Domingo de la Samaritana


En este quinto domingo después de Pascua, el Evangelio que la Iglesia nos presenta para nuestra contemplación hace referencia al diálogo que establece el mismo Cristo con una mujer samaritana que se acerca al pozo de Jacob para buscar agua. El motivo de que en este tiempo litúrgico se nos presente este texto se debe a que el miércoles anterior a este domingo celebramos la fiesta de Medio Pentecostés, es decir que nos encontramos justo en la mitad de los cincuenta días que separan la fiesta de Pascua y la de Pentecostés. Y por este motivo la Iglesia nos muestra un texto que ya nos hace reflexionar sobre el misterio que se nos manifestará en esta fiesta.


En la vigilia del domingo, en las estiqueras del lucernario de Vísperas, podemos leer: «Así llegamos a la mitad de los días que comienzan con la Resurrección salvadora y terminan con la divina fiesta de Pentecostés… La Iglesia se prepara para celebrar dignamente el alegre tiempo de estas dos fiestas sagradas”.


Gracias a la Resurrección, que es la victoria de Jesucristo sobre la muerte, la ascensión al cielo de su cuerpo resucitado y el descenso del Espíritu Santo el día de Pentecostés, fiestas que celebramos durante este período litúrgico de cincuenta días, la Iglesia queda en disposición de poder vivir el misterio que nos transmite el Evangelio de hoy.


Jesús con sus apóstoles iban de camino de Judea a Galilea, se detienen en una ciudad de Samaria llamada Sicar, donde se encuentra el pozo que Jacob dio en herencia a su hijo José, y como estaban fatigados y la hora ya era avanzada, Él se queda cerca del pozo mientras sus discípulos van a la ciudad a buscar alimentos. En esto que una mujer samaritana se acerca a sacar agua del pozo y Jesús aprovecha para pedirle agua, ante la extrañeza de la mujer de que un judío le pidiera a ella agua, ya que era samaritana, porque no se trataban los judíos con los samaritanos según nos dice el Evangelio.


En primer lugar Jesús inicia una conversación de una forma natural, pero contra todo pronóstico en el contexto donde se encontraban por las discrepancias que había entre judíos y samaritanos, pero también por la extrañeza que muestran sus apóstoles cuando lo ven hablar con una mujer. Con lo cual nos demuestra que él no sigue las órdenes establecidas, sino que va a buscar el deseo de verdad que hay escondido en nuestro corazón vengamos de donde vengamos y sean cuales sean nuestras creencias. Cuando la mujer se muestra extrañada de que un judío le pida agua a ella que es samaritana, Él aprovecha para decirle: “Si conocieras el don de Dios, y quien es el que te dice: dame de beber, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva”. Y le dice también: “Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para la vida eterna”.


La mujer recibe estas palabras frente a su presencia, le otorga una cierta autoridad, y se muestra interesada por recibir esta agua viva, pero Jesús le responde diciendo que vaya a buscar a su marido, para poner en evidencia una situación personal que en todo caso se tiene que resolver para iniciar el camino hacia recibir esta agua que Él nos ofrece. Por eso, cuando la mujer le dice que no tiene marido, Él se muestra conocedor de cuál es su situación, y le dice: “Bien has dicho que no tienes marido, porque has tenido cinco maridos y el que ahora tienes nos es marido tuyo; en eso has dicho la verdad”.La mujer queda sorprendida ante estas palabras que Jesús le manifiesta de su propia intimidad, y toma conciencia, al igual que nosotros lo tenemos que hacer, que hay cosas que tenemos que rectificar desde el principio si queremos acercarnos a esta fuente de conocimiento que el mismo Cristo nos ofrece.


Siguiendo esta conversación, ella lo reconoce como profeta y le pregunta sobre cuál es la mejor manera de adorar a Dios, porque los samaritanos lo hacen en el monte Garizim y los judíos en Jerusalén, y en respuesta Jesús le dice: “Créeme mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adorareis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad”. Y después  cuando la mujer le pregunta sobre el Mesías, Él le responde: “Yo soy, el que te está hablando”.


