El nombre de Eufemia es de origen griego y significa “la que dice cosas buenas” (prefijo eu- “bueno”, y verbo femí “decir, hablar”) y fue un nombre relativamente popular hasta el siglo XIX.
Pasión de la Santa
Esta passio nos dice que Eufemia era hija de un senador residente en Calcedonia (ciudad de Bitinia, provincia de Asia Menor) llamado Filotrón, que su madre se llamaba Teodorisiana; y que vivió en tiempos de Diocleciano. Por aquel entonces, Prisco el Europeo, procónsul de la ciudad, hacía cumplir el edicto de persecución deteniendo a los cristianos y torturándolos en público, en el foro de la ciudad, para humillarlos ante todo el pueblo. Pasando un día Eufemia y viendo semejante espectáculo, montó en cólera e increpó duramente al prefecto por lo que estaba haciendo, declarándose ella también como cristiana. Aunque su voz provenía de en medio de la multitud y fácilmente hubiese podido escabullirse, un tal Apeliano la delató y Prisco dio orden de detenerla y encarcelarla junto a 49 compañeras. La convocó al día siguiente junto las demás detenidas y quiso hacerla sacrificar a los dioses. Como se negó e hizo una gran apología de la fe en Cristo -de ahí su nombre, “la que dice cosas buenas”-, Prisco ordenó que la abofetearan con violencia ante la multitud, y aunque los golpes fueron tan violentos que la joven arrojaba sangre por nariz y boca, no logró doblegarla y la hizo devolver a la cárcel.
Aquella noche, Prisco entró en su celda para violarla y así doblegar su orgullo. Se encontró con la enconada resistencia de Eufemia, que se defendió como una leona. Cuando ya estaba por vencerla, de pronto sintió una parálisis en la mano y, temiendo ser víctima de alguna brujería, salió de la celda, dejándola en paz, al menos de momento.
Al día siguiente, ataron a Eufemia a una rueda de fuego, con los radios llenos de brasas, con la intención de que cuando girara, la joven se fuera quemando lentamente. Pero por un error de los operarios que movían la rueda, quemaron al verdugo que daba la orden y no a la Santa. Cuando los familiares del verdugo vieron que éste había muerto, éstos, enfurecidos, tiraron a Eufemia, atada a la rueda y todo, dentro de una hoguera, pero se quemó todo salvo ella. Cuando el delator Apeliano sugirió que le cortaran la cabeza, la espada se rompió al tocar el cuello de Eufemia, y lo mismo pasó cuando intentaron aserrarla, de modo que Prisco, cada vez más asustado ante lo que le parecía pura hechicería, mandó devolverla a prisión. Por su parte, los verdugos, al ver estos prodigios, se convirtieron y murieron mártires. Otras torturas se probaron con ella: ahogarla en un pozo, tirarle serpientes, meterla en un honor en medio de cuyas llamas ella recordó al profeta Daniel y sus escritos… todo inútil. Nada le hacía daño.
Posteriormente, Prisco mandó reunir a un grupo de jóvenes libertinos y los metió en la celda de Eufemia con la orden de violarla, pero una fuerza invisible los mantuvo alejados de la joven y tuvieron que salir corriendo. El prefecto, cada vez más enfadado, mandó colgarla de los cabellos al techo y junto a ella mandó colgar cuatro grandes pedruscos para que, cuando el cuero cabelludo de la joven cediese y cayese al suelo, las rocas cayeran también y la aplastaran. Pero la joven resistió una semana entera colgada sin desfallecer y las piedras, en lugar de caer, se fundieron con el techo como si fueran cera derretida, y allí se quedaron pegadas.
Finalmente, Prisco, que ya no sabía qué hacer para matarla, la condenó a ser arrojada a las fieras en el anfiteatro. Pero los leones no la atacaron e incluso improvisaron un asiento con sus cuerpos para que Eufemia pudiera sentarse tranquilamente sobre ellos. Como pasaba el rato y ya nadie sabía cómo proceder contra ella, fue ella misma la que decidió ir al martirio y ordenó a uno de los leones que la atacara, y la bestia, obediente, saltó y le arrancó un brazo de un mordisco. Eufemia cayó al suelo y empezó a desangrarse, y entonces fue cuando salió el verdugo y le puso fin atravesándola con la espada. Su cuerpo, arrojado a las calles, fue recogido y dignamente sepultado no sólo por sus compañeros cristianos, sino también por fieles judíos y paganos, que habían quedado impresionados por el espectáculo.
Datos documentales: entre la historia y la leyenda
La fecha exacta del martirio de la Santa –16 de septiembre del año 303- aparece en los Fasti Vindobonenses priores, obra redactada en dos partes: la primera a finales de 387 y la segunda a finales de 573, en Rávena.
