01/06 - Justino el Filósofo y Mártir y sus Compañeros


Uno de los más distinguidos mártires del reinado de Marco Aurelio fue san Justino. A pesar de que era laico, fue el primer apologeta cristiano cuyas obras principales han llegado hasta nosotros. Sus escritos ofrecen detalles muy interesantes sobre los primeros años del santo y las circunstancias de su conversión.


El mismo Justino cuenta que era samaritano, ya que había nacido en Flavia Neápolis (Nablus, cerca de la antigua Siquem); no conocía el hebreo, pues sus padres eran paganos, probablemente de origen griego. Justino recibió una excelente educación liberal, que aprovechó muy bien, y se consagró especialmente al estudio de la retórica y a la lectura de los poetas e historiadores. Más tarde, su sed de saber le movió a estudiar filosofía. Durante algún tiempo profundizó el sistema de los estoicos, pero lo abandonó al comprender que no tenían nada que enseñarle sobre Dios. Recurrió entonces a un maestro peripatético, pero el interés de éste por el dinero, le decepcionó muy pronto. Los pitagóricos le dijeron que, para empezar, necesitaba conocer la música, la geometría y la astronomía. Finalmente, un discípulo de Platón le ofreció enseñarle la ciencia de Dios. Un día en que paseaba por la playa, tal vez en Éfeso, reflexionando sobre uno de los principios de Platón, vio que le seguía un venerable anciano; al punto empezó a discutir con él el problema de Dios. El anciano despertó su interés, diciéndole que él conocía una filosofía más noble y satisfactoria que cuantas Justino había estudiado; Dios mismo había revelado dicha filosofía a los profetas del Antiguo Testamento y su punto culminante había sido Jesucristo. El anciano exhortó al joven a pedir que se le abrieran las puertas de la luz para llegar al conocimiento que sólo Dios podía dar. La conversación con el anciano movió a Justino a estudiar la Sagrada Escritura y a informarse sobre el cristianismo, aunque ya desde antes se había interesado por la religión de Jesús: «Aun en la época en que me satisfacían las enseñanzas de Platón -escribe-, al ver a los cristianos arrostrar la muerte y la tortura con indomable valor, comprendía yo que era imposible que hubiesen llevado la vida criminal de que se les acusaba». A lo que parece, Justino tenía unos treinta años cuando se convirtió al cristianismo; pero ignoramos el sitio y la fecha exacta de su bautismo. Muy probablemente tuvo éste lugar en Éfeso o en Alejandría, pues consta que Justino estuvo en esas ciudades.


Aunque ya había habido antes algunos apologetas cristianos, los paganos conocían muy poco de las creencias y las prácticas de los discípulos de Cristo. Los primitivos cristianos, la mayor parte de los cuales eran hombres sencillos y poco instruidos, aceptaban tranquilamente las falsas interpretaciones para proteger los sagrados misterios contra la profanación. Pero Justino estaba convencido, por su propia experiencia, de que muchos paganos abrazarían el cristianismo, si se les presentaba en todo su esplendor. Por otra parte -citemos sus propias palabras- «tenemos la obligación de dar a conocer nuestra doctrina para no incurrir en la culpa y el castigo de los que pecan por ignorancia». Así pues, tanto en su enseñanza como en sus escritos, expuso claramente la fe y aun describió las ceremonias secretas de los cristianos. Ataviado con las vestimentas características de los filósofos, Justino recorrió varios países, discutiendo con los paganos, los herejes y los judíos, En Roma tuvo una argumentación pública con un cínico llamado Crescencio, en la que demostró la ignorancia y la mala fe de su adversario. Según parece, la aprehensión de Justino en su segundo viaje a Roma se debió al odio que le profesaba Crescencio. Justino confesó valientemente a Cristo y se negó a ofrecer sacrificios a los ídolos. El juez le condenó a ser decapitado. Con él murieron otros seis cristianos, una mujer y cinco hombres. Desconocemos le fecha exacta de la ejecución.


Los únicos escritos de Justino mártir que nos han llegado completos son las dos Apologías y el Diálogo con Trifón. La primera Apología, de la que la segunda no es más que un apéndice, está dedicada al emperador Antonino, a sus dos hijos, al senado y al pueblo romanos. En ella protesta Justino contra la condenación de los cristianos por razón de su religión o de falsas acusaciones. Después de demostrar que es injusto acusarles de ateísmo y de inmoralidad insiste en que no sólo no son un peligro para el Estado, sino que son ciudadanos pacíficos, cuya lealtad al emperador se basa en sus mismos principios religiosos. Hacia el fin, describe el apologeta el rito del bautismo y de la misa dominical, incluyendo el banquete eucarístico y la distribución de limosnas. El tercer libro de Justino es una defensa del cristianismo en contraste con el judaismo, bajo la forma de un diálogo con un judío llamado Trifón. Parece que san Ireneo utilizó un tratado de Justino contra la herejía.


