Hoy la Iglesia celebra el 7º domingo después de Pascua, domingo que se encuentra situado entre la fiesta de la Ascensión y la de Pentecostés, que celebraremos el próximo domingo.
El Concilio I de Nicea
El Concilio I de Nicea es el primer Concilio Ecuménico, es decir, universal, en cuanto participaron obispos de todas las regiones donde había cristianos. Tuvo lugar cuando la Iglesia pudo disfrutar de una paz estable y disponía de libertad para reunirse abiertamente. Se desarrolló del 20 de mayo al 25 de julio del año 325. En él participaron algunos obispos que tenían en sus cuerpos las señales de los castigos que habían sufrido por mantenerse fieles en las persecuciones pasadas, que aún estaban muy recientes.
El emperador Constantino, que por esas fechas aún no se había bautizado, facilitó la participación de los Obispos, poniendo a su disposición los servicios de postas imperiales para que hicieran el viaje, y ofreciéndoles hospitalidad en Nicea de Bitinia, cerca de su residencia de Nicomedia. De hecho, consideró muy oportuna esa reunión, pues, tras haber logrado con su victoria contra Licinio en el año 324 la reunificación del Imperio, también deseaba ver unida a la Iglesia, que en esos momentos estaba sacudida por la predicación de Arrio, un sacerdote que negaba la verdadera divinidad de Jesucristo. Desde el año 318 Arrio se había opuesto a su obispo Alejandro de Alejandría, y fue excomulgado en un sínodo de todos los obispos de Egipto. Arrio huyó y se fue a Nicomedia, junto a su amigo el obispo Eusebio.
Entre los Padres Conciliares se contaban las figuras eclesiásticas más relevantes del momento. Estaba Osio, obispo de Córdoba, que según la tradición presidió las sesiones. Asistió también Alejandro de Alejandría, ayudado por el entonces diácono Atanasio, Marcelo de Ancira, Macario de Jerusalén, Leoncio de Cesarea de Capadocia, Eustacio de Antioquía, y unos presbíteros en representación del Obispo de Roma, que no puedo asistir debido a su avanzada edad. Tampoco faltaron los amigos de Arrio, como Eusebio de Cesarea, Eusebio de Nicomedia y algunos otros. En total fueron unos trescientos los obispos que participaron.
Los partidarios de Arrio, que contaban también con las simpatías del emperador Constantino, pensaban que en cuanto expusieran sus puntos de vista la asamblea les daría la razón. Sin embargo, cuando Eusebio de Nicomedia tomó la palabra para decir que Jesucristo no era más que una criatura, aunque muy excelsa y eminente, y que no era de naturaleza divina, la inmensa mayoría de los asistentes notaron en seguida que esa doctrina traicionaba la fe recibida de los Apóstoles. Para evitar tan graves confusiones los Padres Conciliares decidieron redactar, sobre la base del credo bautismal de la iglesia de Cesarea, un símbolo de fe que reflejara de modo sintético y claro la confesión genuina de la fe recibida y admitida por los cristianos desde los orígenes. Se dice en él que Jesucristo es «de la substancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no hecho,homoousios tou Patrou (consustancial al Padre)». Todos los Padres Conciliares, excepto dos obispos, ratificaron ese Credo, el Símbolo Niceno, el 19 de junio del año 325.
Además de esa cuestión fundamental, en Nicea se fijó la celebración de la Pascua en el primer domingo después del primer plenilunio de primavera, siguiendo la praxis habitual en la iglesia de Roma y en muchas otras. También se trataron algunas cuestiones disciplinares de menor importancia, relativas al funcionamiento interno de la Iglesia.
Por lo que respecta al tema más importante, la crisis arriana, poco tiempo después Eusebio de Nicomedia contando con la ayuda de Constantino consiguió volver a su sede, y el propio emperador ordenó al obispo de Constantinopla que admitiera a Arrio a la comunión. Mientras tanto, tras la muerte de Alejandro, Atanasio había accedido al episcopado en Alejandría. Fue una de las mayores figuras de la Iglesia en todo el siglo IV, que defendió con gran altura intelectual la fe de Nicea, pero que precisamente por eso fue enviado al exilio por el emperador.
