lo buscan para gloriarse de ser tanto como nosotros. Esos tales son falsos apóstoles, obreros tramposos, disfrazados de apóstoles de Cristo; y no hay por qué extrañarse, pues el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz. Siendo esto así, no es mucho que también sus ministros se disfracen de ministros de la justicia. Pero su final corresponderá a sus obras. Vuelvo a decirlo: que nadie me tenga por insensato; y si no, aceptadme aunque sea como insensato, para que pueda gloriarme un poquito yo también. Dado que voy a gloriarme, lo que diga no lo digo en el Señor, sino como quien disparata. Puesto que muchos se glorían de títulos humanos, también yo voy a gloriarme. Pues vosotros, que sois sensatos, soportáis con gusto a los insensatos: si uno os esclaviza, si os explota, si os roba, si es arrogante, si os insulta, lo soportáis. Lo digo para vergüenza vuestra: ¡Cómo hemos sido nosotros tan débiles!


Lc 4,22-30: En aquel tiempo, todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es este el hijo de José?». Pero Jesús les dijo: «Sin duda me diréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”, haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún». Y añadió: «En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio». Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.



Fuente: goarch.org / eltestigofiel.org / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

Traducción del inglés y adaptación propias

Lunes de la III Semana de Pascua. Lecturas


Hch 6,8-15;7,1-5;47-60: En aquellos días, Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo. Unos cuantos de la sinagoga llamada de los libertos, oriundos de Cirene, Alejandría, Cilicia y Asia, se pusieron a discutir con Esteban; pero no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba. Entonces indujeron a unos que asegurasen: «Le hemos oído palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios». Alborotaron al pueblo, a los ancianos y a los escribas, y, viniendo de improviso, lo agarraron y lo condujeron al Sanedrín, presentando testigos falsos que decían: «Este individuo no para de hablar contra el Lugar Santo y la Ley, pues le hemos oído decir que ese Jesús el Nazareno destruirá este lugar y cambiará las tradiciones que nos dio Moisés». Todos los que estaban sentados en el Sanedrín fijaron su mirada en él y su rostro les pareció el de un ángel. Dijo el sumo sacerdote: «¿Es esto así?». Él respondió: «Hermanos y padres, escuchad. El Dios de la gloria se apareció a nuestro padre Abrahán cuando estaba en Mesopotamia, antes de establecerse en Jarán, y le dijo: Sal de tu tierra y de tu parentela y vete a la tierra que te mostraré. Entonces, saliendo de la tierra de los caldeos, se instaló en Jarán; después de la muerte de su padre, le hizo trasladar su morada de allí a esta tierra que vosotros habitáis ahora. No le dio herencia en ella, ni siquiera lo que pisa un pie, pero prometió dársela en posesión a él y a su descendencia después de él, cuando aún no tenía un hijo. Pero fue Salomón el que le construyó la casa, aunque el Altísimo no habita en edificios construidos por manos humanas, como dice el profeta: Mi trono es el cielo; la tierra, el estrado de mis pies. ¿Qué casa me vais a construir —dice el Señor—, o qué lugar para que descanse? ¿No ha hecho mi mano todo esto? ¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros siempre resistís al Espíritu Santo, lo mismo que vuestros padres. ¿Hubo un profeta que vuestros padres no persiguieran? Ellos mataron a los que anunciaban la venida del Justo, y ahora vosotros lo habéis traicionado y asesinado; recibisteis la ley por mediación de ángeles y no la habéis observado». Oyendo sus palabras se recomían en sus corazones y rechinaban los dientes de rabia. Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijando la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo: «Veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios». Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos dejaron sus capas a los pies de un joven llamado Saulo y se pusieron a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu». Luego, cayendo de rodillas y clamando con voz potente, dijo: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado». Y, con estas palabras, murió.


Jn 4,46-54: En aquel tiempo, fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose. Jesús le dijo: «Si no veis signos y prodigios, no creéis». El funcionario insiste: «Señor, baja antes de que se muera mi niño». Jesús le contesta: «Anda, tu hijo vive». El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron: «Ayer a la hora séptima lo dejó la fiebre». El padre cayó en la cuenta de que esa era la hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive». Y creyó él con toda su familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea.



Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

30/04 - Santiago Apóstol (el Mayor), hijo de Zebedeo, Patrón de España


El apóstol Santiago, primer apóstol martir, viajó desde Jerusalén hasta Cádiz (España). Sus predicaciones no fueron bien recibidas, por lo que se trasladó posteriormente a Zaragoza. Aquí se convirtieron muchos habitantes de la zona. Estuvo predicando también en Granada, ciudad en la que fue hecho prisionero junto con todos sus discípulos y convertidos. Santiago llamó en su ayuda a la Virgen María, que entonces vivía aún en Jerusalén, rogándole lo ayudase. La Virgen le concedió el favor de liberarlo y le pidió que se trasladara a Galicia a predicar la fe, y que luego volviese a Zaragoza.



Santiago cumplió su misión en Galicia y regresó a Zaragoza, donde corrió muchos peligros. Una noche, el apóstol estuvo rezando intensamente con algunos discípulos junto al río Ebro, cerca de los muros de la ciudad, pidiendo luz para saber si debía quedarse o huir. Él pensaba en María Santísima y le pedía que rogara con él para pedir consejo y ayuda a su divino Hijo Jesús, que nada podía entonces negarle. De pronto, se vio venir un resplandor del cielo sobre el apóstol y aparecieron sobre él los ángeles que entonaban un canto muy armonioso mientras traían una columna de luz, cuyo pie, en medio de un rayo luminoso, señalaba un lugar, a pocos pasos del apóstol, como indicando un sitio determinado.



Sobre la columna, se le apareció la Virgen María. Santiago se levantó del lugar donde estaba rezando de rodillas, y recibió internamente el aviso de María de que debía erigir de inmediato una iglesia allí; que la intercesión de María debía crecer como una raíz y expandirse. María le indicó que, una vez terminada la iglesia, debía volver a Jerusalén. Santiago se levantó, llamó a los discípulos que lo acompañaban, que habían oído la música y visto el resplandor; les narró lo demás, y presenciaron luego todos cómo se iba desvaneciendo el resplandor de la aparición. En el lugar de la aparición, se levantó lo que hoy es la Basílica de Nuestra Señora del Pilar, un lugar de peregrinación famoso en el mundo entero que no fue destruido en la guerra civil española (1936-1939), puesto que las bombas que se lanzaron no explotaron, pudiéndose hoy en día verse expuestas en el interior de la Basílica.



Santiago partió de España, para trasladarse a Jerusalén, como María le había ordenado. María le predijo la proximidad de su muerte en Jerusalén, y lo consoló y lo confortó en gran manera. Santiago se despidió de María y de su hermano Juan, y se dirigió a Jerusalén, donde al poco tiempo fue hecho prisionero.



Fue llevado al monte Calvario, fuera de la ciudad. Durante el recorrido, estuvo predicando y aún fue capaz de convertir a algunas personas. Cuando le ataron las manos, dijo: "Vosotros podéis atar mis manos, pero no mi bendición y mi lengua". Un tullido que se encontraba a la vera del camino, clamó al apóstol que le diera la mano y lo sanase. El apóstol le contestó: "Ven tú hacia mí y dame tu mano". El tullido fue hacia Santiago, tocó las manos atadas del apóstol e inmediatamente sanó.



Josías, la persona que había entregado a Santiago, fue corriendo hacia él para implorar su perdón. Este hombre se convirtió a Cristo. Santiago le preguntó si deseaba ser bautizado. Él dijo que sí, por lo que el apóstol lo abrazó y le dijo: "Tú serás bautizado en tu propia sangre". Y así se cumplió más adelante, siendo Josías asesinado posteriormente por su fe.

En otro tramo del recorrido, una mujer se acercó a Santiago con su hijo ciego para alcanzar de él la curación para su hijo, obteniéndola de inmediato.


Una vez llegado al Monte Calvario, el mismo lugar donde años antes fue crucificado nuestro Señor, Santiago fue atado a unas piedras. Le vendaron los ojos y le decapitaron.

El cuerpo de Santiago estuvo un tiempo en las cercanías de Jerusalén. Cuando se desencadenó una nueva persecución, lo llevaron a Galicia (España) algunos discípulos.

En siglos posteriores y hasta el momento actual, numerosos fieles, principalmente de Europa, recorren parcialmente el "Camino de Santiago" que les conduce a la tumba del Santo, con el fin de pedir perdón por sus pecados.

