Santo y Gran Lunes


La primera parte de la Gran Semana nos presenta una colección de temas basados principalmente en los últimos días de la vida terrenal de Jesús. La historia de la Pasión, como es contada y recopilada por los evangelistas, está precedida por una serie de incidentes ocurridos en Jerusalén y una colección de parábolas, dichos y discursos centrados en la filiación divina de Jesús, el reino de Dios, la Parusía y el castigo de Jesús de la hipocresía y los oscuros motivos de los líderes religiosos. Las celebraciones de los tres primeros días de la Gran Semana están enraizados en estos incidentes y dichos. Los tres días constituyen una sola unidad litúrgica. Tiene el mismo ciclo y sistema de oración diaria. Las lecciones de la Escritura, los himnos, las conmemoraciones y las ceremonias que conforman los elementos festivos en los respectivos oficios del ciclo destacan aspectos significativos de la historia de la salvación, haciendo recordar los acontecimientos que anticiparon la Pasión y proclamando la inevitabilidad y significado de la Parusía. Es interesante señalar que los maitines de cada uno de estos días es llamado el Oficio del Novio (Akolouthia tou Nimfiou). El nombre procede de la figura central de la conocida parábola de las diez vírgenes (Mateo 25:1-13). El título “Novio” sugiere la intimidad del amor. No deja de ser significativo que el reino de Dios sea comparado a una fiesta de bodas y a una cámara nupcial. El Cristo de la Pasión es el divino Novio de la Iglesia. La imaginería connota la unión final del Amante y la amada. El título “Novio” también sugiere la Parusía. En la tradición patrística, la parábola antes mencionada está relacionada con la Segunda Venida, y está asociada con la necesidad de la vigilancia espiritual y la preparación, por la que somos capaces de guardar los mandamientos divinos y recibir las bendiciones del siglo venidero. Además, conocer algo sobre la estructura de los maitines nos ayudará a mejorar nuestra comprensión del uso de la imagen del Novio. Se ha mostrado que, tras el llamado Oficio Real y el Hexasalmo, la primera parte de los maitines, como la conocemos y la practicamos hoy, es una versión antigua del oficio monástico de Medianoche. El oficio de Medianoche está centrado principalmente en el tema de la Parusía y está unido a la noción de vigilancia. El tropario “He aquí que viene el Novio a media noche...”, que se canta al inicio de los maitines del Gran Lunes, Martes y Miércoles, une a la comunidad de fieles a esta expectación esencial: vigilar y esperar al Señor, que vendrá de nuevo a juzgar a los vivos y a los muertos.


Aunque cada día tiene su propio carácter distintivo y su propia conmemoración específica, comparten muchos temas comunes entre los que están los siguientes.


Conflicto, juicio y autoridad


Los últimos días fueron especialmente tristes y sombríos. La implacable hostilidad y oposición a Jesús por parte de las autoridades religiosas ha alcanzado proporciones incomparables. En medio de este penoso conflicto, Jesús reveló aspectos de su autoridad divina juzgando los planes malvados y la falsa religiosidad de sus enemigos.


La beligerancia sin tregua de los adversarios de Jesús fue completamente desenmascarada en los días precedentes a la crucifixión. Los líderes de todos los partidos y facciones religiosas colaboraron y conspiraron para atraparlo, humillarlo y matarlo. Ante las trampas de sus enemigos cercanos, Jesús predijo abiertamente su muerte y su posterior glorificación. Sus palabras fueron una clara declaración de que su muerte era voluntaria y se disponía en el marco del divino plan de salvación del mundo. El poder que Él ejercía sobre sus enemigos era concedido y controlado por Dios (Juan 12:20). La Iglesia conmemora la Pasión, no como feos episodios causados por hombres viles y despreciables, sino como el sacrificio voluntario del Hijo de Dios.


El mal con su completo absurdo irrumpió violentamente sobre la Cruz, para destruir y eliminar a Jesús y negar y abolir su mensaje. Sin embargo, fue en sí mismo el mal el que se hacía fundamentalmente impotente e ineficaz a causa de la soberanía del amor y la vida de Dios. Aunque el mal asalta a los santos de Dios, no puede destruirlos.


