Arriano, prefecto de la Tebaida, en el Alto Egipto, aplicó con particular severidad los crueles edictos persecutorios de Diocleciano. Entre sus víctimas se contaron los jóvenes esposos Timoteo y Maura.
Timoteo era lector en la iglesia de Penapeis, cerca de Antinoe y, tanto él como su esposa, se dedicaban con ardor al estudio de la Sagrada Escritura. Veinte días después de su matrimonio, Timoteo fue conducido ante el gobernador, quien le ordenó que entregase los libros sagrados para quemarlos públicamente. «Considero que los libros de los cristianos son mis propios hijos, sobre ellos estoy establecido, y a través de estos estoy protegido por los Ángeles». El poder del significado divino y las palabras escritas en estos libros invitaron a los Santos Ángeles a ayudarlo. Como se negase a ello, los verdugos le introdujeron hierros candentes en las orejas, le cortaron los párpados y le aplicaron otras torturas.
Al ver que Timoteo permanecía inconmovible, el gobernador mandó llamar a Maura para que le hiciese flaquear en su resolución y persuadiera a su marido a adorar a los ídolos. «He escuchado que solo han pasado veinte días desde que te casaste con tu desgraciado esposo Timoteo; ve, por lo tanto, a persuadirlo para que obedezca mis palabras, para que no pierdas a tu esposo». Pero ella también se confesó cristiana y dijo que estaba pronta a morir con su esposo. Por ello le arrancaron el pelo de la cabeza, le cortaron los dedos de las manos y la metieron en un caldero hirviente. «Su caldero, oh gobernador -dijo ella-, está muy frío, y si no tiene leña para calentarla, devuélvame a mi padre, y recibirá toda la que quiera». Esto dejó al gobernador asombrado, por lo que se acercó a ella, estiró sus manos y le dijo a la santa: «Trae un poco de agua de la caldera y échala sobre mis manos». Acto seguido, la Santa derramó un poco de agua en las manos y la cara del gobernador, e inmediatamente la piel de sus manos y de su cara se desprendió. Enfurecido por esto, ordenó rociar unas antorchas con alquitrán y brea, y que la Santa fuera quemada con ellas. La Santa dijo: «Estoy muy asombrada contigo, oh gobernador. Porque no pudiste derrotarme con la caldera con agua hirviendo, ahora crees que puedes quemarme con una o dos antorchas». Luego los verdugos le arrancaron los cabellos.
El impío Arriano estaba perdido por esto, por lo que ordenó que los dos Santos fueran crucificados uno frente al otro. Los valientes atletas de Cristo permanecieron en la cruz durante nueve días, animándose el uno al otro, para que puedieran soportar los tormentos y no desmayarse. Así los benditos entregaron sus almas en las manos de Dios en el décimo día, recibiendo de Él las coronas inmarcesibles del martirio.
Mientras los santos estaban en la cruz, vino el diablo, y en su imaginación le dio a Santa Maura una taza llena de miel y leche. Por sus oraciones la santa lo rechazó. También le mostró a la Santa un río que fluía con leche y miel, y la instó a beber. Ella le dijo al diablo: «No quiero beber de estas cosas corruptibles, sino de la copa de la vida inmortal preparada por Cristo». Por esto el diablo fue derrotado, y se retiró. Un Ángel del Señor también se acercó a ellos, tomó de la mano a Santa Maura e hizo aparecer su alzamiento al cielo, mostrándole un trono brillante, con una vestidura blanca sobre el trono y una corona, y la dijo: «Estos están preparados para ti». Luego la llevó a un lugar más alto y le mostró otro trono, y otra prenda mucho más hermosa, y otra corona, y le dijo: «Estas están preparadas para tu esposo. La diferencia entre el trono superior e inferior es clara, porque tu esposo se convirtió en el benefactor de tu salvación, y no tú en él».
Los esposos recibieron la palma del martirio en el reinado de Diocleciano (284-305).
Fuente: goarch.org / eltestigofiel.org / laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com
Traducción del inglés y adaptación propias