LECTURAS

Hch 12,1-11: Por aquel tiempo, el rey Herodes decidió arrestar a algunos miembros de la Iglesia para maltratarlos. Hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan. Al ver que esto agradaba a los judíos, decidió detener también a Pedro. Eran los días de los Ácimos. Después de prenderlo, lo metió en la cárcel, entregándolo a la custodia de cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno; tenía intención de presentarlo al pueblo pasadas las fiestas de Pascua. Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él. Cuando Herodes iba a conducirlo al tribunal, aquella misma noche, estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con cadenas. Los centinelas hacían guardia a la puerta de la cárcel. De repente, se presentó el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocando a Pedro en el costado, lo despertó y le dijo: «Date prisa, levántate». Las cadenas se le cayeron de las manos, y el ángel añadió: «Ponte el cinturón y las sandalias». Así lo hizo, y el ángel le dijo: «Envuélvete en el manto y sígueme». Salió y lo seguía, sin acabar de creerse que era realidad lo que hacía el ángel, pues se figuraba que estaba viendo una visión. Después de atravesar la primera y la segunda guardia, llegaron al portón de hierro que daba a la ciudad, que se abrió solo ante ellos. Salieron y anduvieron una calle y de pronto se marchó el ángel. Pedro volvió en sí y dijo: «Ahora sé realmente que el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de toda la expectación del pueblo de los judíos».


Lc 9,1-6: En aquel tiempo, habiendo convocado Jesús a los Doce, les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades. Luego los envió a proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos, diciéndoles: «No llevéis nada para el camino: ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco tengáis dos túnicas cada uno. Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si algunos no os reciben, al salir de aquel pueblo sacudíos el polvo de vuestros pies, como testimonio contra ellos». Se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando la Buena Noticia y curando en todas partes.



Fuente: juntosconcristo.blogspot.com / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

Domingo de las Miróforas


En este día conmemoramos a las Santas Mujeres Miróforas: Santas María Magdalena (22 de julio), María esposa de Cleofás, Juana (27 de junio), Salomé, madre de los hijos de Zebedeo (3 de agosto), Marta y María, hermanas de Lázaro (4 de junio). También recordamos a San José de Arimatea (31 de julio), y Nicodemo.


La Santa Reina Tamara de Georgia es conmemorada dos veces al año: el 1 de mayo, el día de su descanso, y también el domingo de las Mujeres Miróforas.


Los Evangelistas mencionan que entre los presentes a la cruz estaban la madre del apóstol Jacobo y Salomé y las otras mujeres que seguían a Cristo desde Galilea y todos mencionan a María Magdalena primero. San Juan adicionalmente incluye a María la Madre de Dios, nombrándola a ella y a María Cleofás.


Según las costumbres judías, estas mujeres pasaron el siguiente día después de la sepultura de Cristo en descanso por ser el sábado, día de descanso, cual también coincidía con la fiesta de Pascua Judía. Las mujeres entonces recogieron las especies aromáticas para llevarlas a la tumba del Señor al amanecer del domingo y ungir su cuerpo como era la costumbre de los Judíos.


Es necesario mencionar que las mujeres se marcharon cada una a sus viviendas el Viernes en la noche y salieron de sus casas solas en la madrugada del siguiente día para ir a la sepultura de Cristo, ellas no tenían posibilidades de haberse reunido el Sábado, ellas llegaron a un acuerdo de asistir a la tumba temprano en la madrugada del primer día de la semana.


El Evangelista Mateo escribe que las mujeres llegaron en la madrugada, o como el Evangelista Marcos recuenta que llegaron al sitio donde estaba el cuerpo de Cristo antes de la salida del sol. El Evangelista Juan aclara que María Magdalena vino al sepulto cuando estaba todavía oscuro, espero impacientemente que la noche se terminara, pero no había salido el sol todavía. Ella corrió al lugar donde el Señor estaba sepultado.


Después de haber visto al Señor resucitado, María se recupero y corrió hacia donde estaban los apóstoles para complacer la voluntad del Señor mandándola a predicar. Cuando llego a la casa de los apóstoles, ellos se encontraban tristes y María les proclamo sus buenas noticias "¡He visto al Señor!". Esta fue la primera vez que se predico en el mundo La Resurrección.


Los apóstoles llevaron las buenas noticias al mundo, pero María fue la que lo proclamó por primera vez a los apóstoles.


LECTURAS


Hch 6,1-7: En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, porque en el servicio diario no se atendía a sus viudas. Los Doce, convocando a la asamblea de los discípulos, dijeron: «No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos del servicio de las mesas. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea: nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la palabra». La propuesta les pareció bien a todos y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo; a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Se los presentaron a los apóstoles y ellos les impusieron las manos orando. La palabra de Dios iba creciendo y en Jerusalén se multiplicaba el número de discípulos; incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe.