Los relatos del Evangelio que cuentan los hechos que condujeron a la crucifixión también incluyen muchas parábolas y discursos en los que Jesús criticaba severamente a los líderes religiosos por su incredulidad, obstinación, autoritarismo e hipocresía. La severa crítica a las clases religiosas (Mateo 21:28, 23-36) es otro claro signo de la autoridad y excelencia de Jesús. Al preservar estos dichos de Jesús, los evangelistas declaran que Cristo “no es sólo un maestro único, sino también el mayor juez. Es el único con autoridad que tiene derecho a juzgar y condenar” la mala y falsa fe y actividad religiosa.


Ninguna enfermedad del espíritu es más insidiosa, engañosa y destructiva que la falsa religiosidad, que puede ser definida sucintamente como legalismo y exhibicionismo religioso. Jesús lo condenó rotundamente. Advirtió contra aquellos cuyas vidas estás medidas por ceremonias en vez de por la santidad, la misericordia y el amor de Dios, y contra aquellos cuyas malas motivaciones, intenciones e incorrecciones están vestidas con la respetabilidad de los aspectos externos de la fe y la vida religiosa. La falsa religiosidad es un cruel engaño y una traición a la auténtica fe religiosa. Los practicantes de tal fe artificial cierran el reino de los cielos a los hombres, pues ni entran ellos, ni permiten que aquellos que quieran entrar lo hagan (Mateo 23:73).


Duelo y arrepentimiento


El tono de la Gran Semana es claramente sombrío y triste. Incluso las vestiduras del altar y del sacerdote, según una antigua tradición, son negras. Sin embargo, la asamblea litúrgica no se reúne para velar a un héroe muerto, sino para recordar y conmemorar un hecho de significado cósmico: el Hijo de Dios experimentando en Su humanidad toma forma de sufrimiento a manos de hombres débiles, mal dirigidos y malignos. Lloramos nuestros pecados y estamos en silencio contrito ante el asombroso e insondable misterio de Cristo, el Dios-Hombre (Zeántropos), que lleva su kenosis a límites extremos aceptando la muerte en la Cruz (Filipenses 2:5-8).


La Gran Semana nos revela la vergüenza absoluta de la Caída, las profundidades del infierno, el paraíso perdido, y la ausencia de Dios. ¡Y así nos dolemos! No hay otra forma de luchar contra nuestra rebelión y con la insondable humildad de Dios y su condescendencia excepto experimentando el quebranto del corazón. A partir de este duelo es de donde nace el arrepentimiento, para ser experimentado como el compromiso honesto del largo proceso de vida de comprender, aceptar y elegir seguir los valores de la vida cristiana.


La liturgia de los días del “Novio” representa la llamada más urgente y enfática a tal arrepentimiento (metanoia). A los fieles se les recuerda que no hay pecado mayor como el de desafiar los límites de la misericordia divina, pues Cristo da a todos el poder de matar el pecado y compartir Su victoria.


En la Cruz, Jesús tiene una visión de todos aquellos por los que muere. Ve a cada uno de nosotros individualmente, salvándonos por su muerte y por su amor... Hizo esto para permitir que Dios entrara allí donde haya sufrimiento humano, incluso en el abismo de la muerte, acompañando al hombre a las profundidades del sufrimiento para levantarlo de nuevo y llevarlo de vuelta a la vida, elevándolo al cielo y poniéndolo a la derecha del Padre. El Hijo de Dios muere como hombre para que el Hijo del Hombre pueda levantarse de nuevo como Dios. El Hijo de Dios tuvo que


experimentar la angustia de la ausencia de Dios para que todos los hombres que murieran pudieran recuperar la presencia de Dios: esto es la salvación.


La Parusía


En los días y horas antes de Su pasión, Jesús habló a sus discípulos sobre la Parusía, es decir, Su segunda venida gloriosa. Nos invita también al inicio de la Gran Semana a acercarnos al misterio y a reflexionar su sentido y significado para nuestra propia vida y la vida del mundo. En la Iglesia reconocemos que la vida eterna ha penetrado en nuestra finitud. Sin embargo, también sabemos que la completa realización y revelación del reino de Dios, que ya ha comenzado a desarrollarse secretamente en el mundo, se producirá solo al final de los tiempos, en la Parusía. La Parusía es la intervención climática de Dios en la historia del cosmos. Es el Último Día, cuando Cristo vendrá en Su gloria para juzgar a los vivos y a los muertos (Mateo 16:27; 25:31). Entonces, todas las cosas serán hechas nuevas (Apocalipsis 21:5).