El Concilio Ecuménico de Calcedonia, del que hablaremos más adelante, tuvo una gran influencia en la difusión del culto a la Santa por el milagro que, según la tradición, ella obró allí; pero lo veremos más adelante. Simplemente decir que gracias a este Concilio la festividad de la Santa se extendió a toda la cristiandad y es en esta época (años 451-452) cuando se redacta esta passio. Como el Concilio se celebró en el martyrion (basílica y sepulcro) en honor a la Santa, se estableció que la fiesta de la misma se celebrase en toda la ortodoxia el 11 de julio, fecha del milagro. En Occidente, esta fiesta es ya reconocida por el Martirologio Jeronimiano y por el Calendario marmóreo de Nápoles; y en Oriente aparece en todos los calendarios, martirologios y sinaxarios.
Por desgracia, no existen importantes textos anteriores al Concilio que nos hablen de la Santa. Sin embargo, Asterio, obispo de Amasea entre los años 380-410, en su undécima homilía habla de la existencia de un culto a la Santa. Dice en ella que sus conciudadanos de Calcedonia habían erigido un monumento sepulcral a la santa y que todos los años celebraban su fiesta recordando su martirio. Pudiera decirse que esta homilía sería la primera nota hagiográfica sobre Santa Eufemia, ofreciendo, aunque fuera indirectamente, algunas notas sobre su martirio, ya que describe algunas pinturas en las que aparecen escenas de su martirio y que estaban colocadas en el pórtico de una iglesia, aunque no especifica que esta iglesia estuviera dedicada a ella. En una pintura aparece la escena del juicio, en otra pintura aparece el martirio (un verdugo que tiene cogida fuertemente la cabeza mientras otro le arranca los dientes), en otra pintura aparece la virgen dentro de una prisión y sobre su cabeza aparece resplandeciente la señal de la cruz; y en la última pintura representa a la santa mirando al cielo y con el rostro alegre mientras es quemada.
Martyrion y reliquias de la Santa
Cabe hablar ahora de la basílica, sepulcro y reliquias de la Santa, que también plantean cuestiones muy controvertidas e interesantes. Hay que decir que la celebre basílica en la que se celebró el Concilio ya no existe. Evagrio (536-600), la describe perfectamente: estaba construida sobre una colina a una milla de Calcedonia (la actual Haidar-Pacha). Se accedía a través de un pórtico espléndido, desde el que se entraba a una gran rotonda con una enorme cúpula donde estaba la urna de plata con el cuerpo de la Santa. Esta descripción es similar a todo el complejo arquitectónico descrito en Constantinopla, pero refiriéndose al Santo Sepulcro de Jerusalén. Sin embargo, perfectamente debiera ser grande, ya que, como decía antes, acogió a uno de los concilios más concurridos de la antigüedad, ya que se dice que asistieron seiscientos padres conciliares. Está claro que Asterio, aunque habla de esta Santa, se estaba refiriendo a otra iglesia, no a esta basílica.
Evagrio llega a decir que era normal que del sepulcro de la Santa emanase habitualmente un líquido sanguinolento que se enviaba a todo el mundo, como reliquia de la Santa. Esto podría explicar el porqué existen tantas reliquias de la santa, incluso con anterioridad al Concilio.
En Antioquía hay una basílica dedicada a la Santa, documentada en los siglos VI-VII y Constantinopla, para no ser menos que Rávena, ya también en el siglo VI le tenía dedicada otras cuatro iglesias. Y es a una de estas iglesias, la llamada “del Hipódromo” donde fueron trasladadas las reliquias de la santa, cuando Calcedonia fue invadida por los persas. Allí las llevó la emperatriz Irene en el año 796 y allí siguen, en El Fanar, aunque hay quienes afirman que el iconoclasta León Isáurico (716-741) las tiró al mar. De allí las rescatarían los hermanos Sergio y Sergono, propietarios de un barco, que las devolverían al obispo local. Éste ordenaría que fuesen preservadas en secreto, bajo una cripta, mientras la persecución iconoclasta estuviese en marcha. Hasta que la iconoclasia no fue condenada, no salieron de nuevo a la luz y traídas por la emperatriz a Constantinopla.
Milagro de Santa Eufemia en el Gran Concilio
En el año 451, en la ciudad de Calcedonia, en la Basílica donde se veneraban las reliquias de la mártir local Santa Eufemia, tuvo lugar el Cuarto Concilio Ecuménico. Se pretendía formular el dogma preciso de la Iglesia respecto a la naturaleza de Jesucristo, puesto que la herejía monofisita estaba ganado gran influencia. Sabemos que los monofisitas, como su nombre indica (mono fisis, “una naturaleza”) predicaba la única naturaleza divina de Cristo, mientras que la ortodoxia defendía su doble naturaleza, la divina y la humana.