Mc 15,43-47;16,1-8: En aquel tiempo, vino José de Arimatea, miembro noble del Sanedrín, que también aguardaba el reino de Dios; se presentó decidido ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se extrañó de que hubiera muerto ya; y, llamando al centurión, le preguntó si hacía mucho tiempo que había muerto. Informado por el centurión, concedió el cadáver a José. Este compró una sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro, excavado en una roca, y rodó una piedra a la entrada del sepulcro. María Magdalena y María, la madre de Joset, observaban dónde lo ponían. Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?». Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y quedaron aterradas. Él les dijo: «No tengáis miedo. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? Ha resucitado. No está aquí. Mirad el sitio donde lo pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro: “Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo”». Ellas salieron huyendo del sepulcro, pues estaban temblando y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, del miedo que tenían.



Fuente: catecismoortodoxo.blogspot.com / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

29/04 - Jasón y Sosípatro los Apóstoles de los 70 y sus Compañeros


Unos 65 kilómetros de largo y unos 32 de ancho, la isla griega de Corfú brilla como una joya de color turquesa bajo las aguas centelleantes del Mar Jónico. Fue en este idílico paisaje, sólo algunas décadas luego de la muerte y resurrección de Jesús, donde uno de sus primeros obispos soportaría inmensas torturas bajo un déspota romano que quería destruir su fe. Sin embargo, al final, las luchas heroicas del Santo Apóstol Jasón formarían parte de un capítulo triunfante en la historia primitiva de la Santa Iglesia.


Jasón se había convertido al Santo Evangelio gracias a San Pablo, de quien era un pariente lejano. Cuando el Gran Apóstol vio cuan dedicado era predicando la Buena Nueva de Jesús a las multitudes, se mostró complacido al saber que Jasón había accedido a ser parte de Los Setenta –este numeroso grupo de Discípulos, reclutados por los Doce Originales a quienes se les encargó llevar el mensaje de salvación en Jesucristo a todo el mundo conocido.


El Santo Apóstol Jasón había nacido y sido educado en la ciudad de Tarso, localizada en la Provincia de Cilicia (hoy en día parte de la moderna Turquía). Habiendo sido bautizado por San Pablo durante uno de sus muchos viajes, Jasón probaría ser un discípulo extremadamente efectivo, quien frecuentemente sanaba a los enfermos y realizaba otros milagros, al mismo tiempo que atraía muchas conversiones para el Santo Evangelio. Por un buen número de años sirvió como obispo en su región de Tarso.


Como un miembro carismático y ampliamente reconocido de Los Setenta, Jasón era bastante conocido en el mundo Cristiano de su época. Pablo lo menciona en un pasaje clave en su Epístola a los Romanos (16, 21), en el que les dice a la comunidad Cristiana en la Ciudad Eterna:


Os saluda (...) Jasón y Sosípatro, mis parientes.


Luego de muchos años de servicio episcopal sirviendo con piedad y diligencia se le pidió a Jasón que llevara su mensaje algunas millas hacia el oeste... a una bellísima isla del Mar Iónico que era un hervidero de paganos adoradores de ídolos quienes estaban envueltos en las formas más egregias de religión falsa. Estos idólatras confundidos veneraban deidades hechas de oro y plata con piedras preciosas.


El se dirigió voluntariamente hacia este reino complicado cuya violencia resultaba solamente comparable con la belleza de su geografía. Al principio, mientras predicaba la palabra de Dios y construía la iglesia principal dedicada a Esteban, el Protomártir, las cosas parecían ir bastante bien. Pero muy pronto un grupo de paganos que odiaban al Cristianismo y que habían odiado la manera en la que Jasón había conseguido muchas conversiones en su isla se dirigieron hacia el Emperador Romano gobernante difamándolo injustamente.


Tal como sucedía habitualmente el Emperador creyó todas la maldades que le dijeron acerca del clérigo e inmediatamente envió una orden al Gobernador Provincial para que lo encarcelase hasta que renunciara a esa fe inaceptable. Para hacer del castigo aún más desagradable Jasón fue encerrado junto a siete notorios bandidos con la esperanza de que lo maltratasen sólo por diversión.


