Vivimos el tiempo pascual, compartiendo las alegrías que Cristo resucitado nos proporciona. Cantamos los himnos pascuales, que nos confortan y nos convocan a vivir con mayor autenticidad cristiana, renovados en nuestra fe, en nuestra confianza y en el amor a Dios y a nuestros hermanos.
La resurrección del Señor nos invita a seguir adelante: Tomás hace el acto de fe – “Mi Señor y mi Dios”. Las Miróforas, después de constatar la resurrección del Señor, no se detienen: vuelven para comunicar a los apóstoles. La resurrección del Señor nos pone a todos en movimiento. Los discípulos de Emaús vuelven inmediatamente a Jerusalén. Es necesario actuar. “Vayan por todo el mundo…” Así hicieron los apóstoles y esto testimonian las lecturas del libro de los Hechos de los Apóstoles que leemos en estos domingos.
El apostolado requiere dinamismo, energía, vivacidad y coraje. Por esto, es necesario estar íntimamente unido con el Señor resucitado, el Dador de vida, la fuerza y la luz, para llevar la vida en abundancia a los necesitados, que carecen de estos dones.
El calendario litúrgico de nuestra Iglesia, en este tiempo pascual, hace una división en el tiempo. No más leemos los episodios de la resurrección del Señor. La pedagogía de Cristo, a través de la Iglesia, en estos tres domingos que anteceden su Ascensión al cielo y a la venida del Espíritu Santo, nos presenta tres textos que identifican estos domingos: la cura del paralítico, el diálogo con la mujer samaritana y la cura del ciego de nacimiento.
Hoy, en el Evangelio y lectura del libro de los Hechos, presentan tres episodios que ilustran la misión del cristiano en la vida de la Iglesia, utilizando dos palabras que identifican y unen tres distintas situaciones:
Pedro, en su misión anunciando el Evangelio, encontró, en la ciudad de Lida, a un paralítico llamado Eneas, que estaba postrado en cama desde hacía ocho años. Pedro le dijo: “Eneas, Jesucristo te devuelve la salud: levántate, y arregla tú mismo la cama” (Hech. 9,34).
Los primeros cristianos de la ciudad de Jope, sintieron la muerte de Tabitá, joven mujer que estaba siempre al servicio, haciendo el bien a los necesitados. Pidieron la intervención de Pedro. Tabita estaba muerta. ¿Cuál la actitud del apóstol? Delante el cuerpo inerte de Tabita, se puso de rodillas y rezó. Solo después, las palabras: “Tabitá, levántate”. “Él la tomó de la mano y la hizo levantar. (Hech. 9,40)
Claro es para todos, la narración de la cura del paralítico por el Señor. Junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén, hay una piscina llamada en hebreo Betzata. Yacían ahí, una multitud de enfermos, ciegos, paralíticos y lisiados. Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años. Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, el Señor, viendo su sufrimiento, le dijo: “¿Quieres curarte?”. Él respondió: “Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes” (Jn. 5,7). Jesús le dijo: “Levántate, toma tu camilla y camina”. En seguida el hombre se curó, tomó su camilla y empezó a caminar.
La resurrección de Cristo nos despierta para la vida, para la acción. No más el miedo, la inseguridad, y sí, la disposición de salir: levántate y camina… “Antes, ustedes eran tinieblas, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de la luz”. Ahora bien, el fruto de la luz es la bondad, la justicia y la verdad… todo lo que se pone de manifiesto es luz” (Ef. 5,8-14), son las sugestivas palabras que el apóstol Pablo escribió a los cristianos de Éfeso y también para nosotros.
¿Que el Señor quiere decirnos en el día de hoy? Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo te iluminará. ¡Toma tu camilla… Camina… este es el mensaje! Vivimos el tiempo pascual, tiempo donde celebramos y compartimos la vida. Como es importante este tiempo en nuestra vida. ¿Y qué sucede? Muchas veces nos quedamos en las cosas pequeñas, reclamando de la vida, como hicieron los judíos delante la curación del paralítico… Nuestra misión como cristianos es proclamar la realeza del Señor Jesús, anunciándolo con palabras y obras. Esta dinámica exige movimiento, agilidad, destreza y no una acomodación morbosa e indolente. Estas actitudes deben demostrarse en los gestos concretos de nuestra vida cotidiana.
Las cosas que hacía Jesús ahora también las hacen los apóstoles, curar a los paralíticos y dar vida a los muertos, invitarlos a levantarse, a moverse, a caminar.