Aunque sólo tenemos un conocimiento parcial de las cosas que pertenecen al Último Día, algunas son claras y ciertas.


Los tiempos del fin aparecerán de repente y cuando menos lo esperemos (1a Tesalonicenses 5:2-3). El momento exacto de la Parusía sólo lo conoce Dios el Padre (Mateo 24:36; Hechos 1:7). Sin embargo, según la palabra de Jesús, este dramático y decisivo hecho que marcará el repentino final de la historia, estará precedido por ciertos signos que señalarán la inminente venida del Novio. Se hace evidente por Sus palabras que la Segunda Venida no se producirá por ningún interludio idílico, sino con calamidades cósmicas sin precedentes, tribulaciones y desastres (Mateo 24:1-51; Marcos 13:1-37; Lucas 21:7-36). La devastación y desolación de los últimos días ha sido prefigurada misteriosamente en los acontecimientos terribles y espantosos que acompañaron a la crucifixión (Mateo 27:27-54). Independientemente de cuándo venga el Último Día, siempre es inminente, espiritualmente cercano en la vida del ser humano. Las incertidumbres y lo impredecible en la vida humana nos permite captar, aunque vagamente, la inminencia de la Parusía. Por ejemplo, la muerte, la indignidad final, la abominación y el enemigo, nos acecha desde el momento en el que nacemos. Para conseguir la victoria de Cristo sobre la corrupción y la muerte, debemos permanecer espiritualmente vigilantes; ser firmes en la fe; utilizar sabiamente los dones concedidos por Dios, y ser conscientes constantemente de la primacía del amor en nuestras relaciones. La vida que vivimos en la carne está llena del potencial y la oportunidad para obtener el cielo o perderlo.


La batalla decisiva contra el mal ya se ha librado y ganado. Sin embargo, la plenitud de esta victoria no será obtenida y manifestada hasta la Parusía. Hasta entonces, los esfuerzos sin sentido, inútiles y torpes del maligno intentarán robarle a la gente su dignidad y destino. Por lo tanto, estamos obligados a guardar las palabras de San Pedro, vivas en nuestra memoria y obrarlas en nuestras vidas. Escribió: “Humillaos por tanto bajo la poderosa mano de Dios, para que Él os ensalce a su tiempo. Descargad sobre Él todas vuestras preocupaciones, porque Él mismo se preocupa de vosotros. Sed sobrios y estad en vela: vuestro adversario el diablo ronda, como un león rugiente, buscando a quien devorar. Resistidle, firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos sufren vuestros hermanos en el mundo. El Dios de toda gracia, que os ha llamado a su eterna gloria en Cristo, después de un breve tiempo de tribulación, Él mismo os hará aptos, firmes, fuertes e inconmovibles” (1a Pedro 5:6-10).


La Iglesia siempre está orientada hacia el futuro, al siglo venidero. Así, es eskhaton o Último Día, que marcará el comienzo del reino de Dios en poder y gloria, forma parte de una constante referencia tanto como personas, como comunidad. “La Iglesia no muestra su identidad por lo que es, sino por lo que será.... Debemos pensar del eskhaton como el inicio de la vida de la Iglesia, el “arjé” (principio), que hace nacer a la Iglesia, le da su identidad, la sostiene e inspira en su existencia. La Iglesia existe, no porque Cristo muriera sobre la Cruz, sino porque Él se levantó de entre los muertos, lo cual significa que el reino ha venido. La Iglesia refleja el futuro, la etapa inicial de las cosas, no un hecho histórico del pasado”. Esta visión escatológica es una característica fundamental de nuestra fe. Modela la conciencia de los cristianos ortodoxos y guía la vida y actividad de la Iglesia.


