Las vidas de los monjes Juan y Simeón, originarios de Edesa, son ejemplos interesantes de cómo un monje puede entender su relación con Dios y con el prójimo. La tradición sitúa la existencia de los dos Santos a finales del siglo VI.
Lo “específico” de estos Santos es el hecho de que el amor por Dios puede llegar a la locura, literalmente. Hay muchos “locos por Cristo”. Incluso en el desierto de Egipto, a finales del siglo IV se ha documentado una santa monja llamada Isidora en un monasterio de cerca de Tabenna, que “fingió” locura para humillarse a sí misma. El mundo moderno conoce mejor al popular Basilio Blazhennyi, el santo patrón de la bella catedral en el centro de Moscú. Este Santo se burlaba del terrible zar Iván IV de Rusia sin que éste lo castigara. Pero el “clásico” loco por Cristo, el que despreció su honor humano para salvar a otros cristianos, es San Simeón, normalmente asociado a su amigo, Juan el ermitaño.
Aunque hay muchas “vidas” de estos santos, escritas poco después de sus muertes, la fuente biográfica más sintética es Vida y obra de Simeón el llamado loco por Cristo, escrita por el piísimo obispo Leoncio de Neápolis en la isla de Chipre. Leoncio escribió en torno al 641 una Vida de San Juan el Misericordioso, Patriarca de Alejandría y los expertos creen que escribió la Vida de Simeón más tarde, pero no después de 649, cuando la invasión árabe de Chipre.
El trabajo de Leoncio combina la clásica biografía de un monje con una colección de anécdotas, similares a las antiguas historias del filósofo griego Diógenes, también famoso por sus “desatinadas” o, cuanto menos, sorprendentes afirmaciones.
El joven Simeón y su amigo Juan
Desde el inicio de la biografía, Leoncio intenta explicar a sus lectores cómo un “loco por Cristo” puede ofrecer una vida ejemplarizante para un cristiano, haciendo alusión a la concepción paulina de la misión cristiana (1 Corintios, 4, 10). Tras esta reflexión, empieza a hablar del joven Simeón de Edesa (Siria) que fue de peregrinación a Jerusalén con su amigo Juan. Durante el camino, al pasar junto al monasterio de San Gerásimo, decidieron parar a descansar un tiempo, asistiendo a las lecciones del abba Nicón. Poco después, decidieron hacerse monjes, pero una semana después, abandonaron el convento e iniciaron una nueva vida a la intemperie del desierto, con el consentimiento del abad, que tuvo una visión y comprendió su especial situación.
En tierras desiertas cerca de Jerusalén, “debido a tentaciones demoníacas”, los dos sentían nostalgia por lo que habían dejado atrás: Simeón había abandonado su hogar y a su anciana madre, que era viuda y no tenía otros hijos; y más escandaloso es el caso de Juan, que había dejado su hogar en Edessa y en él a su joven esposa. Curiosamente, ellos rezaron a Dios para que se llevara a las dos mujeres. Esto ocurrió poco después, y los dos monjes prosiguieron su vida solitaria durante otros 29 años. Aquí Leoncio concluye la primera parte de su historia, que presenta una clásica biografía de dos ermitaños.
La locura por Cristo
La segunda parte de esta historia consiste en 39 “anécdotas”. Después de un largo período trabajando en su propia “vida angélica”, Simeón sugirió un día a Juan que deberían ir juntos por el mundo, para salvar a otras almas, citando el ejemplo de 1 Corintios, 10, 24, “uno no sólo debe pensar en sí mismo sino también en el otro”. Pero Juan, temiendo volver al mundo, intenta persuadir a Simeón sobre los peligros de vivir en la ciudad. Finalmente, viendo que su amigo era fortalecido por Dios, él accede a la decisión de Simeón, aunque se queda en el desierto, sintiéndose no lo suficientemente fuerte en su fe.
Poco después, Simeón, fue en primer lugar a Jerusalén, donde permaneció tres días, luego marchó a Edesa, una ciudad importante no muy lejos de Antioquía. En una “ciudad cristiana”, empieza a actuar como un loco, entrando en la ciudad arrastrando el cadáver de un perro atado por la cuerda que usaba de cinto en su ropa de asceta. Incluso los “inocentes” niños, corriendo tras él, hacían gran escándalo, golpeándolo y llamándolo salos, que significa “loco”.
Al día siguiente, domingo, Simeón acudió a la iglesia y empezó a molestar a los fieles reunidos en oración, tirándoles nueces y apagando las velas. Fue expulsado inmediatamente y golpeado, esta vez por los adultos. Simeón se dijo a sí mismo que si continuaba así, estaría muerto en una semana. Pero no paró.
Posteriormente, un mercader lo contrató para vender verduras en el mercado. Simeón empezó a actuar de forma rara, comiendo alubias y consecuentemente, generando un pestilente olor en torno a él. En lugar de venderlos, regaló los productos a los pobres y a todo el que pasaba por allí, regaló incluso el dinero, de modo que nuevamente fue golpeado y perseguido.
En otra ocasión, se desvistió en medio de la calle y entró desnudo en el baño público reservado a las mujeres, desafiando a la decencia.
Entretanto, hacía milagros, profetizaba y arrojó el demonio del interior de un joven adúltero. Predijo un terremoto con una actuación extraña: golpeando con un palo algunas columnas de la escuela local, diciendo a unas “vosotras caeréis”, y a otras “vosotras permaneceréis en pie”.