Así como la parálisis corporal nos hace inmóviles e insensibles, debido a que la dinámica de la vida y la acción se ven comprometidas, también podemos sufrir la parálisis espiritual, sin que nos demos cuenta. Si aún somos ajenos o indiferentes a las alegrías de Pascua y lo que debería significar la resurrección del Señor para nuestras vidas como cristianos, tenemos fuertes indicios de que padecemos esta enfermedad.
No podemos perder tiempo, durmiendo. Despertémonos, levantémonos, caminemos. Lo original de Jesús es que dio todo lo que tenía para dar, y muchos de nosotros nos vamos a morir haciendo proyectos sin dar todo lo que tenemos. Jesús sana las enfermedades físicas y espirituales, porque nos ama, por esto se donó en remisión de nuestros pecados, por nuestra salvación.
Este domingo nos invita a tener en cuenta qué cosas nos paralizan. Qué cosas no nos dejan caminar. Qué cosas nos adormecen. La Pascua es el paso de Dios por nuestras vidas para recuperar la capacidad de movilidad, hay que salir de Egipto, hay que salir de nuestro sueño, hay que salir de las cosas que nos tienen paralizados.
Debemos ser, para las personas con quien compartimos, instrumentos de Dios para los demás. Las personas de nuestro entorno, deben experimentar el amor de Dios a través de nuestro optimismo, de nuestra esperanza, de nuestras actitudes, por simples que sean, ya que se basarán en una fe madura. Por esto, esforcémonos para eliminar el mal humor, la melancolía, la apatía, el estancamiento de nuestra convivencia. Todo esto denuncia una fe que todavía está paralizada, de poca consistencia. Dios quiere que seamos felices y quiere que, en nuestro hogar cristiano, la felicidad siempre ocupe el hall de entrada. Un hogar cristiano debe ser dinámico, debe generar virtudes cristianas, aunque estas virtudes no sean valoradas por el mundo de hoy. Sepamos, que las virtudes las podemos adquirir y transmitir a los otros solo con el esfuerzo persistente, con lucha, con constancia.
Despertemos a esta verdad. Ya lo dijo Jesús: ¡Levantémonos, estemos atentos! Démonos cuenta de todo lo que nos paraliza. Caminemos. Llevemos nuestra camilla. Abramos las puertas de nuestras casas: para entrar, para salir. Para hacer de nuestra experiencia de vida de estos días un despertar a un tiempo más responsable con nuestros compromisos cristianos, en nuestras familias, Iglesia, comunidad y sociedad donde vivimos.
Vladyka Daniel K.
LECTURAS
Hch 9,32-42: En aquellos días, Pedro, que estaba recorriendo el país, bajó también a ver a los santos que residían en Lida. Encontró allí a un cierto Eneas, un paralítico que desde hacía ocho años no se levantaba de la camilla. Pedro le dijo: «Eneas, Jesucristo te da la salud; levántate y arregla tu lecho». Se levantó inmediatamente. Lo vieron todos los vecinos de Lida y de Sarón, y se convirtieron al Señor. Había en Jafa una discípula llamada Tabita, que significa Gacela. Tabita hacía infinidad de obras buenas y de limosnas. Por entonces cayó enferma y murió. La lavaron y la pusieron en la sala de arriba. Como Lida está cerca de Jafa, al enterarse los discípulos de que Pedro estaba allí, enviaron dos hombres a rogarle: «No tardes en venir a nosotros». Pedro se levantó y se fue con ellos. Al llegar, lo llevaron a la sala de arriba, y se le presentaron todas las viudas, mostrándole con lágrimas los vestidos y mantos que hacía Gacela mientras estuvo con ellas. Pedro, mandando salir fuera a todos, se arrodilló, se puso a rezar y, volviéndose hacia el cuerpo, dijo: «Tabita, levántate». Ella abrió los ojos y, al ver a Pedro, se incorporó. Él, dándole la mano, la levantó y, llamando a los santos y a las viudas, la presentó viva. Esto se supo por todo Jafa, y muchos creyeron en el Señor.
Jn 5,1-15: En aquel tiempo, se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la Puerta de las Ovejas, una piscina que llaman en hebreo Betesda. Esta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos que esperaban el movimiento de las aguas; pues el ángel del Señor bajaba de tiempo en tiempo a la piscina y se movía el agua y el primero que descendía a la piscina tras el movimiento de agua quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviera. Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice: «¿Quieres quedar sano?». El enfermo le contestó: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado». Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y echa a andar». Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar. Aquel día era sábado, y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano: «Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla». Él les contestó: «El que me ha curado es quien me ha dicho: “Toma tu camilla y echa a andar”». Ellos le preguntaron: «¿Quién es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?». Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús, a causa del gentío que había en aquel sitio, se había alejado. Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice: «Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor». Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había sanado.
Fuente: eparquia-pokrov.org / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española
Adaptación propia