Se ignoran los nombres de estos mártires, pero según la tradición, en el reinado de Sapor II de Persia, más de cien cristianos fueron martirizados el mismo día, en Seleucia de Ctesifonte. Entre ellos, había nueve vírgenes consagradas a Dios; el resto eran sacerdotes, diáconos y monjes.
Como todos se negaron a adorar al fuego, fueron encarcelados durante seis meses en sucias prisiones.
Una rica y piadosa mujer, llamada Yaznadocta les ayudó, enviándoles alimentos. A lo que parece, Yaznadocta se las arregló para averiguar la fecha en que los mártires iban a ser juzgados. La víspera, organizó un banquete en su honor, fue a visitarles en la prisión y regaló a cada uno un vestido de fiesta. A la mañana siguiente, volvió muy temprano y les anunció que iban a comparecer ante el juez y que aún tenían tiempo de implorar la gracia de Dios para tener el valor de dar su sangre por tan gloriosa causa. Yaznadocta añadió: «En cuanto a mí, os ruego que pidáis a Dios que tenga yo la dicha de volver a encontraros ante su trono celestial». El juez prometió nuevamente la libertad a los mártires, con tal de que adorasen al fuego, pero ellos respondieron que los vestidos de fiestas que llevaban eran la mejor prueba de que estaban dispuestos a dar la vida por su Maestro. El juez les condenó a ser decapitados. Esa misma noche, Yaznadocta consiguió recuperar los cadáveres y los quemó para evitar que fuesen profanados.
El ciclo de las actas de los mártires al que pertenece este relato es el llamado «de Adiabene».
Fuente: hagiopedia.blogspot.com / aciprensa.com