El historiador Eusebio de Cesarea, también cercano a las tesis arrianas, exagera en sus escritos la influencia de Constantino en el Concilio de Nicea. Si sólo se dispusiera de esa fuente, podría pensarse que el Emperador, además de pronunciar unas palabras de saludo al inicio de las sesiones, tuvo el protagonismo en reconciliar a los adversarios y restaurar la concordia, imponiéndose también en las cuestiones doctrinales por encima de los obispos que participaban en el Concilio. Se trata de una versión sesgada de la realidad.
Atendiendo a todas las fuentes disponibles se puede decir, ciertamente, que Constantino propició la celebración del Concilio de Nicea e influyó en el hecho de su celebración, prestando todo su apoyo. Sin embargo, el estudio de los documentos muestra que el emperador no influyó en la formulación de la fe que se hizo en el Credo, porque no tenía capacidad teológica para dominar las cuestiones que allí se debatían, pero sobre todo porque las fórmulas aprobadas no coinciden con sus inclinaciones personales que se mueven más bien en la línea arriana, es decir, de considerar que Jesucristo no es Dios, sino una criatura excelsa.
Los cánones
Canon 1: Sobre la admisión ayuda o expulsión de los eclesiásticos mutilados voluntaria o violentamente.
Canon 2: Reglas a tener en cuenta para la ordenación la evitación precipitaciones indebidas y la deposición de quienes son culpables de faltas graves.
Canon 3: Se prohíbe a todos los cleros tener relaciones con cualquier mujer, excepto con su madre, una hermana o una tía.
Canon 4: Relativo a las elecciones episcopales.
Canon 5: Relativo a la excomunión.
Canon 6: Relativo a los patriarcas y su jurisdicción.
Canon 7: Confirma el derecho de los obispos de Jerusalén a disfrutar de determinados honores.
Canon 8: Se refiere a los novacianos.
Canon 9: Ciertos pecados conocidos después de la ordenación implican su invalidez.
Canon 10: Lapsi quienes hayan sido ordenados maliciosa o fraudulentamente, deben ser excluidos tan pronto como se conozca la irregularidad.
Canon 11: Penitencia que debe ser impuesta a los apóstatas en la persecución de Licinio.
Canon 12: Penitencia que debe ser impuesta a quienes apoyaron a Licinio en su guerra contra los cristianos.
Canon 13: Indulgencia que debe ser otorgada a las personas excomulgadas que se encuentran en peligro de muerte.
Canon 14: Penitencia que debe ser impuesta a los catecúmenos que desfallecieron durante la persecución.
Canon 15: Obispos, sacerdotes y diáconos no pueden pasar de una iglesia a otra.
Canon 16: Se prohíbe a todos los clérigos abandonar su iglesia. Se prohíbe formalmente a los obispos que ordenen para su diócesis a un clérigo que pertenece a una diócesis distinta.
Canon 17: Se prohíbe a los clérigos que presten con interés.
Canon 18: Se recuerda a los diáconos su posición subordinada respecto a los sacerdotes.
Canon 19: Reglas a tener en cuenta respecto a los partidarios de Pablo de Samósata que deseaban retornar a la Iglesia.
Canon 20: Los domingos y durante la Pascua las oraciones deben rezarse en pie.
Las conclusiones de la sesión fueron firmadas por más de 318 Padres y esta cifra fue mantenida por razones simbólicas.
LECTURAS
En Vísperas
Gén 14,14-20: Cuando Abrán oyó que su sobrino había caído prisionero, reunió a sus hombres adiestrados, trescientos dieciocho nacidos en su casa, y emprendió la persecución de aquellos hasta Dan. De noche cayó sobre ellos con su tropa, los batió y persiguió hasta Joba, al norte de Damasco. Recuperó todas sus posesiones y se trajo también a su hermano Lot con sus posesiones, las mujeres y la tropa. Cuando Abrán volvía de derrotar a Quedorlaomer y a los reyes aliados, salió a su encuentro el rey de Sodoma en el valle de Save, o sea el valle del Rey. Entonces Melquisedec, rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo, sacó pan y vino, y le bendijo diciendo:«Bendito sea Abrán por el Dios altísimo, creador de cielo y tierra; bendito sea el Dios altísimo, que te ha entregado tus enemigos».
