En el Nuevo Testamento se nombra, con completa naturalidad, cierto conjunto de «hermanos y parientes» del Señor. Ya vemos cómo, en Mateo 13, la gente de su pueblo los conoce, o cómo en Marcos 3 Jesús opone el parentesco aparente de la carne, al auténtico de la fe; los vemos en Hechos 1 reunidos con los Apóstoles en oración y comunión, y presumiblemente, recibiendo también el Espíritu, e incluso conocemos un hermano muy prominente en la primera Iglesia -tanto que la tradición posterior no se resistió a confundirlo con un apóstol-: Santiago, el hermano del Señor, jefe de la Iglesia de Jerusalén. La mención de estos parientes era tan natural a quienes habían convivido con Jesús, que muy poco se ocuparon de dejar en claro qué posición ocupaban en la genealogía de Jesús, y sólo de unos pocos, apenas cuatro, nos dejaron su nombre: Santiago, José, Simeón y Judas (Mt 13,55). ¿Se trata de hermanos carnales? Podrían serlo, a través de un primer matrimonio de José; ¿se trata de primos hermanos? es verdad que la palabra griega que se usa (adelphós) quiere decir claramente "hermanos", pero podría estar traduciendo el concepto arameo de «'ajá», que significa «hermano», pero de tal manera que puede abarcar con naturalidad también a los primos.
Sea como sea la explicación, uno de los parientes del Señor que conocemos es este Simeón, «segundo obispo de Jerusalén (tras Santiago) y hermano del Señor», el santo que hoy conmemoramos. Este detalle no viene en Hechos de los Apóstoles, pero nos llega por medio de la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea, quien en III,11 dice: «Tras el martirio de Santiago y la inmediata toma de Jerusalén, cuenta la tradición que, viniendo de diversos sitios, se reunieron en un mismo lugar los apóstoles y los discípulos del Señor que todavía se hallaban con vida, y juntos con ellos también los que eran de la familia del Señor según la carne (pues muchos aún estaban vivos). Todos ellos deliberaron acerca de quién había de ser juzgado digno de la sucesión de Santiago, y por unanimidad todos pensaron que Simeón, el hijo de Cleofás (también llamado Algeo, a quien también menciona el texto del Evangelio), merecía el trono de aquella región, por ser, según se dice, primo del Salvador, pues Hegesipo cuenta que Cleofás era hermano de José.»
Nacido en Palestina algunos años antes del nacimiento de Cristo, Simeón era un piadoso e inteligente joven que se sintió atraído hacia Jesús luego de haber presenciado algunos de Sus extraordinarios milagros. Sorprendido por la experiencia de observar al Salvador devolverles la visión a los ciegos y curar de fiebres mortales a niños pequeños, muy pronto este creyente empezó a acompañar a los Doce Apóstoles Originales en sus expediciones misioneras alrededor de Tierra Santa.
Por muchos años el bondadoso y gentil San Simeón había deambulado por la región de Judea en Palestina, predicando el Santo Evangelio y realizando muchos milagros. Sanó a enfermos y en más de una ocasión expulsó demonios. Pero también se distinguió por su oposición a la idolatría dondequiera que se encontraba. Una y otra vez arriesgó su vida entre los enojados paganos que se enfurecían cuando él les decía de manera directa que sus ídolos eran pura ilusión y que sólo había un Unico y Verdadero Dios en el universo: el Padre de Jesucristo, el Redentor Santo.
San Simeón viajó una y otra vez a lo largo de Palestina visitando las ciudades y pueblos desde Cesarea -en la costa de la gran capital de Jerusalén- predicando sin cansarse en su defensa del Santo Evangelio. San Simeón fue un prelado sabio y juicioso, y, mientras servía como Obispo de Jerusalén guiaría a su rebaño de manera eficaz durante muchos años.
Según Hegesipo, asioso por eliminar hasta al último de los descendientes de la familia del Rey David, Trajano intentaba asesinar a cualquiera que estuviera emparentado sanguíneamente con la dinastía judía. Para ese entonces el anciano Obispo tenía un poco más de 100 años y había estado sirviendo como sabio gobernador de la Ciudad Santa por mucho tiempo. Pero su elevado rango como noble judío y como obispo cristiano no significó nada para los romanos, quienes trataron a Simeón y a sus seguidores como simples provincianos. Bajo el Gobernador Ático, quien recibía sus órdenes directamente de Roma, Simeón fue arrestado rápidamente y acusado y sometido a una tortura brutal. Cuando se negó a aceptar su culpabilidad sobre los cargos falsos y se rehusó a negar a Jesucristo, fue sometido sin demora a terribles torturas. Su martirio tuvo lugar en el año 107 de Nuestro Señor, con 120 años, según los historiadores de la Iglesia, y en los últimos momentos de su vida invocó al Dios Todopoderoso para que perdonase a quienes lo torturaban y estaban a punto de asesinarlo. Luego de soportar una larga agonía, el Santo Obispo obtuvo el martirio. Pero no se quejó durante sus últimas horas, y más bien parecía alegrarse de que se le hubiese permitido terminar su vida de esa manera. En los anales de los Setenta –la segunda oleada de Discípulos de Cristo, que pasarían muchos años predicando en Tierra Santa y más allá y pagando a menudo con sus propias vidas-, San Simeón ocupa un lugar especial: como trabajador por muchos años en la Viña del Señor Jesús.
De todo esto concluye Eusebio: «Calculando un poco se puede decir que Simón vio y oyó en persona al Señor, tomando como prueba su larga edad y la referencia, en los Evangelios, a María de Cleofás, el cual, como ya mostramos, era su padre.» (III,32).
Fuente: GOARCH / eltestigofiel.org / laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com
Traducción del inglés y adaptación propias