Marta y María fueron testigos de uno de los más bellos momentos en la vida de Jesucristo, el Hijo de Dios: el extraordinario instante en que devolvió la vida a su hermano muerto. Las dos hermanas eran muy devotas del Salvador. Lo amaban, así como su hermano Lázaro, con un cariño especial, el mismo que resuena profundamente a lo largo del Nuevo Testamento.
Ambas jóvenes, junto con su fiel hermano, habían nacido y sido criadas en el pueblo palestino de Betania. Cuando las dos hermanas se encontraron con Jesús predicando a los maravillados espectadores en la región de Galilea, ambas se vieron arrastradas hacia El con gran energía y fervor. Muy pronto llegaron a ser servidoras extremadamente devotas de su Señor, acompañándolo en muchas de sus incursiones en el campo.
Bastante tiempo antes de que el Hijo de Dios reviviera a su hermano de la tumba, María y Marta ya creían en Su mensaje de salvación de la muerte y del pecado. Pero estas dos entusiastas hermanas también eran humanas, tal como lo vemos en el sorprendente incidente que nos narra Lucas. Esta historia muy humana nos provee un vistazo cálido y afectuoso en la vidas de estas dos jóvenes alegres y entusiastas que algunas veces discutían sobre los quehaceres domésticos, pero cuyos corazones estaban prontos a servir a su Señor y Salvador. El relato de cómo su amigo Jesús ayudó a su hermano Lázaro en su hora de mayor necesidad hace resonar con enorme poder el cariño honesto que le tenía a esta familia.
Contado bellamente en el Evangelio de Juan, el relato de Lázaro y sus dos hermanas comienza con un momento emotivo cuando las dos hermanas envían un mensajero a Jesús –a quien habían estado siguiendo por algunos días– con la solicitud de que viniera y ayudara a su hermano víctima de una enfermedad mortal. Luego del milagro de la resurrección de Lázaro, los sacerdotes Hebreos de región se comenzaron a alarmar debido al constante incremento de la aceptación pública de Jesús, cuyos milagros (especialmente el milagro de Lázaro) estaban inspirando conversiones a lo largo de Palestina. En un sentido real (tal como se ve entre líneas en el Evangelio de Juan), el milagro de Betania se puede ver como un punto clave con el cual se comienza a desarrollar la Pasión, Muerte y Resurrección del Hijo de Dios.
Luego de haber acontecido la Pasión del Señor y su Resurrección, Lázaro y sus dos fieles hermanas continuarían procurando conversiones al Cristianismo en todo lugar. Después de algunos años de trabajo misionero, Lázaro sería nombrado obispo de Citión, en la isla de Chipre, donde él y sus dos hermanas continuarían evangelizando por algún tiempo. Su huida de esa isla, ubicada en lo que hoy día son las naciones de Grecia y Turquía, ocurriría tras el acontecimiento del martirio del primer mártir de la Cristiandad (San Esteban) en Jerusalén, luego de lo cual Lázaro sería exiliado de la ciudad junto con Marta y María.
Aunque no se conocen con precisión los detalles de su muerte, una antigua tradición menciona que continuaron predicando en muchos lugares hasta que, finalmente, murieron a edad avanzada, probablemente alrededor del año 100 de Nuestro Señor.
María es un gran ejemplo de persona con una fe inquebrantable en Jesús. Necesitamos mantener nuestros ojos fijos en Jesús y ponerlo a El por encima de cualquier cosa en nuestras vidas. Nuestro servicio a Dios puede parecer una tontería a los ojos de los demás, pero El sabrá recompensar nuestra fidelidad.
Tal y como podemos ver, Marta está mucho más cercana al entendimiento y a la aceptación de la salvación en el relato en la tumba de Lázaro; sin embargo, aún está un paso por detrás. Ante la petición de Jesús, por una fe absoluta, se abre totalmente a la gracia que El le ofrece, mientras exclama con todo su corazón: “Tú eres el Mesías.” Marta se presenta, pues, advirtiéndonos que no debemos quedar capturados por las actividades mundanas al punto de que nos olvidemos de Dios o que estemos tan ocupados como para pasar tiempo con El. El servicio es una parte importante en la vida Cristiana, pero no puede ocupar el lugar de Cristo mismo. Las relaciones con Dios y con otras personas deberían ser prioritarias por encima de otros deberes o cosas terrenales.
Fuente: laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com
Adaptación propia