Las actas del juicio y del martirio de san Justino son uno de los documentos más valiosos y auténticos que han llegado hasta nosotros. El prefecto romano, Rústico, ante el que comparecieron Justino y sus compañeros, los exhortó a someterse a los dioses y a obedecer a los emperadores. Justino replicó que no era un delito obedecer a la ley de Jesucristo:


Rústico: ¿En qué disciplina estás especializado?

Justino: Estudié primero todas las ramas de la filosofía; acabé por escoger la religión de Cristo, por desagradable que esto pueda ser para los que se hallan en el error.

Rústico: Pero, debes estar loco para haber escogido esa doctrina.

Justino: Soy cristiano porque en el cristianismo está la verdad.

Rústico: ¿En qué consiste exactamente la doctrina cristiana?

Justino le explicó que los cristianos creían en un solo Dios, creador de todas las cosas y que confesaban a su hijo, Jesucristo, anunciado por los profetas, quien había venido a salvar y juzgar a la humanidad. Rústico preguntó entonces dónde se reunían los cristianos.


Justino: Donde pueden. ¿Acaso crees que todos nos reunimos en el mismo sitio? No. El Dios de los cristianos no está limitado a un solo lugar; es invisible y se halla en todas partes, así en el cielo como en la tierra, de suerte que los cristianos pueden adorarle en todas partes.

Rústico: Está bien. Pero dime entonces, dónde te reuniste tú con tus discípulos.

Justino: Siempre me he hospedado en casa de un hombre llamado Martín, junto a los baños de Timoteo. Este es mi segundo viaje a Roma y nunca me he alojado en otra parte. Todos los que lo desean pueden ir a verme y oírme en casa de Martín.

Rústico: Así pues, ¿eres cristiano?

Justino: Sí, soy cristiano.

Después de preguntar a los otros si eran también cristianos, Rústico dijo a Justino:


Rústico: Dime, tú que eres elocuente y crees poseer la verdad, si yo te mando torturar y decapitar, ¿crees que irás al cielo?

Justino: Si sufro por Cristo todo lo que dices, espero recibir el premio prometido a quienes guardan sus mandamientos. Yo creo que todos los que cumplen sus mandamientos permanecen en gracia de Dios eternamente.

Rústico: ¿De suerte que crees que irás al cielo a recibir el premio?

Justino: No es una simple creencia, sino una certidumbre. No tengo la menor duda sobre ello.

Rústico: Está bien. Acércate y sacrifica a los dioses.

Justino: Ningún hombre sensato renuncia a la verdad por la mentira.

Rústico: Si no lo haces, te mandaré torturar sin misericordia.

Justino: Nada deseamos más que sufrir por nuestro Señor Jesucristo y salvarnos. Así podremos presentarnos con confianza ante el trono de nuestro Dios y Salvador para ser juzgados, cuando se acabe este mundo.

Los otros cristianos ratificaron cuanto había dicho Justino. El juez los sentenció a ser flagelados y decapitados. Los mártires murieron por Cristo en el sitio acostumbrado. Algunos de los fieles recogieron, en secreto, los cadáveres y les dieron sepultura, sostenidos por la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, a quien sea dada gloria por los siglos de los siglos. Amén.


Como es natural, existe una literatura muy abundante sobre un apologeta, cuya vida y escritos plantean tantos problemas. Recomendamos a este propósito la excelente bibliografía que da G. Bardy en su artículo Justin en DTC, vol. vm (1924), ce. 2228/2277. Fuera del hecho de su martirio, todo lo que sabemos acerca de San Justino se reduce a lo que él mismo nos cuenta en su «Diálogo con Trifón». San Ireneo, Eusebio y san Jerónimo, mencionan a san Justino, pero apenas añaden algún dato nuevo. El texto de las actas de su martirio se halla en Acta Sanctorum (junio, vol. I). En casi todas las colecciones modernas de actas de los mártires, se encuentran las actas de san Justino. Es curioso que en Roma no se conserve ninguna huella del culto a san Justino; su nombre no se halla ni en el calendario filocaliano ni en el Hieronymianum.



Fuente: eltestigofiel.org

Adaptación propia

Jueves de la VII Semana de Pascua. Lecturas


Hch 25,13-19: En aquellos días, el rey Agripa y Berenice llegaron a Cesarea para cumplimentar a Festo. Como se quedaron allí bastantes días, Festo expuso al rey el caso de Pablo, diciéndole: «Tengo aquí un hombre a quien Félix ha dejado preso y contra el cual, cuando fui a Jerusalén, presentaron acusación los sumos sacerdotes y los ancianos judíos, pidiendo su condena. Les respondí que no es costumbre romana entregar a un hombre arbitrariamente; primero, el acusado tiene que carearse con sus acusadores, para que tenga ocasión de defenderse de la acusación. Vinieron conmigo, y yo, sin dar largas al asunto, al día siguiente me senté en el tribunal y mandé traer a este hombre. Pero, cuando los acusadores comparecieron, no presentaron ninguna acusación de las maldades que yo suponía; se trataba solo de ciertas discusiones acerca de su propia religión y de un tal Jesús, ya muerto, que Pablo sostiene que está vivo».


