El Venerable Simeón el Estilita de la Montaña Milagrosa, el milagroso, conocido también como San Simeón Estilita «el Joven» para distinguirlo de su homónimo anterior Simeón el Estilita y de Simeon el Estilita III, vivió en la época del emperador Justino II (574 d.C.). Procedía de Edesa, aunque nació en Antioquía de Siria. Su madre era una mujer llamada Marta, que fue venerada como santa. Su padre, natural de Edesa, pereció en un terremoto cuando Simeón tenía cinco años. Sin embargo su madre Marta sobrevivió, ya que estaba fuera de la ciudad Simeón, que había ido a adorar en la iglesia de San Esteban. Desde entonces, con temor de Dios, Marta crió a su hijo.
Desde entonces, se contaban cosas extrañas sobre el chiquillo, quien acabó por alejarse de su ciudad natal y anduvo errante por las montañas hasta llegar a un pequeño monasterio en el que se refugió y, por expreso deseo, se puso bajo la guía y la tutela de un estilita muy conocido que se llamaba Juan. Durante el resto de su vida, el ermitaño se ocupó de Simeón, quien también construyó su pilar cerca del de su maestro.
Desde la edad de siete años, antes de haber perdido sus dientes de leche, Simeón estableció su morada en la columna. Muy pronto la fama de su excentricidad, de su santidad y de sus poderes para realizar milagros, se extendió tanto que, para evitar la constante visita de peregrinos, Simeón se retiró a vivir en la cumbre de una roca, sobre una montaña inaccesible que llegó a conocerse con el nombre de Monte de Maravillas. Por entonces, tenía veinte años. Una década después, como resultado de una visión, estableció un monasterio para sus discípulos y mandó levantar una nueva columna para él mismo, a la que fue conducido, solemnemente, por dos obispos.
De esta manera extraordinaria, pero auténtica sin duda, vivió Simeón durante otros cuarenta y cinco años. De vez en cuando, se trasladaba a otro pilar. Cuando tenía treinta y tres años, fue ordenado sacerdote, sin haber bajado de su columna, puesto que el obispo subió para hacerle la imposición de manos. Al parecer, sobre la columna había una plataforma de amplitud suficiente para que Simeón pudiese celebrar la misa ahí mismo; sus discípulos ascendían por una escalera para recibir la comunión de sus manos. En los registros de su historia se afirma que Dios manifestó la santidad de su siervo con el don de hacer milagros, sobre todo la curación de enfermos, el vaticinio de las cosas por venir, y el conocimiento de los pensamientos secretos de los demás. Es de destacar que San Simeón fue dignificado con el carisma de la predición y de la curación de todo tipo de enfermedad. De este modo, predijo la muerte de su maestro, la "dormición" del Arzobispo Efrén (545 d.C.), los terremotos de Antioquía y Constantinopla (557 d.C.) y otros eventos. Evagrio, historiador sirio, fue testigo de muchas de aquellas maravillas y asegura que experimentó por sí mismo el poder de Simeón para leer los pensamientos, cuando lo visitó para pedirle consejos espirituales.
Verdaderas multitudes procedentes de todas partes acudían a san Simeón en busca de una palabra de consuelo y con la esperanza de presenciar algún milagro o beneficiarse con él. Después de la muerte de san Juan el Estilita, ya nadie pudo restringir las austeridades a que se entregaba Simeón. Evagrio dice que se mantenía enteramente con una dieta de frutas y hortalizas. Simeón escribió al emperador Justino II para pedirle que castigase a los samaritanos que habían atacado a los cristianos de las vecindades, y san Juan Damasceno atribuye a Simeón un breve texto en que alaba la veneración a las sagradas imágenes. Hay otros escritos, homilías e himnos, que también se le atribuyen, pero sin razón suficiente. Simeón había vaticinado que Justino II sucedería a Justiniano, y a Juan el Escolástico, que llegaría a ser elegido para la sede de Constantinopla, como efectivamente lo fue.
El que haya sido un estilita desde niño y desplegara sus manifestaciones espirituales desde su tierna edad; el que llegase a vivir casi sin comer y sin dormir; sus luchas con los espíritus malignos, sus mortificaciones físicas y sus numerosos milagros, como se relata en su biografía, tienen un carácter muy especial.
El santo enfermó en mayo de 592. El patriarca Gregorio de Antioquia, al saber que agonizaba, corrió para ayudarle en sus últimos momentos; pero san Simeón murió antes de que él llegara.
Cuando cumplió cinco años, un terrible terremoto destruyó gran parte de Antioquía. Entre los muertos estaba su padre de Juan, que murió al derrumbarse el techo de su casa. Sin embargo su madre Marta sobrevivió, ya que estaba fuera de la ciudad Simeón, que había ido a adorar en la iglesia de San Esteban. Desde entonces, con temor de Dios, Marta crió a su hijo.
A una edad muy temprana, lleno de gracia y de espíritu, Simeón fue a Seleucia, cerca del monte del pueblo de Pilasa, en un famoso monasterio donde estuvo un famoso asceta llamado Juan. Junto a él, Simeón estudió las Sagradas Escrituras de manera más sistemática, centrando su ascetismo en la oración y en la humildad. Rápidamente se convirtió en un ejemplo que imitar, también para los otros hermanos del Monasterio. Él, imitando a su maestro, levantó una columna y tras subir sobre ella, permaneció rezando durante doce años.Pero el diablo, que odia el bien y el progreso espiritual de la gente, se las arregló para que un compañero suyo del monasterio sintiese tal envidia que quiso matarlo con un cuchillo. Pero de modo milagroso su mano se secó allí mismo. Simeón, hombre sin rencor, no sólo no se enojó, sino que también oró al bendito Señor para que sanara a su hermano, hecho que sucedió.
Más tarde, el Santo se retiró a la Admirable Montaña, en un lugar rocoso desierto. Allí llevó una dura vida ascética durante cuarenta y cinco años. Durmió pacíficamente y recibió dignamente le eterna bienaventuranza sobre el año 590 o 595 d.C., a la edad de ochenta y cinco años.
Es de destacar que San Simeón fue dignificado con el carisma de la predición y de la curación de todo tipo de enfermedad. De este modo, predijo la muerte de su maestro, la "dormición" del Arzobispo Efrén (545 d.C.), los terremotos de Antioquía y Constantinopla (557 d.C.) y otros eventos.
La Montaña Milagrosa, Monasterio de San Simeón el Milagroso
Teniendo como centro la columna de San Simeón el Milagroso, la cual había sido erigida en una colina entre Antioquía y Seleucia conocida como La Admirable Montaña, con una altitud de 479 m., a la derecha del Río Orontes, a unos 18 km. al oeste de Antioquía, construyó San Simeón su monasterio. Está en parte excavado sobre roca y construido en un recinto rectangular, rodeado por una gran muralla. El nuevo complejo siguió el patrón del famoso gran complejo de Qal’at Sim’an. Los espacios se organizan en torno a un octógono central, el cual rodea la columna del Santo.
El monasterio, con seguridad funcionó durante el siglo VI d.C., así como entre los siglos XI y XIII. Hoy en día existen sus ruinas y constituye uno de los complejos monásticos más importantes del norte de Siria.
LECTURAS
Col 3,12-16: Hermanos, como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta. Que la paz de Cristo reine en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados en un solo cuerpo. Sed también agradecidos. La Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dando gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados.
Mt 5,14-19: Dijo el Señor a sus discípulos: «Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos. No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos».
Fuente: eltestigofiel.org / laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com / goarch.org / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española
Adaptación propia