Los Santos Mártires Taumaturgos y Anárgiros Cosme y Damián, diferentes a los celebrados el 1 de noviembre, eran hermanos, nacidos en Roma y médicos de profesión. Aceptaron la muerte como mártires en Roma bajo el emperador Carino (283-284). Fueron criados por sus padres en las reglas de la piedad, llevaron una vida estricta y casta, y Dios les concedió el don de la gracia de sanar a los enfermos. Por su actitud buena y desinteresada hacia la gente, combinada con su bondad excepcional, los hermanos convirtieron a muchos a Cristo. Los santos solían decir a los enfermos: "No es por nuestro poder que tratamos a los enfermos, sino por el poder de Cristo, el Dios Verdadero. Creed en Él y seréis sanados". Por su desinteresado cuidado de los enfermos, los santos hermanos fueron llamados "médicos no mercenarios" (anárgiros).
Su activo servicio al prójimo y su influencia espiritual en el entorno, que atrajo a muchos a la Iglesia, llamó la atención de las autoridades romanas. Fueron enviados soldados en busca de los hermanos. Al enterarse de esto, los cristianos imploraron a los santos Cosme y Damián que se escondieran por un tiempo hasta que pudieran prestarles ayuda. Pero los soldados, al no encontrar a los hermanos, arrestaron en cambio a otros cristianos del lugar donde vivían los santos. Los santos Cosme y Damián salieron de su escondite y se entregaron a los soldados, pidiéndoles que liberaran a los arrestados por su causa.
En Roma, los santos fueron al principio encerrados en prisión y luego fueron llevados a juicio. Los santos confesaron abiertamente ante el emperador romano y el juez su fe en Cristo Dios, que había venido al mundo para salvar a la humanidad y redimir al mundo del pecado, y se negaron resueltamente a ofrecer sacrificios a los dioses paganos. Dijeron: "No hemos causado mal a nadie, no nos hemos mezclado en magia o hechicería, tal y como nos acusas. Nosotros curamos a los enfermos con el poder de nuestro Señor y Salvador Jesucristo y no recibimos ninguna clase de recompensa por prestar ayuda a los enfermos, porque nuestro Señor ordenó a sus discípulos: "Gratis recibisteis, dadlo gratis" (Mt 10, 8).
Sin embargo, el emperador continuó con sus exigencias. A través de la oración de los santos hermanos, por poder de la gracia, Dios repentinamente dejó ciego a Carino para que él también, por experiencia propia, pudiera conocer la omnipotencia del Señor que no perdona la blasfemia contra el Espíritu Santo. La gente, al contemplar el milagro, gritó: "¡Grande es el Dios cristiano, y ningún otro es Dios, excepto Él!" Muchos de los que creyeron rogaron a los santos hermanos que curaran al emperador, y él mismo imploró a los santos, prometiendo convertirse al verdadero Dios Cristo el Salvador. Los santos lo sanaron. Después de esto, los santos Cosme y Damián fueron puestos en libertad con honra y nuevamente se dedicaron a curar a los enfermos.
Pero lo que el odio de los paganos y la ferocidad de las autoridades romanas no consiguiero hacer lo hizo la envidia, una de las pasiones más fuertes de la naturaleza pecaminosa del hombre. Un médico mayor, instructor con el que los santos hermanos habían estudiado el oficio médico, se volvió celoso de su fama. Llevado a la locura por esta malicia, y vencido por la pasión, convocó a los santos hermanos, antes sus más queridos estudiantes, para que se reunieran para recoger diversas hierbas medicinales, y partiendo hacia las montañas, los asesinó, arrojando sus cuerpos a un río.
Así, como mártires, terminaron su peregrinar terrenal estos santos hermanos, los sanadores no mercenarios Cosme y Damián. Habían dedicado toda su vida al servicio cristiano al prójimo, habiendo escapado de la espada y la prisión romanas, pero siendo asesinados a traición por su antiguo maestro.
El Señor glorificó a aquellos que le agradaron, y ahora a través de las oraciones de los santos Anárgiros Cosme y Damián se recibe curación de Dios para todos los que con fe recurren a su santa intercesión.
