Lunes de la VII Semana de Pascua. Lecturas


Hch 21,8-14: En aquellos días, los apóstoles partieron de allí y llegamos a Cesarea; entramos en la casa de Felipe, el evangelista, uno de los Siete, y nos quedamos con él. Este tenía cuatro hijas vírgenes que profetizaban. Permanecimos allí bastantes días; bajó de Judea un profeta de nombre Agabo; vino a vernos y, tomando el cinturón de Pablo, se ató los pies y las manos y dijo: «Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén y entregarán en manos de los gentiles al hombre a quien pertenece este cinturón». Al oír esto, tanto nosotros como los de aquel lugar le rogamos que no subiese a Jerusalén. Entonces Pablo respondió, diciendo: «¿Qué hacéis llorando y afligiendo mi corazón? Pues yo estoy dispuesto no solo a que me arresten, sino también a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús». Como no se dejaba convencer, dejamos de insistir, diciendo: «Hágase la voluntad del Señor».


Jn 14,27-15,7: Dijo el Señor a sus discípulos: «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el príncipe de este mundo; no es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que, como el Padre me ha ordenado, así actúo. Levantaos, vámonos de aquí. Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará».



Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española