Estos cinco lirios entre las espinas del paganismo, las vírgenes Marta, María, Ciria, Valeria y Marcia, nacieron en Cesarea de Palestina. Aprendieron la fe cristiana de cierto hombre cuya identidad nos es desconocida.
Habiendo abandonado totalmente la locura de la idolatría, las cinco abrazaron la Fe y recibieron el Santo Bautismo. Después de esto se entregaron como novias del Verbo incorrupto y eterno, hijas del Padre sin origen y vasos escogidos del Espíritu Santo.
Estas palomas puras resolvieron habitar juntas en una casa. Vivieron una vida tranquila y piadosa, dedicándose al ayuno, la oración y las vigilias. Moraban en silencio para poder escuchar la Palabra de Dios en sus corazones. En sus oraciones suplicaban a Dios que revelara plenamente al mundo el engaño de la idolatría y extendiera la fe de los cristianos e iluminara al mundo.
Aunque las benditas vírgenes vivían una vida recluida, proclamando la paz de Dios, llegó noticia de ellas a los oídos del gobernador de Cesarea. Así pues, fueron convocadas ante él para examinarlas. En el tribunal declararon abiertamente: «No conocemos a otro Dios que a ti, oh Cristo. La belleza del mundo corruptible la consideramos basura. Por tanto, acéptanos en tus mansiones eternas». El Gobernador se dio cuenta de que todos sus esfuerzos para persuadirlas a sacrificar a los ídolos eran inútiles y las mandó torturar terriblemente. Se les mutilaron los miembros y sus jóvenes cuerpos fueron llevados al sacrificio, pero ellas soportaron estos tormentos corporales como si no tuvieran cuerpo y exclamaron: «¡Bendigamos al Padre sin origen y al Hijo coeterno, y glorifiquemos al Espíritu Consolador, igualmente coronado con ellos!». Las benditas víctimas luego exclamaron: «Oh Hades, ¿dónde está tu victoria? Oh muerte, ¿dónde está tu aguijón? Cristo Dios nos ayuda. Todo lo podemos en Cristo que nos conforta».
La antigua profecía de Joel también se cumplió en estas vírgenes, pues el Espíritu se había derramado abundantemente en estas doncellas de Dios que mostraron su poder en la debilidad y una virilidad mayor que la de muchos hombres. Con el Apóstol decían: «Si el
hombre exterior perece entre los tormentos, nuestro hombre interior se renueva. Oh Salvador, concédenos sufrir contigo y recíbenos ahora en tu Reino como hiciste con el buen ladron».
Se decidió que las vírgenes fueran entregadas a la espada, y estas oraron: «¡Oh Rey inmortal, acepta nuestras vidas como monedas de tributo y el ofrecimiento de nuestras almas como siclos sagrados para ti, nuestro Dios y Maestro!». Así prepararon sus puros cuellos para la espada y, como ovejas racionales, fueron sacrificadas a Dios en sus miembros. De hecho, ofrecieron sus vidas como dote para Él y mediante sufrimientos pasajeros adquirieron la felicidad eterna.
Fuente: www.johnsanidopoulos.com