LECTURAS
En Vísperas
Is 43,9-14: Esto dice el Señor: «Que todas las naciones se congreguen y todos los pueblos se reúnan. ¿Quién de entre ellos podría anunciar esto, o proclamar los hechos antiguos? Que presenten sus testigos para justificarse, que los oigan y digan: es verdad. Vosotros sois mis testigos —oráculo del Señor—, y también mi siervo, al que yo escogí, para que sepáis y creáis y comprendáis que yo soy Dios. Antes de mí no había sido formado ningún dios, ni lo habrá después. Yo, yo soy el Señor, fuera de mí no hay salvador. Yo lo anuncié y os salvé; lo anuncié y no hubo entre vosotros dios extranjero. Vosotros sois mis testigos —oráculo del Señor—: yo soy Dios. Lo soy desde siempre, y nadie se puede liberar de mi mano. Lo que yo hago ¿quién podría deshacerlo? Esto dice el Señor, vuestro libertador, el Santo de Israel».
Sab 3,1-9: La vida de los justos está en manos de Dios, y ningún tormento los alcanzará. Los insensatos pensaban que habían muerto, y consideraban su tránsito como una desgracia, y su salida de entre nosotros, una ruina, pero ellos están en paz. Aunque la gente pensaba que cumplían una pena, su esperanza estaba llena de inmortalidad. Sufrieron pequeños castigos, recibirán grandes bienes, porque Dios los puso a prueba y los halló dignos de él. Los probó como oro en el crisol y los aceptó como sacrificio de holocausto. En el día del juicio resplandecerán y se propagarán como chispas en un rastrojo. Gobernarán naciones, someterán pueblos y el Señor reinará sobre ellos eternamente. Los que confían en él comprenderán la verdad y los que son fieles a su amor permanecerán a su lado, porque la gracia y la misericordia son para sus devotos y la protección para sus elegidos.
Sab 5,15-6,3: Los justos viven eternamente, encuentran su recompensa en el Señor y el Altísimo cuida de ellos. Por eso recibirán de manos del Señor la magnífica corona real y la hermosa diadema, pues con su diestra los protegerá y con su brazo los escudará. Tomará la armadura de su celo y armará a la creación para vengarse de sus enemigos. Vestirá la coraza de la justicia, se pondrá como yelmo un juicio sincero; tomará por escudo su santidad invencible, afilará como espada su ira inexorable y el universo peleará a su lado contra los necios. Certeras parten ráfagas de rayos; desde las nubes como arco bien tenso, vuelan hacia el blanco. Una catapulta lanzará un furioso pedrisco; las aguas del mar se embravecerán contra ellos, los ríos los anegarán sin piedad. Se levantará contra ellos un viento impetuoso que los aventará como huracán. Así la iniquidad asolará toda la tierra y la maldad derrocará los tronos de los poderosos. Escuchad, reyes, y entended; aprended, gobernantes de los confines de la tierra. Prestad atención, los que domináis multitudes y os sentís orgullosos de tener muchos súbditos: el poder os viene del Señor y la soberanía del Altísimo.
En la Liturgia
1 Cor 12,27-31;13,1-8: Hermanos, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro. Pues en la Iglesia Dios puso en primer lugar a los apóstoles; en segundo lugar, a los profetas; en el tercero, a los maestros; después, los milagros; después el carisma de curaciones, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas. ¿Acaso son todos apóstoles? ¿O todos son profetas? ¿O todos maestros? ¿O hacen todos milagros? ¿Tienen todos don para curar? ¿Hablan todos en lenguas o todos las interpretan? Ambicionad los carismas mayores. Y aún os voy a mostrar un camino más excelente. Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde. Si tuviera el don de profecía y conociera todos los secretos y todo el saber; si tuviera fe como para mover montañas, pero no tengo amor, no sería nada. Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados; si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría. El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa nunca.
Mt 10,1;5-8: En aquel tiempo, llamó Jesús a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia. A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: «No vayáis a tierra de paganos ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis».
Fuente: Orthodox Calendar / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española
Traducido al inglés por P. S. Janos, y al castellano por Google Translate
Adaptación propia