Los siete criminales –Saturno, Jacisol, Fausto, Genaro, Marcelo, Eutracio y Mamés– eran famosos a lo largo del reino de Jonia por su falsedad, rapacería y crueldad. Sin embargo, de manera sorprendente, ellos se convirtieron muy pronto a la Buena Nueva de Jesús gracias a este alegre apóstol, quien sin lugar a dudas les recordó el hecho de que el Salvador había sido crucificado junto a dos ladrones de toda la vida.


Cuando el Emperador escuchó acerca de la conversión de estos siete criminales estalló de rabia y ordenó inmediatamente que sean hervidos en un recipiente gigante lleno de brea hirviente. 


A pesar de su suerte las víctimas se dirigieron hacia su muerte con un espíritu alegre... impresionando tanto a su carcelero... quien se convirtió a la fe en ese mismo instante. (Su castigo fue rápido: le cortaron una mano con la espada, luego los pies, y finalmente fue decapitado.)


El Emperador estuvo junto a él. Determinado a quebrar la voluntad de este rebelde lo asignó bajo la custodia de un príncipe muy cruel llamado Cipriano, quien era un experto en crear nuevas formas brutales de tortura. Pero el Emperador muy pronto se encontró con otra desagradable sorpresa: Su propia hija Kyrkyra, habiendo presenciado algunos de los sufrimientos de Jasón, había declarado ser Cristiana producto de la empatía de sus tribulaciones.


El vencido Emperador estaba perdiendo su paciencia. Enojado, más allá del auto dominio, encarceló a su hija y ordenó que sea desflorada (violada) por un fornicador famoso llamado Myrin. No mucho tiempo después el malhechor colocó un inmenso y feroz oso en la celda de la doncella. Pero aparentemente, antes de ser destrozada hasta morir, la fiel Kyrkyra le había rezado a Jesús pidiéndole por su ayuda. Cuando el oso apareció completamente domesticado el villano se convirtió y unió sus voces a las de la doncella cantando alabanzas a Dios


Para este instante, completamente fuera de sus casillas, el tirano ordenó a sus hombres que incendien la prisión –pero cuando la piadosa Kyrkyra emergió completamente ilesa de entre las llamas rugientes muchísimos más ciudadanos se convirtieron. Finalmente, el trastornado padre, hizo que le disparasen flechas a su hija, con lo que ella se unió alegremente a las filas de los Bienaventurados Mártires.


A lo largo de todos estos sorprendentes milagros (y muchos más que se dieron lugar en los años posteriores), el Santo Apóstol Jasón nunca perdió su fe en Jesucristo, el Hijo de Dios. Cuando murió de anciano, alrededor del año 110 –aún viviendo en la bella isla Griega en medio del Mar Iónico sus habitantes ya se habían convertido - prácticamente en su totalidad- al Santo Evangelio. Jasón falleció con una oración de gratitud en sus labios.


De la vida de este Santo Obispo e ilustre miembro de Los Setenta aprendemos que la verdadera fe algunas veces requiere de nosotros el creer en la realidad de acontecimientos que parecen desafiar a los cotidianos. Jasón confiaba en su corazón más que en la simple lógica. El confiaba en Dios antes que en cualquier cosa y su fe fue recompensada miles de veces durante su exitosa y larga vida.


LECTURAS


1 Cor 4,9-16: Hermanos, a nosotros, los apóstoles, Dios nos coloca los últimos; como condenados a muerte, dados en espectáculo público para ángeles y hombres. Nosotros unos locos por Cristo, vosotros, sensatos en Cristo; nosotros débiles, vosotros fuertes; vosotros célebres, nosotros despreciados; hasta ahora pasamos hambre y sed y falta de ropa; recibimos bofetadas, no tenemos domicilio, nos agotamos trabajando con nuestras propias manos; nos insultan y les deseamos bendiciones; nos persiguen y aguantamos; nos calumnian y respondemos con buenos modos; nos tratan como a la basura del mundo, el desecho de la humanidad; y así hasta el día de hoy. No os escribo esto para avergonzaros, sino para amonestaros. Porque os quiero como a hijos; ahora que estáis en Cristo tendréis mil tutores, pero padres no tenéis muchos; por medio del Evangelio soy yo quien os ha engendrado para Cristo Jesús. Así pues, os ruego que seáis imitadores míos.