Jn 16,23-33: Dijo el Señor a sus discípulos: «En verdad, en verdad os digo: si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa. Os he hablado de esto en comparaciones; viene la hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que os hablaré del Padre claramente. Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios. Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre». Le dicen sus discípulos: «Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que has salido de Dios». Les contestó Jesús: «¿Ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre. Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí».



Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

31/05 - La Santa Virgen Petronila, Hija del Apóstol Pedro


Petronila es llamada también con los nombres de Perina, Petronela y Pernela.


Petronila es presentada por la tradición como hija de san Pedro. Su máximo anhelo es padecer por Jesús, que tanto quiso padecer por ella. Una extraña enfermedad la mete en cama con agudísimos dolores imposibles de aliviar; pero su semblante alegre y su actitud llena de optimismo demuestran a todos los que van a visitarla la aceptación voluntariosa y complacida de Petronila que, por fin, puede sufrir algo por su Señor. Se prolonga por mucho tiempo la postración. Entre los creyentes romanos se empiezan a correr rumores; ¿cómo es posible conciliar tamaño sufrimiento de Petronila con la actitud permisiva del padre Pedro, si es verdad que solo su sombra llegaba a curar a enfermos, hace unos años, en Jerusalén?, ¿será que Pedro ha perdido virtud?, ¿será esto una muestra de falta de cariño?, ¿no deben preocuparse los padres por la salud de los hijos?… Un día, Pedro reúne a una gran multitud de creyentes en Cristo en su casa y manda con imperio a su hija: «Petronila, levántate y sírvenos la mesa». Asombrados y estupefactos contemplan a la dulce joven incorporarse del lecho y salir dispuesta al cumplimiento del encargo toda llena de facultades. Terminada su misión vuelve a la cama, recupera la enfermedad con incremento de sufrimiento y ya no se restablecerá hasta después del martirio de Pedro.


No ha hecho mella en su físico el terrible padecimiento soportado, se han rejuvenecido sus facciones y hasta se diría que se ha multiplicado la belleza previa a la enfermedad. Ahora dedica Petronila todas sus energías a la oración y a la caridad. Va solucionando problemas de cristianos irradiando continuamente el influjo benéfico ante cualquier necesidad: pobres, lisiados, enfermos, ciegos, leprosos y todo tipo de carenciales van a visitarla y salen pletóricos de felicidad. Por toda Roma corre un inmenso e imparable rumor que transmite de boca a boca la explosión de la caridad de Jesucristo patente en las obras de Petronila.


Por todo lo relatado, no es extraño el enamoramiento del joven Flaco, que se acerca con gran séquito de criados y esclavos a solicitar el consentimiento para hacerla su esposa. La reacción ahora de la virgen es de indecible sorpresa; pero guarda las formas, agradece al noble joven enamorado el honor que le hace y pide suave y dulcemente tres días para reflexionar, al término de los cuales debe Flaco enviarle sus doncellas y criadas para que la acompañen.


Todo es llanto en Petronila. Jesucristo llena su corazón; no quiere romper la unidad del amor; solo a Jesús quiere como Esposo. Pasa los tres días encerrada, en compañía de Felícula, dada al ayuno, a continua oración, penitencias y súplicas al Señor. El último día del retiro llega el presbítero Nicodemus, celebró la Liturgia, le dio la Comunión y contempló cómo moría Petronila al pie del altar consumida de amor.


Las criadas de Flaco que ya esperaban jubilosas trocaron el cortejo de nupcial en fúnebre para llevarla a enterrar.


Fue ejemplar la actitud de una mujer cristiana de los primeros tiempos que supo ser paciente en la enfermedad, que descubrió en sus padecimientos la ocasión de participar de los redentores de Jesucristo a quien amó por encima de todas las cosas y en cualquier situación, que por ello no descuidó la caridad con los demás, que ese estilo de vida tiene gran repercusión sobrenatural en el cuerpo social y que fue enterrada en el cementerio que había en el camino de Ardi, allí donde luego se construyó una iglesia con su nombre.



Fuente: eltestigofiel.org

Adaptación propia

31/05 - Hermias el Mártir de Comana


El Santo Mártir de Hermias vivió en la Comana de Capadocia en tiempos del emperador romano Marco Aurelio, también llamado Antonino (161-180), o en el de Antonino Pío (138-161)  Había formado parte de las tropas del César desde muy joven y rápidamente se distinguió por su valentía, su destreza y su espíritu de lucha, lo cual obtuvo debido a su fe en Jesucristo.


Durante el reinado de Marco Aurelio (138-161 d.C.) estalló una gran persecución contra los cristianos. Hermias fue de los primeros en ser detenidos, siendo ignorados sus grandes servicios a la nación y su respetada avanzada edad. Fue llevado ante frente al Dux Sebastián, quien le ordenó ofrecer sacrificios a los ídolos. Pero el santo, inquebrantable e inmutable, se negó a traicionar a su Señor y sacrificar a los extraños ídolos paganos. 


