En la Hora Sexta
Is 48,17-49,4: Esto dice el Señor, tu libertador, el Santo de Israel: «Yo, el Señor, tu Dios, te instruyo por tu bien, te marco el camino a seguir. Si hubieras atendido a mis mandatos, tu bienestar sería como un río, tu justicia como las olas del mar, tu descendencia como la arena, como sus granos, el fruto de tus entrañas; tu nombre no habría sido aniquilado, ni eliminado de mi presencia». ¡Salid de Babilonia, huid de los caldeos! Anunciadlo con gritos de júbilo, publicadlo y proclamadlo hasta el confín de la tierra. Decid: el Señor ha rescatado a su siervo Jacob. Los llevó por la estepa y no pasaron sed: hizo brotar agua de la roca, hendió la roca y brotó agua. «No hay paz para los malvados» —dice el Señor—. Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos: El Señor me llamó desde el vientre materno, de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo: «Tú eres mi siervo, Israel, por medio de ti me glorificaré». Y yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas». En realidad el Señor defendía mi causa, mi recompensa la custodiaba Dios.
En Vísperas
Gén 27,1-41: Cuando Isaac se hizo viejo y perdió la vista, llamó a su hijo mayor: «Hijo mío». Le contestó: «Aquí estoy». Él le dijo: «Mira, yo soy viejo y no sé cuándo moriré. Toma tus aparejos, arco y aljaba, y sal al campo a buscarme caza; después me preparas un guiso sabroso, como a mí me gusta, y me lo traes para que lo coma; pues quiero darte mi bendición antes de morir». Rebeca escuchó la conversación de Isaac con Esaú, su hijo. Salió Esaú al campo a cazar para su padre. Y Rebeca dijo a su hijo Jacob: «Acabo de oír a tu padre, que, hablando con tu hermano Esaú, le decía: “Tráeme caza y prepárame un guiso sabroso para que lo coma y te bendiga en presencia del Señor, antes de morir”. Ahora pues, hijo mío, escúchame bien y haz lo que yo te mando. Ve al rebaño y tráeme dos buenos cabritos, para preparar con ellos un guiso sabroso, como a él le gusta. Se lo llevarás a tu padre para que coma, y así te bendecirá antes de morir». Jacob replicó a Rebeca, su madre: «Ten en cuenta que mi hermano Esaú es velludo y yo, en cambio, lampiño. Si por casualidad me palpa mi padre y quedo ante él como un mentiroso, atraería sobre mí la maldición, en vez de la bendición». Pero su madre le dijo: «Caiga sobre mí tu maldición, hijo mío. Tú hazme caso, ve y tráemelos». Fue, pues, a buscarlos y se los trajo a su madre. Su madre preparó un guiso sabroso, como le gustaba a su padre. Luego Rebeca tomó un traje de su hijo mayor Esaú, el mejor que tenía en casa, y vistió con él a Jacob, su hijo menor. Con la piel de los cabritos le cubrió los brazos y la parte lisa del cuello. Y puso en manos de su hijo Jacob el guiso sabroso que había preparado y el pan. Él entró en la habitación de su padre y dijo: «Padre». Respondió Isaac: «Aquí estoy; ¿quién eres, hijo mío?». Contestó Jacob a su padre: «Soy Esaú, tu primogénito; he hecho lo que me mandaste. Incorpórate, siéntate y come de mi caza; después podrás bendecirme». Isaac dijo a su hijo: «¿Cómo la has podido encontrar tan pronto, hijo mío?». Él respondió: «El Señor tu Dios me la puso al alcance». Isaac dijo a Jacob: «Acércate que te palpe, hijo mío, a ver si eres tú mi hijo Esaú o no». Se acercó Jacob a su padre Isaac, que lo palpó y le dijo: «La voz es de Jacob, pero los brazos son de Esaú». Y no lo reconoció porque sus brazos estaban peludos como los de su hermano Esaú. Así que le bendijo. Pero insistió: «¿Eres tú realmente mi hijo Esaú?». Respondió Jacob: «Yo soy». Isaac dijo: «Sírveme, hijo mío, que coma yo de tu caza; después te bendeciré». Se la sirvió y él comió. Le trajo vino y bebió. Entonces le dijo su padre Isaac: «Acércate y bésame, hijo mío». Se acercó y lo besó. Y, al oler el aroma del traje, le bendijo con estas palabras:«El aroma de mi hijo es como el aroma de un campo que bendijo el Señor. Que Dios te conceda el rocío del cielo, la fertilidad de la tierra, abundancia de trigo y de vino. Que te sirvan los pueblos, y se postren ante ti las naciones. Sé señor de tus hermanos, que ellos se postren ante ti. Maldito quien te maldiga, bendito quien te bendiga». Apenas había terminado Isaac de bendecir a Jacob, en el instante en que salía Jacob de la presencia de su padre Isaac, su hermano Esaú volvía de cazar. También él preparó un guiso sabroso; se lo llevó a su padre y le dijo: «Padre, incorpórate y come de la caza de tu hijo; después podrás bendecirme». Su padre Isaac le preguntó: «¿Quién eres tú?». Respondió él: «Soy Esaú, tu hijo primogénito». Isaac se estremeció profundamente y preguntó: «Entonces ¿quién es el que me ha traído la caza? Yo la he comido antes de que tú llegaras, lo he bendecido y quedará bendito». Cuando Esaú oyó las palabras de su padre, lanzó un grito fuerte, amargado en extremo, y dijo a su padre: «Padre, bendíceme a mí también». Pero él respondió: «Tu hermano ha venido con astucia y se ha llevado tu bendición». Respondió Esaú: «Con razón se llama Jacob; ya me ha suplantado dos veces: antes me quitó mi primogenitura y ahora me ha quitado mi bendición». Y añadió: «¿No has reservado una bendición para mí?». Isaac respondió a Esaú: «Le he constituido señor tuyo y le he dado a todos sus hermanos por siervos suyos; le he concedido el trigo y el vino. ¿Qué puedo ya hacer por ti, hijo mío?». Replicó Esaú a su padre: «¿Solo tienes una bendición, padre mío? Padre, bendíceme también a mí». Esaú rompió a llorar a gritos. Entonces su padre Isaac le respondió: «Lejos de la tierra fértil tendrás tu morada, y lejos del rocío del cielo. Vivirás de tu espada, y servirás a tu hermano. Y cuando te rebeles, sacudirás el yugo de tu cuello». Esaú concibió odio a Jacob, por la bendición que su padre le había dado, y se decía: «Se acercan los días del fin del duelo por mi padre, y entonces mataré a mi hermano Jacob».
Prov 19,16-25: Quien guarda el precepto guarda su vida, quien descuida su conducta morirá. Presta al Señor quien se apiada del pobre, él le pagará su buena acción. Castiga a tu hijo mientras hay esperanza, pero no te excedas hasta matarlo. El hombre violento merece castigo, y si lo perdonas, lo incitarás aún más. Escucha el consejo, acepta la instrucción, y en el futuro llegarás a sabio. Los humanos multiplican sus proyectos, pero se cumplen los planes del Señor. Los humanos aspiran al lucro, mejor ser pobre que mentiroso. Quien teme al Señor se dirige a la vida, dormirá tranquilo y sin pesadillas. El perezoso mete la mano en el plato, pero es incapaz de llevarla a la boca. Castiga al soberbio y el simple se hará cauto, reprende al inteligente y aumentará su saber.
Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española