Hoy es la festividad de una mártir griega de curioso nombre con distintas variantes -Helicónide, Helicónides, Helcónide, Helicónida o Helcónida, y las mismas versiones sin H- que vivió en el siglo III y procedía de la ciudad de Tesalónica, aunque como veremos, pasó por dos procesos distintos y acabó sufriendo el martirio en Corinto.
El Martirologio Romano de 1956 dice textualmente el día 28 de mayo: “En Corinto, Santa Elcónida, mártir, en tiempo del emperador Gordiano. Atormentada primero bajo el presidente Perennio con varios suplicios, y de nuevo torturada por su sucesor Justino, pero librada por un ángel, por último cercenados los pechos, arrojada a las fieras, probada por el fuego y decapitada, consumó el martirio.”
Desarrollando esta breve aunque detallada referencia podremos conocer un poco mejor a la mártir que celebramos hoy, para lo cual seguiremos su passio griega.
Passio de la Santa
Según nos dice este relato, Helicónides era una virgen cristiana que vivía en Tesalónica. Durante la persecución del emperador Gordiano, en el siglo III, se había trasladado a la ciudad de Corinto, donde se dedicaba a exhortar a los habitantes para que dejaran de adorar a los ídolos insensibles y abrazaran la fe en Cristo, para que rindieran culto al verdadero Dios, Creador del universo. Es decir, que era una predicadora y que evangelizaba al pueblo.
Por estas actividades, fue arrestada por orden del procónsul Perinio, Peronio o Perennio -tampoco está claro el nombre exacto de este magistrado- el cual, admirándose de su belleza, trató de persuadirla, con halagos y amenazas, para que sacrificase a los dioses. Como ella rechazó la oferta, la entregó a los verdugos para que la torturaran, quienes la ataron por los pies a un yugo de buey y le destrozaron las plantas de los pies, la sumergieron en un caldero de plomo derretido y la atormentaron con otras atrocidades de este estilo. Pero de todo esto salió indemne gracias a la intervención de un ángel.
Temiendo que fuera una hechicera, el gobernador inventó nuevos tormentos para ella: le desollaron la cabeza, le quemaron los pechos y la cabeza con fuego, mientras ella sufría estoicamente el dolor. Peronio entonces mandó suspender el tormento y luego le propuso de nuevo que sacrificara a los dioses, prometiéndole que si lo hacía, le daría grandes honores y la nombraría sacerdotisa. Ya fuera por estar exhausta de dolor o porque ya estaba pensando en su próximo paso, la Santa pareció consentir la propuesta, así que un cortejo de sacerdotes paganos y notables de la ciudad la condujo al templo, al son de trompetas y tambores, para que todos vieran a la cristiana que iba a sacrificar.
Cuando estuvo en el templo, Helicónides pidió que la dejaran sola y, apenas lo estuvo, abatió y destruyó a todos los ídolos que se encontraban dentro (eran, concretamente, las estatuas de los dioses Palas, Júpiter y Esculapio). Pasado un rato, los sacerdotes entraron en el lugar y, al ver la destrucción cometida por la santa, se enfurecieron y maldijeron a la virgen, gritando: “¡Matad a la hechicera!”. Le dieron una paliza y la arrojaron en prisión, donde permaneció cinco días, pero no quedó abandonada a sus heridas, sino que Cristo Salvador y los santos arcángeles Gabriel y Miguel se le aparecieron para curar sus heridas.
Entretanto, a Perinio le sucedió otro procónsul no menos cruel, que se llamaba Justino, y que tampoco consiguió vencer la fe de Helicónides. La metió en un horno ardiente, pero las llamas la respetaron y quemaron a setenta soldados que estaban presentes. Fue tendida sobre un lecho ardiente de bronce, pero nuevamente, el mismo Cristo, acompañado por los arcángeles Miguel y Gabriel, se le apareció para reconfortarla y darle la comunión. Le cortaron los pechos y luego soltaron sobre ella tres hambrientos leones, que sin embargo, se acercaron mansamente a ella y se echaron a sus pies. La multitud pagana, al ver esto, en lugar de compadecerse gritaba: “¡Muerte a la hechicera!”. Como si hubieran entendido lo que la gente decía, los tres leones saltaron fueran de la arena y atacaron al público, que huyó aterrorizado. No sabiendo ya qué hacer con ella, el gobernador ordenó decapitarla. Ella marchó a su propia ejecución contenta, y oyó una voz convocándola a las moradas celestiales. Finalmente, la decapitaron, y en el instante de su muerte se obró un nuevo prodigio, pues de su cuello cortado manó leche, no sangre. Su cuerpo fue reverentemente enterrado por los cristianos.
Iconografía, culto y reliquias
Aunque el culto a la Santa ha llegado hasta hoy por menciones textuales y bibliográficas -que no por monumentos ni templos concretos, los cuales no parecen haber existido-, lo cierto es que apenas existen representaciones de ella y todas son muy recientes, representándola simplemente como una virgen mártir o aludiendo a alguna escena o secuencia de su martirio, como el elemento de la leche brotando del tajo del cuello, un elemento que comparte con Santa Catalina de Alejandría.
No he podido averiguar si actualmente se conservan reliquias suyas o dónde se veneran, tampoco su nombre, ciertamente extraño a nuestros oídos, parece haber tenido repercusión en la antroponimia actual. Siendo una desconocida en tantas fuentes antiguas, es complicado poder establecer con seguridad nada sobre ella, quedándonos tan sólo un historiado relato de martirio.
Meldelen
Fuente: preguntasantoral
Adaptación propia