Después de muchas disputas, los reunidos no se ponían de acuerdo y el patriarca Anatolio de Constantinopla sugirió dejar la decisión en manos del Espíritu Santo a través de su escogida, la mártir Santa Eufemia. Así, ambos bandos escribieron su profesión de fe, la ortodoxa y la monofisita, en rollos separados y sellados con sus propios sellos. Luego abrieron la tumba de la mártir y colocaron ambos rollos sobre el pecho de la misma; a continuación, y en presencia del emperador Marciano (450-457) la tumba fue sellada con su sello imperial y custodiada por guardas durante tres días; en los cuales tanto ortodoxos como monofisitas oraron y ayunaron intensamente.
Pasados estos tres días, los padres conciliares, en presencia del emperador nuevamente, rompieron el sello y abrieron la tumba y se encontraron con que Santa Eufemia sujetaba el rollo de la fe ortodoxa en su mano derecha, mientras que el rollo monofisita estaba tirado a sus pies. Incluso se ha dicho que la Santa, como si aún estuviese viva, alzó la mano y entregó el rollo ortodoxo al patriarca, para luego volver a dejar caer su brazo a un lado. Con este gesto, se entendió que Dios, a través de la Santa, daba a entender que en la ortodoxia de la doble naturaleza de Cristo estaba la verdad, y así, los monofisitas fueron declarados herejes, condenados y excomulgados. Por eso, la Santa es tan reverenciada y querida por los cristianos bizantinos, quienes la llaman “Gran Mártir” como decía, y “Alabadísima”, por su intercesión durante el Concilio.
Otros milagros y apariciones de la Santa
Existen un gran recuento de milagros y apariciones de esta mártir; si tuviera que reseñarlas todas aquí, nunca se acabaría este artículo. De modo que voy a hacer citación únicamente de una. Esta aparición de la que hablaré, y la voy a sintetizar mucho, le ocurrió a un anciano monje llamado Paísio (+ 11 julio 1994) a quien algunos obispos habían pedido consejo para ayudar con un problema a la Iglesia. El anciano Paísio rezó a la mártir pidiendo ayuda, y un tiempo después, cierto día, a las nueve de la mañana, se encontró con que llamaban a la puerta de su celda, y cuando preguntó quién era, una voz femenina le respondió: “Soy yo, padre. Soy Eufemia”. “¿Qué Eufemia?” A continuación vino un silencio elocuente, y cuando preocupado, Paísio volvió a preguntar quién era, ella dijo otra vez: “Eufemia, a la que andas buscando”. El monje se asustó tanto que no abrió la puerta, y al oír unos pasos que se alejaban, abrió, fue tras los pasos, y no vio nada. Al retroceder, se llevó otro susto de muerte, pues encontró a una mujer, vestida con hábito de monja bizantina, dentro de su celda, postrada ante un icono de la Santísima Trinidad. Paisio, temiendo que fuese un demonio o alguna aparición maligna, farfulló entonces: “Di: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo”. Ella repitió sus palabras con toda claridad, y entonces Paísio se postró ante ella y la veneró, reconociéndola como la Santa que había invocado. Luego, se sentó junto a ella y habló como quien habla con un conocido, exponiéndole sus dudas y problemas. Ella resolvió y aconsejó de acuerdo a lo que él le pedía, y por último, Paísio se atrevió a decirle: “Me gustaría que me dijeras cómo pudiste soportar tu martirio”. Su respuesta fue: “Padre, si hubiese sabido antes cómo sería la vida eterna y la belleza celestial que las almas disfrutan al estar junto a Dios, hubiese pedido de todo corazón que mi martirio durase para siempre, porque eso no fue nada comparado con los regalos de la gracia divina”.
Meldelen
LECTURAS
En Vísperas
Is 43,9-14: Esto dice el Señor: «Que todas las naciones se congreguen y todos los pueblos se reúnan. ¿Quién de entre ellos podría anunciar esto, o proclamar los hechos antiguos? Que presenten sus testigos para justificarse, que los oigan y digan: es verdad. Vosotros sois mis testigos —oráculo del Señor—, y también mi siervo, al que yo escogí, para que sepáis y creáis y comprendáis que yo soy Dios. Antes de mí no había sido formado ningún dios, ni lo habrá después. Yo, yo soy el Señor, fuera de mí no hay salvador. Yo lo anuncié y os salvé; lo anuncié y no hubo entre vosotros dios extranjero. Vosotros sois mis testigos —oráculo del Señor—: yo soy Dios. Lo soy desde siempre, y nadie se puede liberar de mi mano. Lo que yo hago ¿quién podría deshacerlo? Esto dice el Señor, vuestro libertador, el Santo de Israel».