Fuente: laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

Sábado de la II Semana de Pascua. Lecturas


Hch 5,21-32: En aquellos días, los apóstoles entraron en el templo al amanecer y se pusieron a enseñar. Llegó entre tanto el sumo sacerdote con todos los suyos, convocaron el Sanedrín y el pleno de los ancianos de los hijos de Israel, y mandaron a la prisión para que los trajesen. Fueron los guardias, no los encontraron en la cárcel, y volvieron a informar, diciendo: «Hemos encontrado la prisión cerrada con toda seguridad, y a los centinelas en pie a las puertas; pero, al abrir, no encontramos a nadie dentro». Al oír estas palabras, ni el jefe de la guardia del templo ni los sumos sacerdotes atinaban a explicarse qué había pasado. Uno se presentó, avisando: «Mirad, los hombres que metisteis en la cárcel están en el templo, enseñando al pueblo». Entonces el jefe salió con los guardias y se los trajo, sin emplear la fuerza, por miedo a que el pueblo los apedrease. Una vez conducidos, les hicieron comparecer ante el Sanedrín y el sumo sacerdote los interrogó, diciendo: «¿No os habíamos ordenado formalmente no enseñar en ese Nombre? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre». Pedro y los apóstoles replicaron: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. Dios lo ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que lo obedecen».


Jn 6,14-27: En aquel tiempo, al ver la gente el signo que Jesús había hecho, decía: «Este es verdaderamente el Profeta que va a venir al mundo». Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo. Al oscurecer, los discípulos de Jesús bajaron al mar, embarcaron y empezaron la travesía hacia Cafarnaún. Era ya noche cerrada, y todavía Jesús no los había alcanzado; soplaba un viento fuerte, y el lago se iba encrespando. Habían remado unos veinticinco o treinta estadios, cuando vieron a Jesús que se acercaba a la barca, caminando sobre el mar, y se asustaron. Pero él les dijo: «Soy yo, no temáis». Querían recogerlo a bordo, pero la barca tocó tierra en seguida, en el sitio a donde iban. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar notó que allí no había habido más que una barca y que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos. Entretanto, unas barcas de Tiberíades llegaron cerca del sitio donde habían comido el pan después que el Señor había dado gracias. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?». Jesús les contestó: «En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios».



Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

28/04 - Los Santos Nueve Mártires de Cízico


Los nueve Santos Mártires en Cícico, antigua ciudad griega fundada como colonia de Mileto alrededor del año 757 a.C. (actualmente se conoce como Bal-Kiz, en Balkiz Serai, en Turquía), se llamaban Teognis, Rufo, Antípatro, Teostico, Artemas, Magno, Teodoto, Taumasio y Filemón.


Aunque procedían de diversos lugares, fueron arrestados todos juntos en Cícico durante el período de la persecusión. Cuando fueron llevados frente al gobernador del lugar, mostraron una gran valentía y defendieron con audacia y valor su fe. Por esta razón, y para hacer que se arrepintiesen, los encarcelaron. Allí, sin pan ni agua, rezaban y alababan al Señor, que los hizo dignos de sufrir por Él, y se animaban y se daban fuerzas entre ellos.


Cuando el gobernador les preguntó por última vez si todavía seguían creyendo en Cristo, todos a una le respondieron que preferían el martirio a negar al Creador y Salvador del mundo. Lleno de ira, el gobernador ordenó enseguida su decapitación, regalándoles así la gloria celestial.


Veneración


En el año 324, después de que las persecuciones contra los cristianos terminaran bajo el gobierno de Constantino el Grande, los cristianos de Cícico sacaron los cuerpos incorruptos de los mártires de sus tumbas y los colocaron en una iglesia construida en su honor. En la iglesia ocurrieron muchos milagros ante las reliquias sagradas de los mártires: fueron sanados enfermos y trastornados mentales volvieron a sus cabales. A través de la intercesión de los santos mártires de Cícico, la fe de Cristo creció dentro de la ciudad y muchos paganos se convirtieron al cristianismo.


Durante el reinado de Juliano el Apóstata, de 361 a 363, los paganos de Cícico se quejaron de que los cristianos estaban destruyendo templos paganos. Respondiendo a las quejas, Juliano ordenó la reconstrucción de los templos paganos y el encarcelamiento del obispo Eleusio. Cuando el gobierno de Juliano terminó rápidamente tras su muerte, el obispo Eleusio pronto fue liberado y, dirigido por el recuerdo de los nueve santos mártires, la luz de la fe cristiana brilló de nuevo.