Con la dulzura que le caracterizaba, respondió a las solicitudes de los tiranos: "Sería muy absurdo, respetado señor, abandonar la luz y preferir la oscuridad, abandonar la verdad y abrazar la mentira, renunciar a la vida y preferir la muerte. Sería absurdo al final de mi vida perder estos preciosos bienes." Entonces, lleno de ira, el Dux ordenó que lo torturasen duramente. Primero le golpearon en la cara, luego le cortaron la piel y finalmente le arrancaron los dientes. Después le arrojaron a un horno de leña. Cuando fue abierto el horno tres días después, con la intervención y con la gracia de Dios, el Santo salió sano y salvo de toda aquella terrible tortura.


El gobernador Sebastián ordenó a cierto mago que envenenara a Hermias con una poción. La bebida venenosa no hizo daño al santo. Una segunda copa con un veneno aún más fuerte tampoco logró matar al Santo. El mago, asombrado de que Hermias todavía estuviese vivo, creyó en Cristo el Salvador, siendo decapitado de inmediato. Este mago, cuyo nombre no conocemos, fue bautizado con su propia sangre y recibió la corona del martirio.


Hermias fue sometido a torturas aún más terribles. Le rompieron los tendones, le arañaron el cuerpo con instrumentos afilados, lo arrojaron en aceite hirviendo y le sacaron los ojos, pero fue salvo gracias al Señor Jesucristo. Luego suspendieron al mártir cabeza abajo. Durante tres días estuvo colgado en esta posición. Las personas enviadas por el gobernador para verificar su muerte lo encontraron vivo. Atacados por el milagro, fueron cegados por el miedo y comenzaron a pedir al Santo ayuda. El santo mártir ordenó a los ciegos acercarse a él, y los sanó en el nombre de Jesucristo.


Enojado, el gobernador ordenó que se despellejara la piel del cuerpo del santo, pero él siguió vivo. Entonces el enloquecido Sebastián lo decapitó con su propia espada, regalándole la corona de la gloria en el año 160 d.C. 


Más tarde, los cristianos enterraron secretamente el cuerpo del mártir Hermias, cuyas reliquias otorgaron numerosas curaciones.



Fuente: laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com / goarch.org

Adaptación propia

Miércoles de la VII Semana de Pascua. Lecturas


Hch 23,1-11: En aquellos días, Pablo, mirando fijamente al Sanedrín, dijo: «Hermanos, yo, hasta este día, he procedido ante Dios con conciencia buena e íntegra». El sumo sacerdote Ananías ordenó a sus ayudantes que lo golpeasen en la boca. Entonces Pablo le dijo: «A ti te va a golpear Dios, muro blanqueado. Tú te sientas para juzgarme según la ley, ¿y actuando contra la ley ordenas que me golpeen?». Los presentes dijeron: «¿Insultas al sumo sacerdote de Dios?». Respondió Pablo: «Hermanos, no sabía que era sumo sacerdote, pues está escrito: No hablarás mal del jefe de tu pueblo». Pablo sabía que una parte eran fariseos y otra saduceos y gritó en el Sanedrín: «Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo, se me está juzgando por la esperanza en la resurrección de los muertos». Apenas dijo esto, se produjo un altercado entre fariseos y saduceos, y la asamblea quedó dividida. (Los saduceos sostienen que no hay resurrección ni ángeles ni espíritus, mientras que los fariseos admiten ambas cosas). Se armó un gran griterío, y algunos escribas del partido fariseo se pusieron en pie, porfiando: «No encontramos nada malo en este hombre; ¿y si le ha hablado un espíritu o un ángel?». El altercado arreciaba, y el tribuno, temiendo que hicieran pedazos a Pablo, mandó bajar a la guarnición para sacarlo de allí y llevárselo al cuartel. La noche siguiente, el Señor se le presentó y le dijo: «¡Ánimo! Lo mismo que has dado testimonio en Jerusalén de lo que a mí se refiere, tienes que darlo en Roma».


Jn 16,15-23: Dijo el Señor a sus discípulos: «Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará. Dentro de poco ya no me veréis, pero dentro de otro poco me volveréis a ver». Comentaron entonces algunos discípulos: «¿Qué significa eso de “dentro de poco ya no me veréis, pero dentro de otro poco me volveréis a ver”, y eso de “me voy al Padre”?». Y se preguntaban: «¿Qué significa ese “poco”? No entendemos lo que dice». Comprendió Jesús que querían preguntarle y les dijo: «¿Estáis discutiendo de eso que os he dicho: “Dentro de poco ya no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver”? En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre. También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Ese día no me preguntaréis nada. En verdad, en verdad os digo: si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará».



Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

30/05 - Macrina la Anciana, Abuela de San Basilio el Grande


Poco se sabe de su vida, salvo lo que sus nietos escribieron y el elogio que le dedica San Gregorio Nacianceno en su vida de San Basilio Magno. Fue mujer de San Basilio, y madre de San Basilio el Teólogo, obispo, quien estaba casado con Santa Emmelia, diaconisa. Por tanto, abuela de los santos Macrina la JovenSan Basilio MagnoSan Gregorio de Nisa y San Pedro de Sebaste.


Se cree que su familia fue convertida al cristianismo por el gran San Gregorio Taumaturgo,apóstol de Neocesarea. Las crónicas, piadosas, dicen que cuando este llegó a la región, solo había 17 cristianos y al morir, sólo 17 paganos.


Macrina se casó muy joven con Basilio, piadoso cristiano. Fueron devotos y caritativos con los pobres. Ambos pagaron pronto el precio de ser cristianos, pues padecieron bajo el emperador Diocleciano, por lo que huyeron a las colinas del Ponto, junto al Mar Negro, donde vivieron en absoluta pobreza, al ser confiscados todos sus bienes, que eran muchas. Allí dos cabras bajaron de lo alto de los montes y se ofrecieron para ser compañía y alimentarles. Cuando terminó la persecusión, siete años después, regresaron a casa, donde fueron recibidos con alegría, y considerados confesores de la fe.


Su hijo Basilio el Teólogo nació en la persecusión, y Macrina fue su ejemplo de firmeza en la fe. Ejemplo que luego de la paz de la Iglesia, lograda con el Emperador San Constantino, este ejemplo se extendió a toda la familia. Su hijo Basilio casó con Emmelia y tuvieron diez hijos, de los que ya vimos que cuatro son considerados santos.


Macrina influyó notablemente en la formación de sus nietos mayores, especialmente en Basilio y Macrina (la joven). Les enseñó la piedad, la caridad y el ardor de la fe. Y lo dice el mismo Basilio en el panegírico que le dedicó a su abuela.


Santa Macrina sobrevivió a su marido, aunque no consta el año de la muerte de este. Ella murió en el 340.



Fuente: religionenlibertad.com

30/05 - Isacio (Isaac), Abad del Monasterio de Dalmato


San Isaac era un ermitaño oriental de habla griega que vivía en el desierto de Siria y vivió durante el reinado del Emperador Valente, que era partidario de los arrianos. Valente había ayudado a los arrianos de Constantinopla en sus persecuciones a los ortodoxos, lo que incluía expulsar a los obispos ortodoxos y cerrar ciertas iglesias mientras entregaban otras a los arrianos.


En el momento de su encuentro con Isaac en Constantinopla, Valente y su ejército iban de camino para luchar contra un ejército de godos que había marchado desde el Danubio hacia Tracia. El historiador Teodoreto dice entonces lo siguiente:


"Se relata que Isaac, que vivía como monje en Constantinopla, cuando vio a Valente marcharse con sus tropas, gritó en voz alta: '¿A dónde vas, oh emperador? ¿Para luchar contra Dios, en lugar de tenerlo a Él como tu aliado? Es Dios mismo quien ha alentado a los bárbaros contra ti, porque has movido muchas lenguas para blasfemar contra Él y has expulsado a Sus adoradores de sus sagradas moradas. Deja de hacer batalla y detén la guerra. Devuelve a los rebaños a sus excelentes pastores y ganarás la victoria sin problemas, pero si luchas sin hacerlo, aprenderás por experiencia lo difícil que es dar coces contra el aguijón. Nunca regresarás y será destruido tu ejército". Luego, en un arrebato, el emperador respondió: "Regresaré y te mataré, y así recibirás un castigo exacto por tu profecía mentirosa". Pero Isaac, sin inmutarse por la amenaza, exclamó: "Si lo que yo digo es falso, mátamr" (Eccl. Hist. Bk. 4, Capítulo 31).


En una ocasión en que Isaac cogió la brida del corcel en que el emperador cabalgaba por las afueras de la ciudad, Valente ordenó a sus hombres que arrojasen al profeta en un pantano. Isaac escapó milagrosamente, pero como volviese a repetir su profecía, fue encarcelado. La profecía se cumplió poco después, ya que Valente fue derrotado y murió en la batalla de Andrinópolis. Teodosio, el sucesor de Valente, devolvió la libertad a San Isaac, a quien profesó siempre gran veneración.


El 9 de agosto de 378, el ejército de Valente se enfrentó a los godos en lo que más tarde se conocería como la Batalla de Adrianópolis. Los godos derrotaron por completo al ejército romano, y Valente huyó al campo con sus generales. Valente y sus generales se refugiaron en un granero lleno de paja, que los godos rodearon y prendieron fuego; el emperador pereció tal como Isaac había predicho.

