III Domingo de Mateo


En la lectura apostólica de hoy San Pablo señala a los Cristianos de Roma una muy importante cuestión: la justificación del hombre que regala Jesucristo y de la cual el hombre participa a través la fe. Ser justificado suele significar que la causa de uno triunfa contra un adversario. Significa que brilla su justicia real y verdadera. En el lenguaje de la Santa Escritura, la justificación del hombre significa que el hombre es manifestado justo delante de Dios.


El hombre no ha sido justificado ante Dios con la observación de la Ley de Moisés o con las buenas obras. Lo que no fue conseguido a través de la Ley o de las buenas obras fue realizado a través Jesucristo. Dios nos concede Su misericordia y bondad “a través de nuestra liberación en Cristo” (Rom 3,23). La muerte y la resurrección de Jesucristo tenían como fin nuestra justificación.


En el pensamiento cristiano, y especialmente en el del Apóstol Pablo, la justificación finalmente es la salvación y el renacimiento del hombre, que para ser realizado necesita de una fe viva en Jesucristo, que nos une con Él y nos hace capaces de vivir Su vida y comunicar los carismas de Su Espíritu Santo.


Fe en Cristo significa que uno reconoce realmente que Él es el enviado del Padre, el único Salvador del mundo. Significa que acepta Sus palabras y mandamientos y lo arriesga todo por Su reino. Acepta sacrificar su propia justicia personal para recibir “la justicia de Dios en la fe” ( Fil 3,9). Y fe en Cristo significa reconocer y creer en el “amor que Dios tiene para nosotros” (1 Juan 4,16).


La lectura apostólica de hoy, hablando sobre la verdad de nuestra justificación a través de la fe, nos presenta también las características que deben poseer los hombres justificados gracias a la muestre en la cruz y la resurrección de Cristo. Y estas características son la paz, la esperanza, la paciencia, la reconciliación y el amor.


La verdad del Reino de Dios consiste en amar a Dios con todo nuestro corazón, todo nuestro pensamiento, con todas nuestras fuerzas, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Esta verdad exige que en nuestra vida no quede nada que no pueda ser considerado amor a Dios y amor al prójimo. Esto significa que todos nuestros pensamientos, todas nuestras fuerzas, todo el corazón deben estar entregados a los demás - a Dios y al prójimo - y no a nosotros mismos. Esto significa que todo lo que tenemos, todo con lo que nos consolamos y regocijamos le pertenece a Dios y al prójimo.


En la oración, pidamos solamente la salvación de nuestra alma. ¿No dice el Señor: “Buscad primero el Reino de Dios y todo lo demás será dado por añadidura”? (Mt. 6, 33). Fácilmente, muy fácilmente, el Señor puede darnos lo que deseamos. Ahí está el secreto. El secreto es no tener que pedir cosa alguna. El secreto es pedir de manera desinteresada nuestra unión con Cristo, sin decir: “Dame esto o aquello”. Es suficiente decir: “Señor Jesús Cristo, ten piedad de mí”. Dios no tiene necesidad que le informemos de nuestras varias necesidades. Las conoce todas, incomparablemente mejor que nosotros mismos y nos ofrece su amor. La cuestión es responder a ese amor con la oración y el cumplimiento de sus mandamientos. Pidamos que la voluntad de Dios se haga: eso es lo que tiene más interés, es lo más seguro para nosotros y por quienes rezamos. Cristo nos dará en abundancia. Pero cuando existe aun una sospecha de egoísmo, nada nos será concedido por el Señor.

 

S.E. Policarpo (Stavrópoulos) / P. Esteban Díaz


LECTURAS


Rom 5,1-10: Hermanos, habiendo sido justificados en virtud de la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, por el cual hemos obtenido además por la fe el acceso a esta gracia, en la cual nos encontramos; y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Más aún, nos gloriamos incluso en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia, la paciencia, virtud probada, la virtud probada, esperanza, y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. En efecto, cuando nosotros estábamos aún sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; ciertamente, apenas habrá quien muera por un justo; por una persona buena tal vez se atrevería alguien a morir; pues bien: Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvados del castigo! Si, cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvados por su vida!


Mt 6,22-33: Dijo el Señor: «La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz; pero si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras. Si, pues, la luz que hay en ti está oscura, ¡cuánta será la oscuridad! Nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero. Por eso os digo: no estéis agobiados por vuestra vida pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad los pájaros del cielo: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? ¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se arroja al horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura».



Fuente: metropoliespo.com / iglesiaortodoxaserbiasca.org / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española