La Iglesia es, ante todo, una comunidad de fieles constituida por la presencia del amor de Dios. Establecida por la acción redentora de Dios, sostenida y vivificada por el Espíritu Santo, la Iglesia en oración siempre está constituida y actualizada como el Cuerpo de Cristo. Impregnada por la gozosa y abrumadora presencia de Cristo resucitado (Mateo 28:20), la Iglesia está llamada a compartir Su resurrección, la vida deificada y a anhelar y esperar la venida en plenitud de la manifestación de Su gloria y poder (2a Pedro 3:12). El siglo venidero, (el reino de Dios), es conocido y experimentado por los fieles tanto como un don y como una promesa, es decir, algo dado y, al mismo tiempo, algo anticipado.


Mediante la adoración en general, y los sacramentos en particular, experimentamos una relación personal con Dios, que infunde Su vida en nosotros. Experimentamos Sus energías increadas, tocando, sanando, restaurando, purificando, iluminando, santificando y glorificando, tanto a la vida humana como al cosmos. Participamos en los hechos salvíficos de la vida de Cristo, para ser continuamente renovados. Experimentamos continuamente la presencia del Espíritu Santo que mora y se activa dentro de nosotros, conduciéndonos a revestirnos con la vida de la resurrección. Nuestra preparación para el reino ya ha comenzado con nuestro bautismo y crismación. Se sustenta y avanza por medio de la Eucaristía. Los sacramentos nos dan poderes por los que podemos acercarnos a Cristo y a su reino. Estos poderes son dinámicos y están destinados a ser desarrollados por nosotros. Así, nuestra preparación para el reino es un movimiento que envuelve progreso, tanto como un regreso, así como un avance hacia Dios. El progreso comienza con el regreso del hombre de su distanciamiento a su propia autenticidad. Fundamentalmente, esto significa un regreso a Cristo, el arquetipo y modelo del hombre. Al mismo tiempo, este regreso también es un progreso encaminado a Dios. “El regreso es simultáneamente también un progreso hacia adelante, y el progreso hacia adelante es un regreso. Es un regreso de la naturaleza humana a sí misma, y un progreso hacia adelante en si mismo, pero al mismo tiempo es un regreso y un progreso hacia adelante en Dios y Cristo, pues no es posible que haya desarrollo de la naturaleza humana, excepto en Dios y Cristo.... La nueva o futura era se desarrolla promoviendo la disolución o transformación de la era presente”.


El siglo venidero no surgirá a partir de algún progreso evolutivo biológico o histórico, ni será simplemente el resultado de logros humanos mediante un constante avance de la civilización. Efectivamente, el nuevo mundo se está obrando por sí mismo, pero en el misterio de la fe, oculto a los sabios de este mundo (1a Corintios 1:19-21; 2:6-9). El reino, después de todo, es de Dios y no del hombre. Sin embargo, la “era mesiánica comenzada por la Encarnación sólo puede ser establecida con la colaboración de la humanidad. Esta colaboración es llamada sinergia. Nos preparamos para la Segunda Venida, el triunfo final de la justicia y la vida sobre el maligno y la muerte, estando unidos por fe al Salvador crucificado y resucitado”. Además de estos temas compartidos, cada uno de los tres días del “Novio” tiene su propia conmemoración especial que lo distingue de los otros dos.


El Santo y Gran Lunes


En el Gran Lunes conmemoramos a José el Patriarca, el amado hijo de Jacob. Figura importante del Antiguo Testamento, la historia de José se cuenta en la sección final del Libro del Génesis (caps. 37-50).


A causa de sus cualidades excepcionales y su extraordinaria vida, nuestra tradición litúrgica y patrística retrata a José como “tipos Christou”, es decir, como un prototipo, prefiguración o imagen de Cristo.


La historia de José ilustra el misterio de la providencia de Dios, promesa y redención. Inocente, casto y justo, su vida nos da testimonio del poder del amor y la promesa de Dios.


La lección que debemos aprender de la vida de José, puesto que conduce a la redención final traída por la muerte y resurrección de Cristo, se resume en las palabras que dirigió a sus hermanos que previamente le habían traicionado: “‘No temáis. ¿Estoy yo acaso en lugar de Dios? Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo dispuso para bien para cumplir lo de hoy, a fin de conservar la vida de mucha gente. Así, pues, no temáis; yo os sustentaré a vosotros y a vuestros niños’. Y los consoló, hablándoles al corazón” (Génesis 50:19-21). La conmemoración del noble, bendito y santo José nos recuerda que en los grandes hechos del Antiguo Testamento, la Iglesia reconoce las realidades del Nuevo Testamento.