 

Después de que Valente fuera confrontado por Isaac y lo enfureciera con su profecía, el emperador había a Isaac para que lo castigaran a su regreso, que nunca tendría lugar. Algunos de los soldados que sobrevivieron a la batalla llegaron a la celda de la prisión de Isaac y le dijeron: "Prepárate para hacer tu defensa ante el emperador, que viene a cumplir lo que habló contra ti". Isaac respondió con calma: "Ya han pasado siete días desde que olí el hedor de sus huesos, que se quemaron en el fuego".


El emperador ortodoxo Teodosio I sucedió a Valente. Habiendo oído hablar de la profecía de Isaac y su cumplimiento, Teodosio lo liberó de la prisión y lo convocó a comparecer ante él. El emperador se postró ante el anciano monje, pidiéndole perdón. Teodosio hizo lo que Isaac le había pedido a Valente, y también expulsó a los arrianos de la ciudad por su persecución de los ortodoxos.


Habiendo restaurado la paz a la Iglesia en Constantinopla, Isaac quiso regresar a su vida en el desierto. Sin embargo, fue persuadido para permanecer en Constantinopla. Un aristócrata rico llamado Saturnino construyó un monasterio para Isaac dentro de la ciudad, donde vivió la lucha ascética, obrando muchos milagros. Isaac también es conocido por su celoso testimonio de la fe ortodoxa en el Segundo Sínodo Ecuménico, convocado en Constantinopla en 381.

 

Hacia el final de su vida, confió el liderazgo de su monasterio a su discípulo más cercano, Dalmato (3 de agosto). Se cree que el monasterio fundado por Isaac tomó su nombre de este Dalmato. Sin embargo, según otra tradición, su monasterio fue construido originalmente por Dalmato el Patricio, un sobrino del emperador Constantino el Grande, y recibió su nombre. Otros sostienen que recibió su nombre de ambos, y es por eso que su nombre en griego está en plural, "Dalmatoi" en lugar de “Dalmatos”.


Habiendo llegado a una avanzada edad, San Isacio durmió en paz. Algunas autoridades creen que murió en 383, aunque otros sitúan su muerte alrededor de 396. La vida escrita por San Juan Crisóstomo incluye la mención de San Isaac vivió en el siglo V. 


Según Zonaras, el emperador iconoclasta Constantino Coprónimo posteriormente convirtió el Monasterio de Dalmato en un cuartel: "Y en cuanto al Monasterio llamado Dalmato, que es el más antiguo de todos los de Constantinopla, después de haber expulsado a los monjes, [el Emperador] hizo de él un cuartel para soldados "(Crónica, XV, 8). El Tercer Sínodo Ecuménico elevó a su abad al rango de archimandrita y exarca de los prominentes monasterios de la ciudad imperial.


El Zar Pedro el Grande de Rusia (que reinó entre 1682 y 1725), cuyo cumpleaños se celebraba el día de la fiesta de San Isaac, el 30 de mayo, adoptó a Isaac como el santo patrón de la dinastía Romanov. La catedral de San Isaac en la ciudad de San Petersburgo está consagrada a su honor. Es la basílica rusa más grande y la cuarta catedral más grande del mundo.



Fuente: laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com / goarch.org

Traducción del inglés y adaptación propias

Martes de la VII Semana de Pascua. Lecturas


Hch 21,26-32: En aquellos días, Pablo tomó consigo a aquellos hombres y, al día siguiente, habiéndose purificado con ellos, entró en el templo para avisar cuándo se cumplían los días de la purificación y cuándo había que presentar la ofrenda por cada uno de ellos. Cuando estaban para cumplirse los siete días, los judíos de Asia, que lo vieron en el templo, alborotaron al gentío y agarraron a Pablo, gritando: «¡Auxilio, israelitas! Este es el hombre que va enseñando a todos por todas partes contra nuestro pueblo, contra nuestra ley y contra este lugar; e incluso ha llegado a introducir a unos griegos en el templo, profanando este lugar santo». Era que antes habían visto con él por la ciudad a Trófimo, el de Éfeso, y pensaban que Pablo lo había introducido en el templo. El revuelo cundió por toda la ciudad, y hubo una avalancha de gente; agarraron a Pablo, lo sacaron a rastras fuera del templo e inmediatamente cerraron las puertas. Y estando ellos a punto de matarlo, dijeron al tribuno de la cohorte: «Toda Jerusalén anda revuelta». Inmediatamente cogió soldados y centuriones y bajó corriendo hacia donde estaban ellos, que, al ver al tribuno y a los soldados, dejaron de golpear a Pablo.


Jn 16,2-13: Dijo el Señor a sus discípulos: «Llegará una hora cuando el que os dé muerte pensará que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Os he hablado de esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que yo os lo había dicho. No os dije estas cosas desde el principio porque estaba con vosotros. Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: “¿Adónde vas?”. Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré. Y cuando venga, dejará convicto al mundo acerca de un pecado, de una justicia y de una condena. De un pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque me voy al Padre, y no me veréis; de una condena, porque el príncipe de este mundo está condenado. Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena».



Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

29/05 - Teodosia la Hosiomártir de Constantinopla


Este artículo pretende dar a conocer una Santa ciertamente poco conocida por los cristianos occidentales, pero que para los bizantinos es una de los principales mártires de los iconoclastas, es decir, que perdieron la vida o padecieron en defensa de la veneración de las sagradas imágenes.


Teófanes el Cronógrafo es quien nos ha hecho llegar la información de que Santa Teodosia vivió y murió en tiempos de León III Isáurico (717-741); este testimonio es más fiable que los propios Sinaxarios, que la colocaron en tiempos de Constantino V, el hijo de León.


Este relato nos dice que nació en Constantinopla, hija de padres piadosos, después de que sus padres pasaron años rezando por un hijo, por eso le dieron ese nombre, que en griego significa “don de Dios”. Con siete años quedó huérfana de padre y su madre se recogió, con ella, en un monasterio de la ciudad, donde despertó su amor por la vida consagrada. Dotada de un gran fervor religioso, a la muerte de su madre profesó como religiosa en el monasterio de Santa Anastasia en Constantinopla, tras haber distribuido todo el dinero obtenido de la venta de sus bienes a los pobres y haberse guardado únicamente aquello necesario para la elaboración de sagrados iconos, oficio al cual se dedicaba, siendo sus favoritos los iconos de la Theotokos (Virgen María) y de la mártir Santa Anastasia, titular de su convento.


Pero cuando el emperador León Isáurico subió al trono, habilitó un edicto para la destrucción de las imágenes sagradas en todo el Imperio Bizantino. En aquellos tiempos se inició la lucha iconoclasta contra el culto de las imágenes, pero Teodosia hizo gala de valentía, participando en algunas manifestaciones a favor de este culto. El 29 de enero del año 729, el patriarca Anastasio -que había sido nombrado por el emperador en sustitución del legítimo patriarca Germán y que también era de tendencias iconoclastas- siguiendo órdenes del emperador, mandó que fuera retirado y destruido un icono del Salvador que decoraba las Puertas Broncíneas de la ciudad -en la entrada del palacio denominada Chalce-, y que según dicen, llevaba allí colgado nada menos que 400 años.


Cuando Teodosia supo la afrenta que se iba a cometer contra la sagrada imagen, reunió algunas monjas compañeras suyas y se comprometieron a sustraerla y protegerla. Pero para cuando llegaron, ya hallaron al encargado de turno encaramado a una escalera y tratando de descolgar el icono. En un arrebato de indignación, las monjas se arrojaron sobre la escalera y la derribaron. El funcionario se mató de la caída. No contentas con ello, Teodosia y las monjas comenzaron a arrojar piedras contra el Patriarca Anastasio, allí presente, y no pararon hasta que lo mataron y lo dejaron tendido en el suelo con la cabeza abierta y los sesos desparramados.


Como era de esperar, el emperador León mandó detener a Teodosia y darle castigo por su acción. Encerrada en la cárcel, recibió cada día 100 latigazos, llegando a estar siete días así, con un total de 700 latigazos. Al octavo día la sacaron desnuda a la calle y de esta guisa la hicieron correr por las calles de la ciudad; si tropezaba, se caía o se paraba, era brutalmente apaleada por los soldados que la rodeaban. Finalmente, cuando exhausta de agotamiento y dolor no pudo dar un paso más, uno de esos soldados la remató atravesándole la garganta con el cuerno de un carnero previamente afilado.


El cuerpo de Teodosia fue devotamente recogido por los fieles y enterrado en el monasterio de Santa Eufemia, cerca de Deixocratis, en el Cuerno de Oro de la ciudad. Desde entonces ha recibido la veneración sin ambages del pueblo bizantino, que la considera una auténtica mártir de los iconoclastas.


La iglesia en la que fue sepultada la mártir, como he dicho, estaba dedicada a Santa Eufemia, pero cuando allí colocaron su cuerpo, le pusieron su nombre. El 28 de mayo de 1435, la ciudad se rindió a las tropas otomanas, que asaltaron la iglesia, capturaron y vendieron como esclavos a los que estaban allí reunidos en oración, y las reliquias de la Santa fueron arrojadas a los perros, de suerte que se han perdido. Actualmente, la iglesia que albergó su cuerpo está convertida en mezquita y se llama Gül-Djami (“la mezquita de la rosa”).


Meldelen



Fuente: preguntasantoral

Adaptación propia

29/05 - Teodora la Hosiomártir de Tiro


Cuando una joven doncella expresó su simpatía por algunos mártires Cristianos que estaban a punto de morir, fue arrestada inmediatamente. En el plazo de dos horas se la encontró culpable de una serie de acusaciones y sometida a torturas increíbles –simplemente porque les había pedido a los mártires que la tuviesen presente en sus oraciones.


El nombre de esta joven virgen era Teodosia, y estuvo destinada a sufrir por Jesucristo en Abril del año 307 d.C.. Los crímenes contra esta niña que aún no había cumplido los dieciocho años tuvieron lugar en la ciudad Palestina de Cesarea, bajo el reino del despiadado Gobernador Romano Provincial Urbano.