Con esta respuesta en primer lugar deja claro de dónde procede la economía de salvación cuando le dice: «nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos» pero al mismo tiempo nos manifiesta que la verdadera adoración trasciende cualquier espacio físico porque precisamente llega la hora, y ya estamos, nos dice, – expresando esta dicotomía entre futuro y presente, – porque su presencia nos hace partícipes ya, aquí y ahora, de este futuro donde podemos adorar al Padre en espíritu y en verdad, y superar todos los pasos intermedios que nos separan de la fuente de vida que ha dado origen a todas las cosas. Esta es el agua viva, fuente de todo conocimiento que Jesús-Cristo ofrece a la mujer samaritana y a todos nosotros, para saciar nuestra sed. Y estas son las energías increadas que se manifestarán con toda su plenitud el día de Pentecostés.


Preparémonos pues, escuchamos su palabra y pongámonos en disposición de recibir esta agua viva, para avanzar en el verdadero conocimiento que nos haga superar todos los límites de nuestra propia racionalidad, y entrar en comunión con el que es Maestro y Señor de nuestra existencia.


P. Martí Puche


LECTURAS


Hch 11,19-30: En aquellos días, los que se habían dispersado en la persecución provocada por lo de Esteban llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, sin predicar la palabra más que a los judíos. Pero algunos, naturales de Chipre y de Cirene, al llegar a Antioquía, se pusieron a hablar también a los griegos, anunciándoles la Buena Nueva del Señor Jesús. Como la mano del Señor estaba con ellos, gran número creyó y se convirtió al Señor. Llegó la noticia a oídos de la Iglesia de Jerusalén, y enviaron a Bernabé a Antioquía; al llegar y ver la acción de la gracia de Dios, se alegró y exhortaba a todos a seguir unidos al Señor con todo empeño, porque era un hombre bueno, lleno de Espíritu Santo y de fe. Y una multitud considerable se adhirió al Señor. Bernabé salió para Tarso en busca de Saulo; cuando lo encontró, se lo llevó a Antioquía. Durante todo un año estuvieron juntos en aquella Iglesia e instruyeron a muchos. Fue en Antioquía donde por primera vez los discípulos fueron llamados cristianos. En aquellos días, bajaron a Antioquía unos profetas de Jerusalén. Uno de ellos, de nombre Agabo, movido por el Espíritu, se puso en pie y predijo que iba a haber una gran hambre en todo el mundo, lo que en efecto sucedió en tiempo de Claudio. Los discípulos determinaron enviar una ayuda, según los recursos de cada uno, a los hermanos que vivían en Judea; así lo hicieron, enviándolo a los presbíteros por medio de Bernabé y de Saulo.


Jn 4,5-42: En aquel tiempo, llegó Jesús a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al pozo. Era hacia la hora sexta. Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber». Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» (porque los judíos no se tratan con los samaritanos). Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber”, le pedirías tú, y él te daría agua viva». La mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?». Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna». La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla». Él le dice: «Anda, llama a tu marido y vuelve». La mujer le contesta: «No tengo marido». Jesús le dice: «Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad». La mujer le dice: «Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén». Jesús le dice: «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que lo adoren así. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y verdad». La mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo». Jesús le dice: «Soy yo, el que habla contigo». En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: «¿Qué le preguntas o de qué le hablas?». La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente: «Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será este el Mesías?». Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él. Mientras tanto sus discípulos le insistían: «Maestro, come». Él les dijo: «Yo tengo un alimento que vosotros no conocéis». Los discípulos comentaban entre ellos: «¿Le habrá traído alguien de comer?». Jesús les dice: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así, se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene razón el proverbio: uno siembra y otro siega. Yo os envié a segar lo que no habéis trabajado. Otros trabajaron y vosotros entrasteis en el fruto de sus trabajos». En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: «Me ha dicho todo lo que he hecho». Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo».



Fuente: iglesiaortodoxa.es / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española