Asimismo, en el Gran Lunes la Iglesia conmemora el acontecimiento de la maldición de la higuera (Mateo 21:18-20). En la narración del Evangelio se dice que este acontecimiento sucedió al día siguiente de la entrada triunfante de Jesús en Jerusalén (Mateo 21:18; Marcos 11:12). Por esta razón, encuentra su sitio en la liturgia del Gran Lunes. El episodio también es muy revelante para la Gran Semana. Junto al acontecimiento de la purificación del templo, este episodio es otra manifestación del divino poder y autoridad de Jesús, y también una revelación del juicio de Dios sobre la incredulidad de las clases religiosas judías. La higuera es símbolo de Israel que se vuelve estéril por su incapacidad de reconocer y recibir a Cristo y Sus enseñanzas. La maldición de la higuera es una parábola en acción, un gesto simbólico. Su sentido no debe perderse por nadie en ninguna generación. El juicio de Cristo sobre los infieles, incrédulos, impenitentes y sin amor será cierto y decisivo en el último día. Este episodio deja claro que el cristianismo nominal no sólo es inadecuado e insuficiente, sino que también es despreciable e indigno del reino de Dios. La genuina fe cristiana es dinámica y fructífera. Impregna a todo el ser y causa un cambio. La fe viva, verdadera e inalterable hace al cristiano consciente del hecho de que ya es un ciudadano del cielo. Por tanto, su forma de pensar, sentir, actuar y ser debe reflejar esta realidad. Los que pertenecen a Cristo deben vivir y caminar en el Espíritu, y el Espíritu hará surgir frutos en ellos: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí mismo (Gálatas 5:22-25).


P. Alkiviadis Calivas

Traducción: Cantor Nektarios B.


LECTURAS


En Maitines (el domingo por la tarde)


Mt 21,18-43: En aquel tiempo, camino de la ciudad, tuvo hambre. Viendo una higuera junto al camino se acercó, pero no encontró en ella nada más que hojas y le dijo: «¡Que nunca jamás brote fruto de ti!». E inmediatamente se secó la higuera. Al verlo los discípulos se admiraron y decían: «¿Cómo es que la higuera se ha secado de repente?». Jesús les dijo: «En verdad os digo que si tuvierais fe y no vacilaseis, no solo haríais lo de la higuera, sino que diríais a este monte: “Quítate y arrójate al mar”, y así se realizaría. Todo lo que pidáis orando con fe, lo recibiréis». Jesús llegó al templo y, mientras enseñaba, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo para preguntarle: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?». Jesús les replicó: «Os voy a hacer yo también una pregunta; si me la contestáis, os diré yo también con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan ¿de dónde venía, del cielo o de los hombres?». Ellos se pusieron a deliberar: «Si decimos “del cielo”, nos dirá: “¿Por qué no le habéis creído?”. Si le decimos “de los hombres”, tememos a la gente; porque todos tienen a Juan por profeta». Y respondieron a Jesús: «No sabemos». Él, por su parte, les dijo: «Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto. ¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. Él le contestó: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor”. Pero no fue. ¿Quién de los dos cumplió la voluntad de su padre?». Contestaron: «El primero». Jesús les dijo: «En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis». Escuchad otra parábola: «Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos. Llegado el tiempo de los frutos, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: “Tendrán respeto a mi hijo”. Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron: “Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia”. Y agarrándolo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?». Le contestan: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo». Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en la Escritura: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”? Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos».


