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San Onésimo -no se trata del apóstol Onésimo, discípulo del apóstol Pablo- vivió en los años del emperador Diocleciano. Provenía de la ciudad de Carina en Cesarea, Palestina, y fue criado por padres piadosos.
Desde muy joven se distinguió por su celo divino, el estudio de las Sagradas Escrituras y su compasión por los afligidos.
Más tarde fue a Éfeso, donde se convirtió en monje. Tras la persecución de Diocleciano, los monjes del monasterio donde vivía Onésimo se dispersaron y éste regresó a su tierra natal. Sus padres quedaron muy felices por su regreso, pero tristes al mismo tiempo, pues eran ciegos y no podían ver el rostro de su amado hijo. Pero gracias a la ferviente oración de Onésimo, una mañana Dios dio la luz a los ojos de ambos padres y juntos glorificaron a su Benefactor.
Luego Onésimo se fue a Magnesia, donde fundó una hermandad monástica. Allí, luchando por la fe de Cristo, murió anciano.