Sab 3,1-9: La vida de los justos está en manos de Dios, y ningún tormento los alcanzará. Los insensatos pensaban que habían muerto, y consideraban su tránsito como una desgracia, y su salida de entre nosotros, una ruina, pero ellos están en paz. Aunque la gente pensaba que cumplían una pena, su esperanza estaba llena de inmortalidad. Sufrieron pequeños castigos, recibirán grandes bienes, porque Dios los puso a prueba y los halló dignos de él. Los probó como oro en el crisol y los aceptó como sacrificio de holocausto. En el día del juicio resplandecerán y se propagarán como chispas en un rastrojo. Gobernarán naciones, someterán pueblos y el Señor reinará sobre ellos eternamente. Los que confían en él comprenderán la verdad y los que son fieles a su amor permanecerán a su lado, porque la gracia y la misericordia son para sus devotos y la protección para sus elegidos.
Sab 5,15-6,3: Los justos viven eternamente, encuentran su recompensa en el Señor y el Altísimo cuida de ellos. Por eso recibirán de manos del Señor la magnífica corona real y la hermosa diadema, pues con su diestra los protegerá y con su brazo los escudará. Tomará la armadura de su celo y armará a la creación para vengarse de sus enemigos. Vestirá la coraza de la justicia, se pondrá como yelmo un juicio sincero; tomará por escudo su santidad invencible, afilará como espada su ira inexorable y el universo peleará a su lado contra los necios. Certeras parten ráfagas de rayos; desde las nubes como arco bien tenso, vuelan hacia el blanco. Una catapulta lanzará un furioso pedrisco; las aguas del mar se embravecerán contra ellos, los ríos los anegarán sin piedad. Se levantará contra ellos un viento impetuoso que los aventará como huracán. Así la iniquidad asolará toda la tierra y la maldad derrocará los tronos de los poderosos. Escuchad, reyes, y entended; aprended, gobernantes de los confines de la tierra. Prestad atención, los que domináis multitudes y os sentís orgullosos de tener muchos súbditos: el poder os viene del Señor y la soberanía del Altísimo.
En Maitines
Mc 5,24-34: En aquel tiempo, seguía a Jesús mucha gente que lo apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando: «Con solo tocarle el manto curaré». Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la gente y preguntaba: «¿Quién me ha tocado el manto?». Los discípulos le contestaban: «Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: “¿Quién me ha tocado?”». Él seguía mirando alrededor, para ver a la que había hecho esto. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que le había ocurrido, se le echó a los pies y le confesó toda la verdad. Él le dice: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad».
En la Liturgia
2 Cor 6,1-10: Hermanos, como cooperadores suyos, os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios. Pues dice: «En el tiempo favorable te escuché, en el día de la salvación te ayudé». Pues mirad: ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación. Nunca damos a nadie motivo de escándalo, para no poner en ridículo nuestro ministerio; antes bien, nos acreditamos en todo como ministros de Dios con mucha paciencia en tribulaciones, infortunios, apuros; en golpes, cárceles, motines, fatigas, noches sin dormir y días sin comer; procedemos con limpieza, ciencia, paciencia y amabilidad; con el Espíritu Santo y con amor sincero; con palabras verdaderas y la fuerza de Dios; con las armas de la justicia, a derecha e izquierda; a través de honra y afrenta, de mala y buena fama; como impostores que dicen la verdad, desconocidos, siendo conocidos de sobra, moribundos que vivimos, sentenciados nunca ajusticiados; como afligidos, pero siempre alegres, como pobres, pero que enriquecen a muchos, como necesitados, pero poseyéndolo todo.
Lc 7,36-50: En aquel tiempo, un fariseo le rogaba que fuera a comer con él y, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. En esto, una mujer que había en la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino trayendo un frasco de alabastro lleno de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con las lágrimas, se los enjugaba con los cabellos de su cabeza, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: «Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que lo está tocando, pues es una pecadora». Jesús respondió y le dijo: «Simón, tengo algo que decirte». Él contestó: «Dímelo, Maestro». «Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos le mostrará más amor?». Respondió Simón y dijo: «Supongo que aquel a quien le perdonó más». Y él le dijo: «Has juzgado rectamente». Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? He entrado en tu casa y no me has dado agua para los pies; ella, en cambio, me ha regado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de paz; ella, en cambio, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho, pero al que poco se le perdona, ama poco». Y a ella le dijo: «Han quedado perdonados tus pecados». Los demás convidados empezaron a decir entre ellos: «¿Quién es este, que hasta perdona pecados?». Pero él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz».
Fuente: preguntasantoral / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española
Adaptación propia