En la Hora Sexta


Ez 1,1-20: El año treinta, el día cinco del mes cuarto, estando yo entre los deportados junto al río Quebar, se abrieron los cielos y tuve visiones de Dios. El cinco del mes —era el año quinto de la deportación del rey Jeconías— vino la palabra del Señor sobre Ezequiel, hijo de Buzi, sacerdote, en tierra de los caldeos, a orillas del río Quebar. Allí se posó sobre él la mano del Señor. Vi un viento huracanado que venía del norte: una gran nube y un fuego zigzagueante con un resplandor en torno, y desde el centro del fuego como un resplandor de ámbar, y en el centro de todo la figura de cuatro seres vivientes. Este era su aspecto: tenían forma humana, con cuatro rostros y cuatro alas cada uno. Sus piernas eran rectas y las plantas de sus pies como las de un becerro. Brillaban como bronce bruñido. Debajo de las alas tenían manos humanas por los cuatro costados; los cuatro tenían rostros y alas. Sus alas se juntaban una a la otra. No se volvían al caminar; caminaban de frente. Su rostro tenía este aspecto: rostro de hombre y rostro de león por el lado derecho de los cuatro, rostro de toro por el lado izquierdo de los cuatro, rostro de águila los cuatro. Sus alas estaban extendidas hacia arriba: un par de alas se juntaban, otro par de alas les cubría el cuerpo. Los cuatro caminaban de frente; avanzaban a favor del viento, sin volverse al caminar. Y en medio de los vivientes había como ascuas encendidas; parecían antorchas agitándose entre los vivientes. Había un resplandor de fuego y de él salían relámpagos. Los seres vivientes corrían en todas direcciones, como rayos. Miré y vi una rueda en tierra junto a cada uno de ellos, vuelta hacia sus cuatro rostros. En cuanto al aspecto de las ruedas y su estructura: eran como de crisólito resplandeciente. Las cuatro se asemejaban. Su aspecto y estructura era como si una rueda estuviera dentro de la otra. Cuando se movían, iban hacia los cuatro lados, y no cambiaban su dirección. Sus llantas eran imponentes; las cuatro resplandecían alrededor. Cuando los seres vivientes marchaban, las ruedas se movían junto a ellos; si se alzaban del suelo, se alzaban también las ruedas. Dondequiera que iba el espíritu, iban también las ruedas. Las ruedas se elevaban junto a ellos, porque el espíritu de los seres vivientes estaba en las ruedas.


En Vísperas


Éx 1,1-20: Estos son los nombres de los hijos de Israel que fueron a Egipto con Jacob, cada uno con su familia: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar, Zabulón, Benjamín, Dan, Neftalí, Gad, Aser. Los descendientes de Jacob eran, en total, setenta personas. José ya estaba en Egipto. Después murió José y sus hermanos y toda aquella generación, pero los hijos de Israel crecían y se propagaban, se multiplicaban y se hacían fuertes en extremo, e iban llenando la tierra. Surgió en Egipto un faraón nuevo que no había conocido a José, y dijo a su pueblo: «Mirad, el pueblo de los hijos de Israel es más numeroso y fuerte que nosotros: obremos astutamente contra él, para que no se multiplique más; no vaya a declararse una guerra y se alíe con nuestros enemigos, nos ataque y después se marche del país». Así pues, nombraron capataces que los oprimieran con cargas, en la construcción de las ciudades granero, Pitón y Ramsés. Pero cuanto más los oprimían, ellos crecían y se propagaban más, de modo que los egipcios sintieron aversión hacia los hijos de Israel. Los egipcios esclavizaron a los hijos de Israel con crueldad y les amargaron su vida con el duro trabajo del barro y de los ladrillos y con toda clase de faenas del campo; los esclavizaron con trabajos crueles. Además, el rey de Egipto dijo a las comadronas hebreas, una de las cuales se llamaba Sifrá y otra Puá: «Cuando asistáis a las hebreas, y les llegue el momento del parto: si es niño, lo matáis; si es niña, la dejáis con vida». Pero las comadronas temían a Dios y no hicieron lo que les había ordenado el rey de Egipto, sino que dejaban con vida a los recién nacidos. Entonces, el rey de Egipto llamó a las comadronas y las interrogó: «¿Por qué obráis así y dejáis con vida a los niños?». Contestaron las comadronas al faraón: «Es que las mujeres hebreas no son como las egipcias: son robustas y dan a luz antes de que lleguen las comadronas». Dios premió a las comadronas y el pueblo crecía y se hacía muy fuerte.