En Rusia, en 1678, no lejos de la ciudad de Kazán, el metropolitano Adrián, recordando el sufrimiento de los nueve mártires de Cícico y creyendo que la abundancia de gracia de estos santos disiparía los sufrimientos de la gente de Kazán de la enfermedad que asediaba la ciudad, propuso construir una iglesia en honor a los Nueve Mártires de Cícico. En 1691, el Metropolitano Adrián aprobó el establecimiento de un monasterio alrededor de la iglesia. El Monasterio de los Mártires de Cícico fue construido por el hierodiácono Esteban, que había traído consigo parte de las reliquias de los santos de Palestina.


San Demetrio de Rostov, que compuso el oficio a los Nueve Mártires, escribe: "A través de la intercesión de estos santos, se dio abundante gracia para disipar las fiebres y las enfermedades temblorosas". San Demetrio también describió los sufrimientos de los santos mártires y escribió un sermón para su fiesta.



Fuente: goarch.org / laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com

Traducción del inglés y adaptación propias

Viernes de la II Semana de Pascua. Lecturas


Hch 5,1-11: En aquellos días, un hombre llamado Ananías, de acuerdo con Safira, su mujer, vendió una propiedad y se quedó con una parte del precio, sabiéndolo su mujer; después llevó el resto y lo puso a los pies de los apóstoles. Pero Pedro le dijo: «Ananías, ¿cómo es que Satanás se ha adueñado de tu corazón para que mientas al Espíritu Santo y retengas parte del precio de la propiedad? ¿Es que no la podías retener cuando la tenías? Y, una vez vendida, ¿no eras dueño legítimo del precio? ¿Por qué has puesto en tu corazón esta decisión? No has engañado a hombres, sino a Dios». Al oír Ananías estas palabras, se desplomó y expiró. Y se extendió un gran temor entre todos los que lo oían contar. Aparecieron unos jóvenes que lo envolvieron en lienzos y lo llevaron a enterrar. Aconteció unas tres horas más tarde que entró su mujer sin saber lo que había sucedido, y Pedro le preguntó: «Dime si habéis vendido la propiedad por tanto». Ella respondió: «Sí, por tanto». Entonces Pedro le dijo: «¿Por qué os habéis puesto de acuerdo para tentar al Espíritu del Señor? Mira, los pies de los que acaban de enterrar a tu marido están a la puerta y también te van a llevar a ti». Enseguida se desplomó a sus pies y expiró. Los jóvenes entraron, la encontraron muerta y la llevaron a enterrar junto a su marido. Y se extendió un gran temor en toda la Iglesia y entre todos los que lo oían contar.


Jn 5,30-47;6,1-2: Dijo el Señor a los judíos que habían acudido a él: «Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es verdadero. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es verdadero el testimonio que da de mí. Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio en favor de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz. Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido llevar a cabo, esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su rostro, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no lo creéis. Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros. Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ese sí lo recibiréis. ¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?». Después de esto, Jesús se marchó a la otra parte del mar de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos.



Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

27/04 - El Santo Hieromártir Simón el Adelfoteo (Hermano de Dios)


En el Nuevo Testamento se nombra, con completa naturalidad, cierto conjunto de «hermanos y parientes» del Señor. Ya vemos cómo, en Mateo 13, la gente de su pueblo los conoce, o cómo en Marcos 3 Jesús opone el parentesco aparente de la carne, al auténtico de la fe; los vemos en Hechos 1 reunidos con los Apóstoles en oración y comunión, y presumiblemente, recibiendo también el Espíritu, e incluso conocemos un hermano muy prominente en la primera Iglesia -tanto que la tradición posterior no se resistió a confundirlo con un apóstol-: Santiago, el hermano del Señor, jefe de la Iglesia de Jerusalén. La mención de estos parientes era tan natural a quienes habían convivido con Jesús, que muy poco se ocuparon de dejar en claro qué posición ocupaban en la genealogía de Jesús, y sólo de unos pocos, apenas cuatro, nos dejaron su nombre: Santiago, José, Simeón y Judas (Mt 13,55). ¿Se trata de hermanos carnales? Podrían serlo, a través de un primer matrimonio de José; ¿se trata de primos hermanos? es verdad que la palabra griega que se usa (adelphós) quiere decir claramente "hermanos", pero podría estar traduciendo el concepto arameo de «'ajá», que significa «hermano», pero de tal manera que puede abarcar con naturalidad también a los primos.


