Lunes de la IV Semana de Pascua. Lecturas


Hch 10,1-16: En aquellos días, había en Cesarea un hombre llamado Cornelio, centurión de la cohorte llamada Itálica, piadoso y temeroso de Dios, al igual que toda su casa; daba muchas limosnas al pueblo y oraba continuamente a Dios. Este, hacia la hora de nona, vio claramente en visión un ángel de Dios que fue a su encuentro y le dijo: «Cornelio». Él se quedó mirando, lleno de miedo, y dijo: «¿Qué hay, señor?». Le respondió: «Tus oraciones y tus limosnas han subido como memorial a la presencia de Dios. Ahora manda a alguien a Jafa y haz venir a un tal Simón llamado Pedro, que se aloja en casa de un tal Simón curtidor, que tiene su casa a orillas del mar». Tan pronto como se marchó el ángel que le había hablado, llamó a dos siervos y a un soldado piadoso de los que estaban a su servicio, les contó todo y los mandó a Jafa. Al día siguiente, mientras estos caminaban y se acercaban a la ciudad, subió Pedro a la terraza hacia la hora de sexta para orar. Sintió hambre y quería tomar algo. Mientras se lo preparaban, le sobrevino un éxtasis: contemplando el cielo abierto y una especie de recipiente que bajaba, semejante a un gran lienzo, que era descolgado a la tierra sostenido por los cuatro extremos. Estaba lleno de toda especie de cuadrúpedos, reptiles de la tierra y aves del cielo. Y una voz le dijo: «Levántate, Pedro, mata y come». Pedro replicó: «De ningún modo, Señor, pues nunca comí cosa profana e impura». Y de nuevo por segunda vez le dice una voz: «Lo que Dios ha purificado, tú no lo consideres profano». Esto sucedió hasta tres veces y luego el receptáculo fue subido al cielo.


Jn 6,56-69: Dijo el Señor a los judíos que habían creído en él: «El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre». Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún. Muchos de sus discípulos, al oírlo, dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?». Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen». Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede». Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?». Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».



Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española