Job 1,1-12: Había en la tierra de Hus un hombre llamado Job. Era justo, honrado y temeroso de Dios y vivía apartado del mal. Tenía siete hijos y tres hijas. Poseía siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes, quinientas burras y una servidumbre numerosa. Era el más rico de los hombres de Oriente. Sus hijos solían celebrar banquetes, cada uno en su día, e invitaban a sus tres hermanas a comer con ellos. Terminados esos días de fiesta, Job los hacía venir para purificarlos; madrugaba y ofrecía un holocausto por cada uno, por si habían pecado maldiciendo a Dios en su interior. Job hacía lo mismo en cada ocasión. Un día los hijos de Dios se presentaron ante el Señor; entre ellos apareció también Satán. El Señor preguntó a Satán: «¿De dónde vienes?». Satán respondió al Señor: «De dar vueltas por la tierra; de andar por ella». El Señor añadió: «¿Te has fijado en mi siervo Job? En la tierra no hay otro como él: es un hombre justo y honrado, que teme a Dios y vive apartado del mal». Satán contestó al Señor: «¿Y crees que Job teme a Dios de balde? ¿No has levantado tú mismo una valla en torno a él, su hogar y todo lo suyo? Has bendecido sus trabajos, y sus rebaños se extienden por el país. Extiende tu mano y daña sus bienes y ¡ya verás cómo te maldice en la cara!». El Señor respondió a Satán: «Haz lo que quieras con sus cosas, pero a él ni lo toques». Satán abandonó la presencia del Señor.


Mt 24,3-35: En aquel tiempo estaba Jesús sentado en el monte de los Olivos y se le acercaron los discípulos en privado y le dijeron: «¿Cuándo sucederán estas cosas y cuál será el signo de tu venida y del fin de los tiempos?». Jesús les respondió y dijo: «Estad atentos a que nadie os engañe, porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: “Yo soy el Mesías”, y engañarán a muchos. Vais a oír hablar de guerras y noticias de guerra. Cuidado, no os alarméis, porque todo esto ha de suceder, pero todavía no es el final. Se levantará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá hambre, epidemias y terremotos en diversos lugares; todo esto será el comienzo de los dolores. Os entregarán al suplicio y os matarán, y por mi causa os odiarán todos los pueblos. Entonces muchos se escandalizarán y se traicionarán mutuamente, y se odiarán unos a otros. Aparecerán muchos falsos profetas y engañarán a mucha gente, y, al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría; pero el que persevere hasta el final se salvará. Y se anunciará el evangelio del reino en todo el mundo como testimonio para todas las gentes, y entonces vendrá el fin. Cuando veáis la abominación de la desolación, anunciada por el profeta Daniel, erigida en el lugar santo (el que lee que entienda), entonces los que vivan en Judea huyan a los montes, el que esté en la azotea no baje a recoger nada en casa y el que esté en el campo no vuelva a recoger el manto. ¡Ay de las que estén encintas o criando en aquellos días! Orad para que la huida no suceda en invierno o en sábado. Porque habrá una gran tribulación como jamás ha sucedido desde el principio del mundo hasta hoy, ni la volverá a haber. Y si no se acortan aquellos días, nadie podrá salvarse. Pero en atención a los elegidos se abreviarán aquellos días. Y si alguno entonces os dice: “El Mesías está aquí o allí”, no le creáis, porque surgirán falsos mesías y falsos profetas, y harán signos y portentos para engañar, si fuera posible, incluso a los elegidos. Os he prevenido. Si os dicen: “Está en el desierto”, no salgáis; “En los aposentos”, no les creáis. Pues como el relámpago aparece en el oriente y brilla hasta el occidente, así será la venida del Hijo del hombre. Donde está el cadáver, allí se reunirán los buitres. Inmediatamente después de la angustia de aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna perderá su resplandor, las estrellas caerán del cielo y los astros se tambalearán. Entonces aparecerá en el cielo el signo del Hijo del hombre. Todas las razas del mundo harán duelo y verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria. Enviará a sus ángeles con un gran toque de trompeta y reunirán a sus elegidos de los cuatro vientos, de un extremo al otro del cielo. Aprended de esta parábola de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis todas estas cosas, sabed que él está cerca, a la puerta. En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán».


Tropario del Novio




Exapostilario del Novio





Fuente: cristoesortodoxo.com / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española / Arquidiócesis de México, Venezuela, Centroamérica y El Caribe