Dt 1,8-11;16-17: Dijo Moisés a los hijos de Israel: «El Señor nuestro Dios nos dijo en el Horeb: “Mirad: yo os entrego esa tierra; id y tomad posesión de la tierra que el Señor juró dar a vuestros padres, Abrahán, Isaac y Jacob, y a sus descendientes”. Entonces yo os dije: “Yo solo no puedo cargar con vosotros. El Señor, vuestro Dios, os ha multiplicado, y hoy sois tan numerosos como las estrellas del cielo. Que el Señor, Dios de vuestros antepasados, os haga crecer mil veces más y os bendiga, como os prometió. Entonces tomé de los jefes de vuestras tribus, hombres sabios y expertos, y los constituí jefes vuestros: jefes de mil, de cien, de cincuenta y de diez, y oficiales para vuestras tribus. Y di esta orden a vuestros jueces: “Escuchad a vuestros hermanos y juzgad con justicia las causas que surjan entre vuestros hermanos o con emigrantes. No seáis parciales en la sentencia, oíd por igual a pequeños y grandes; no os dejéis intimidar por nadie, que la sentencia es de Dios. Si una causa os resulta demasiado difícil, pasádmela, y yo la resolveré”».
Dt 10,14-18;20-21: Dijo Moisés a los hijos de Israel: «Del Señor son los cielos, hasta el último cielo, la tierra y todo cuanto la habita. Mas solo de vuestros padres se enamoró el Señor, los amó, y de su descendencia os escogió a vosotros entre todos los pueblos, como sucede hoy. Circuncidad vuestro corazón, no endurezcáis vuestra cerviz, pues el Señor, vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores, el Dios grande, fuerte y terrible, que no es parcial ni acepta soborno, que hace justicia al huérfano y a la viuda, y que ama al emigrante, dándole pan y vestido. Temerás al Señor, tu Dios, le servirás, te adherirás a él y en su nombre jurarás. Él es tu alabanza y él es tu Dios, que hizo a tu favor las terribles hazañas que tus ojos han visto».
En la Liturgia
Hch 20,16-18;28-36: En aquellos días, Pablo se había propuesto no hacer escala en Éfeso para no tener que demorarse en Asia, pues tenía prisa por estar en Jerusalén, si era posible, el día de Pentecostés. Desde Mileto, envió recado a Éfeso para que vinieran los presbíteros de la Iglesia. Cuando se presentaron, les dijo: «Tened cuidado de vosotros y de todo el rebaño sobre el que el Espíritu Santo os ha puesto como guardianes para pastorear la Iglesia de Dios, que él se adquirió con la sangre de su propio Hijo. Yo sé que, cuando os deje, se meterán entre vosotros lobos feroces, que no tendrán piedad del rebaño. Incluso de entre vosotros mismos surgirán algunos que hablarán cosas perversas para arrastrar a los discípulos en pos de sí. Por eso, estad alerta: acordaos de que durante tres años, de día y de noche, no he cesado de aconsejar con lágrimas en los ojos a cada uno en particular. Ahora os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que tiene poder para construiros y haceros partícipes de la herencia con todos los santificados. De ninguno he codiciado dinero, oro ni ropa. Bien sabéis que estas manos han bastado para cubrir mis necesidades y las de los que están conmigo. Siempre os he enseñado que es trabajando como se debe socorrer a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús, que dijo: “Hay más dicha en dar que en recibir”». Cuando terminó de hablar, se puso de rodillas y oró con todos ellos.
Jn 17,1-13: En aquel tiempo, levantando Jesús los ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a todos los que le has dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado sobre la tierra, he llevado a cabo la obra que me encomendaste. Y ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía junto a ti antes que el mundo existiese. He manifestado tu nombre a los que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado. Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que tú me diste, porque son tuyos. Y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti. Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría cumplida».
Tropario de los Santos Padres
Fuente: iglesiaortodoxa.es / opusdei.org / laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com / ec.catholic.net / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española
Adaptación propia