Sea como sea la explicación, uno de los parientes del Señor que conocemos es este Simeón, «segundo obispo de Jerusalén (tras Santiago) y hermano del Señor», el santo que hoy conmemoramos. Este detalle no viene en Hechos de los Apóstoles, pero nos llega por medio de la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea, quien en III,11 dice: «Tras el martirio de Santiago y la inmediata toma de Jerusalén, cuenta la tradición que, viniendo de diversos sitios, se reunieron en un mismo lugar los apóstoles y los discípulos del Señor que todavía se hallaban con vida, y juntos con ellos también los que eran de la familia del Señor según la carne (pues muchos aún estaban vivos). Todos ellos deliberaron acerca de quién había de ser juzgado digno de la sucesión de Santiago, y por unanimidad todos pensaron que Simeón, el hijo de Cleofás (también llamado Algeo, a quien también menciona el texto del Evangelio), merecía el trono de aquella región, por ser, según se dice, primo del Salvador, pues Hegesipo cuenta que Cleofás era hermano de José.»


Nacido en Palestina algunos años antes del nacimiento de Cristo, Simeón era un piadoso e inteligente joven que se sintió atraído hacia Jesús luego de haber presenciado algunos de Sus extraordinarios milagros. Sorprendido por la experiencia de observar al Salvador devolverles la visión a los ciegos y curar de fiebres mortales a niños pequeños, muy pronto este creyente empezó a acompañar a los Doce Apóstoles Originales en sus expediciones misioneras alrededor de Tierra Santa.


Por muchos años el bondadoso y gentil San Simeón había deambulado por la región de Judea en Palestina, predicando el Santo Evangelio y realizando muchos milagros. Sanó a enfermos y en más de una ocasión expulsó demonios. Pero también se distinguió por su oposición a la idolatría dondequiera que se encontraba. Una y otra vez arriesgó su vida entre los enojados paganos que se enfurecían cuando él les decía de manera directa que sus ídolos eran pura ilusión y que sólo había un Unico y Verdadero Dios en el universo: el Padre de Jesucristo, el Redentor Santo.


San Simeón viajó una y otra vez a lo largo de Palestina visitando las ciudades y pueblos desde Cesarea -en la costa de la gran capital de Jerusalén- predicando sin cansarse en su defensa del Santo Evangelio. San Simeón fue un prelado sabio y juicioso, y, mientras servía como Obispo de Jerusalén guiaría a su rebaño de manera eficaz durante muchos años.


Según Hegesipo, asioso por eliminar hasta al último de los descendientes de la familia del Rey David, Trajano intentaba asesinar a cualquiera que estuviera emparentado sanguíneamente con la dinastía judía. Para ese entonces el anciano Obispo tenía un poco más de 100 años y había estado sirviendo como sabio gobernador de la Ciudad Santa por mucho tiempo. Pero su elevado rango como noble judío como obispo cristiano no significó nada para los romanos, quienes trataron a Simeón y a sus seguidores como simples provincianos. Bajo el Gobernador Ático, quien recibía sus órdenes directamente de Roma, Simeón fue arrestado rápidamente y acusado y sometido a una tortura brutal. Cuando se negó a aceptar su culpabilidad sobre los cargos falsos y se rehusó a negar a Jesucristo, fue sometido sin demora a terribles torturas. Su martirio tuvo lugar en el año 107 de Nuestro Señor, con 120 años, según los historiadores de la Iglesia, y en los últimos momentos de su vida invocó al Dios Todopoderoso para que perdonase a quienes lo torturaban y estaban a punto de asesinarlo. Luego de soportar una larga agonía, el Santo Obispo obtuvo el martirio. Pero no se quejó durante sus últimas horas, y más bien parecía alegrarse de que se le hubiese permitido terminar su vida de esa manera. En los anales de los Setenta –la segunda oleada de Discípulos de Cristo, que pasarían muchos años predicando en Tierra Santa y más allá y pagando a menudo con sus propias vidas-, San Simeón ocupa un lugar especial: como trabajador por muchos años en la Viña del Señor Jesús.


De todo esto concluye Eusebio: «Calculando un poco se puede decir que Simón vio y oyó en persona al Señor, tomando como prueba su larga edad y la referencia, en los Evangelios, a María de Cleofás, el cual, como ya mostramos, era su padre.» (III,32).



Fuente: GOARCH / eltestigofiel.org / laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com

Traducción del inglés y adaptación propias