Nacida en la bella ciudad costera de Tiro, en la antigua Fenicia (hoy en día parte del moderno Líbano) alrededor del año 290, la Mártir Santa Teodosia, de 17 años de edad, era una piadosa y correcta joven que no soportaba ver gente tratada con crueldad.


El Domingo de Resurrección de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo se enteró de que varios jóvenes Cristianos habían sido apresados en Cesarea, ciudad donde vivía con su familia. Actuando impulsivamente, la considerada joven se aproximó a las víctimas con la esperanza de ofrecer un poco de consuelo a esos valientes creyentes que estaban a punto de recibir su sentencia de muerte. Los encontró encadenados unos a otros y sentados en en el piso del calabozo. Mojados, con frío y tiritando, estaban rezando y suplicando fortaleza para poder soportar su castigo, ante lo cual la doncella se conmovió profundamente por su ruego. Habían sido capturados por los soldados bajo el mando del Emperador Romano Maximino, que era duro de corazón y que en ese entonces se encontraba persiguiendo a los Cristianos a lo largo de las provincias del Oriente Medio. Los jóvenes Cristianos –que habían despertado la lástima de Teodosia- serían torturados y asesinados por Urbano, el Gobernador. Este despiadado tirano era conocido en todo lugar por su despiadada eficacia eliminando a los seguidores de Jesucristo. Cuando se anunció la decisión de Urbano, en ese Domingo de Resurrección diecisiete siglos atrás, la alegre Teodosia expresó claramente sus sentimientos –llamando con fuerte voz a los Cristianos condenados y pidiéndoles que la recordasen en el Paraíso y que hablasen bien de ella ante el Señor. Sin embargo esto no le pareció bien al Gobernador, quien ordenó inmediatamente a sus soldados capturar a esta infractora de la ley. Llevada ante su trono, algunos minutos después, ella se negó a admitir que había hecho algo malo. Y cuando se le ordenó adorar a los ídolos romanos con la finalidad de probar que no albergaba secretas simpatías Cristianas, la joven Teodosia se negó a cumplir. El Gobernador se quedó mirándola sorprendido. “Que así sea”. Con un movimiento de su mano señaló a sus verdugos que la amarrasen y se la llevasen. Lo que siguió a continuación es muy difícil de contar: la joven fue apuñalada repetidamente en sus costillas y en sus senos. Además fueron quebrados sus huesos en varios lugares por matones cuatro veces más grandes que ella. Sin embargo, no lloró y ciertamente que no cedió en su posición. Con sus ojos cerrados y con una mano en su corazón comenzó a rezar fervientemente al Señor Dios Jesucristo, a quien  ahora ella reconocía completamente como su propio Salvador.


Enfurecido por su negativa a reconocer su presencia, el homicida Gobernador Urbano se decidió rápidamente a tomar las medidas más extremas. Muy pronto sus verdugos traspasaron con espadas sus intestinos al tiempo que doblaban sus extremedidades en diferentes direcciones hasta el punto que los mismos soldados se encontraron a sí mismos haciendo muecas de dolor ante el sonido de los huesos rotos. Sin embargo su espíritu no se quebró. Tan grande era su fe en el Salvador que con cada respiro ella rezaba con mayor intensidad. El Gobernador Urbano la observaba y su cólera era una cosa terrible de presenciar. Al final decidió darle una última oportunidad para salvarle la vida. Inclinándose hacia adelante hasta poner su rostro burlón muy cerca del suyo le hizo la pregunta que podría salvarla de la muerte. “¿Por lo menos te inclinarías una sola vez ante los ídolos de Roma?”. Ella permaneció inmóvil por algunos segundos y luego, con lo último de energía que le quedaba, negó con su cabeza. Con una voz que era difícilmente más alta que un susurro le dijo al más poderoso gobernador en toda Palestina, según está registrado en los relatos de su martirio: “No se equivoque, no se engañe, pero ha de saber lo siguiente: se me ha concedido tomar parte en el coro de los santos mártires de Dios.”


El Gobernador ya había visto suficiente. Con una maldición terrible y un gesto violento ordenó que fuese arrojada a las aguas turquesas del océano que flanqueaban las bellas playas de Cesaréa. Allí se ahogó rápidamente y muy pronto su cuerpo maltratado se hundió en las profundidades del Mar Mediterráneo. Ella se había ido a un mundo mejor, a una mejor vida.


Por la vida de esta Santa Virgen y Mártir Teodosia, podemos ver como Dios algunas veces pide el sacrificio final, aun de sus hijos inocentes. Sin embargo, también provee la fortaleza necesaria para superar esas terribles pruebas, y uno de los consuelos que recibimos es el saber que una gran santa como la Virgen Mártir Teodosia vive hoy en el reino bendito que está más allá de toda pena, dolor y que está lleno de gozo triunfante.



Fuente: laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com

Adaptación propia