Los santos cuarenta y cinco mártires de la ciudad armenia de Nicópolis sufrieron durante el reinado del emperador Licinio (311-324), entonces co-regente con Constantino el Grande. Licinio, el gobernante del Imperio del Oriente, persiguió ferozmente a los cristianos y emitió un decreto en el año 315 d.C. para dar muerte a cualquier cristiano que no regresara al paganismo. Cuando comenzaron las persecuciones en Nicópolis, más de cuarenta perseguidos por Cristo decidieron presentarse voluntariamente ante sus perseguidores para confesar abiertamente su fe en el Hijo de Dios y aceptar el martirio. Los santos confesores estaban encabezados por Leoncio, Mauricio, Daniel, Antonio y Alejandro, y se distinguían por su vida virtuosa.
El procurador del distrito armenio, Licio, ante quien se presentaron los santos confesores, se asombró de la franqueza y valentía de aquellos que voluntariamente se condenaron a la tortura y la muerte. Intentó persuadirlos para que renunciaran a Cristo y ofrecieran sacrificios a los dioses paganos, pero los santos se mantuvieron firmes.
A una pregunta de Licio, quien los conminó a sacrificar a los dioses, ellos respondieron:
-"Cristo es quien nos enseñó y nos convenció de no adorar a los dioses inexistentes, y no rendir culto a sus ídolos".
-"¿Y dónde está vuestro Cristo?" Preguntó Licio. "¿No fue crucificado y murió?"
A lo que Leoncio respondió:
-"Ya que sabes que nuestro Cristo murió, también has de saber que Él resucitó de entre los muertos y ascendió al cielo".
Refutaron todos los argumentos del gobernador, y le señalaron toda la falsedad de su creencia en los viles y viciosos dioses paganos, que llevan a la ruina a los que los adoran. Después de una larga discusión sobre la fe, Licio los hizo azotar y mandó que fuesen encarcelados y atados de manos y piernas, sin recibir ni pan ni agua. Blasina, una piadosa mujer cristiana, les llevaba agua y se la entregaba a través de la ventana de la prisión.
En la cárcel, los santos se regocijaban y cantaban Salmos. Entre otras cosas, decían: "Te bendecimos, Señor, a ti, el rey de la gloria. Porque tú eres la vida verdadera, que te sacrificaste por nosotros los pecadores, el Hijo del Dios verdadero. Únenos, Señor, para que todos juntos con un alma te confesemos y todos muramos juntos ".
San Leoncio inspiró y alentó a los hermanos, preparándolos para aceptar nuevas torturas por el amor de Cristo y hablándoles de la valentía de todos aquellos que habían sufrido por Cristo.
Por la mañana Lisias les sacó de la cárcel y les preguntó si se habían arrepentido y si estaban dispuestos a adorar a los dioses del Estado. Los santos, con una sola voz, respondieron: "Jristianí esmén", (del gr. "χριστιανοὶ ἐσμέν"), que significa "somos cristianos".
Entonces, los Santos fueron nuevamente entregados a la tortura. San Leoncio, al ver el intenso sufrimiento de los mártires y preocupado por que algunos de ellos vacilaran y perdieran la fe, oró a Dios para que pudiera haber un final rápido para todos.
Cuando los santos mártires cantaban salmos a medianoche, un ángel del Señor se les apareció de repente y la prisión resplandeció de luz. El ángel declaró a los mártires que su combate estaba cerca de su fin, y que sus nombres ya estaban inscritos en el Libro de la Vida.
Dos de los guardias de la prisión, Meneo y Virilad, vieron lo que estaba sucediendo y creyeron en Cristo, lo que elevó su número total a cuarenta y cinco. A la mañana siguiente, el gobernador decidió matar a los mártires de Cristo. Después de cortarles los brazos y pies con un hacha, fueron arrojados en un horno de fuego y posteriormente se arrojaron sus huesos en un río. Este horrible doble castigo se llevó a cabo, y las almas de los Santos Mártires volaron hacia el Cielo, entrando en la vida eterna con el Señor. Cristianos piadosos encontraron las reliquias, las recogieron y las pusieron a salvo. Más tarde, cuando la libertad fue otorgada a la Iglesia de Cristo, se construyó una iglesia en este lugar en nombre de los Santos Cuarenta y Cinco Mártires.
Fuente: laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com
Adaptación propia