Además, besaba a los niños que regresaban del colegio: no a todos, sino a los que morirían pronto a causa de la peste. Simeón realizaba en secreto actos de caridad y rechazaba todo reconocimiento, haciendo callar a los que descubrían la verdad.
Para no escandalizar demasiado a sus lectores, el biógrafo combina las anécdotas absurdas con milagros y recordatorios de que la locura de Simeón era falsa. En realidad, el Santo actuaba así para impactar a los conformistas, y para mostrarles que su piedad era falsa, por lo que el auténtico significado cristiano estaba lejos de ser cumplido. Otras veces, tras un milagro o una curación, Simeón hacía algo realmente estúpido, para que los testigos no se dieran cuenta de la verdad y lo vieran como un lunático, y no como un Santo.
Simeón no es sólo un taumaturgo y un Santo camuflado de arlequín, sino también un luchador de la fe. Dos monjes de un monasterio cercado a Edesa, que querían mantener una disputa teológica, fueron al desierto para buscar a Juan y Simeón. Encontraron al primero, que los guió hasta la ciudad, hasta Simeón, quien les explicó la doctrina ortodoxa contraria a la origenista de un modo muy astuto, insultando y golpeando a uno de ellos.
En otra ocasión, bailó con prostitutas para mostrarles que él era inmune a sus encantos. Incluso les dio dinero a algunas de ellas para que abandonaran sus oficios. Las llamaba a menudo sus “novias”, causando la indignación de los lugareños.
Bajo la apariencia de su locura, paraba a la gente por la calle, abofeteaba a algunos, tiraba piedras a otros, se mofaba de los preceptos religiosos (por ejemplo, los períodos de ayuno), todo para salvar las almas del prójimo, sin ser glorificado por ello.
Después de que curara milagrosamente al diácono Juan, que casi había sido muerto por falsas acusaciones de asesinato, este diácono se convirtió en su único confidente, el único que conocía la sabiduría oculta bajo la máscara de la locura.
Posteriormente Simeón encuentra un dinero robado por algunos ladrones, cura algunos posesos, descubre las mentiras de algunos perjuros, y priva a una mujer de sus brujerías. Para incluir en las historia también a los otros “no creyentes”, Leoncio menciona también a un judío que era vidriero en la ciudad. Simeón acude a su tienda y empieza a romperle todos los vasos sólo por palabra. Finalmente, le dice al judío que seguiría rompiéndole todas las botellas a menos que se hiciese cristiano. Lo que, por supuesto, hace.
Los días que Simeón permaneció en Edesa no fueron muchos. Su modo de vida, en las calles, con las prostitutas y los vagabundos, seguramente lo enfermaron. En cualquier caso, aunque pasaba sus días en las calles, por las noches dormía en su cabaña, que era un montón de palos, situada en el basurero de la ciudad, donde oraba incesantemente llorando. En sus últimos días raramente habló con el diácono Juan, pero finalmente le contó toda su vida, justo antes de morir.
Sintiendo que su fin estaba próximo, Simeón permaneció oculto en su cabaña, donde murió mientras dormía. Los pobres (que rebuscaban entre la basura) lo encontraron y lo reconocieron como “el loco de la ciudad”. Lo enterraron en el cementerio para extranjeros, sin ceremonia. Pero de vuelta, pasando por la casa del judío converso, éste oyó voces de ángeles cantando himnos y rogando por el funeral de Simeón. El diácono Juan se enteró más tarde de lo que había ocurrido y fue al cementerio para intentar hacer un sermón funerario decente en honor de Simeón, pero cuando contrató algunos hombres para desenterrar el cuerpo, hallaron la tumba vacía: Dios se lo había llevado.
Esto es un topos presente en muchas vidas de Santos “locos por Cristo”, pero no sólo en ellas. Podríamos compararlo con el funeral de Nuestra Señora, Madre de Nuestro Señor.
Al final de la biografía, Leoncio concluye afirmando que lo dicho son sólo algunas obras de Simeón, que vivió como un desconocido. Su vida le fue relatada casualmente por Juan, el diácono de Emessa. Leoncio insta a sus lectores a tomar ejemplo de Simeón y dejar de juzgar al prójimo, porque las auténticas obras son sólo conocidas por Dios.
Las obras de Simeón, según otras fuentes
El modo en que Leoncio explica el estilo de vida de Simeón difiere de otras interpretaciones de esta biografía a lo largo de los siglos. Las últimas paráfrasis, las hagiografías cortas, pero especialmente los textos de los servicios litúrgicos, han “suavizado” el vocabulario sobre la “locura” de Simeón. En un Menologio bizantino anónimo del siglo X, el compilador reduce la vida de Simeón a una sexta parte del original, sobretodo por razones prácticas. Se ha renunciado especialmente a algunas fórmulas de Leoncio que parecen ser demasiado coloquiales. La segunda parte de la vida del Santo es simplemente un listado de prodigios. Las omisiones de esa paráfrasis son instructivas: los episodios explícitamente escandalosos no se mencionan, como la costumbre de Simeón de defecar en público, o su embrollo con las prostitutas. En lugar de esto, el compilador simplemente dice que Simeón convirtió a muchas prostitutas. El texto armenio renuncia también a relatar algunos de estos episodios.
Los compiladores posteriores tienen una tendencia a “teologizar” y “moralizar” el texto. Ahí se hace notar que los textos litúrgicos fueron hechos para los oficios diarios en la iglesia; por eso su contenido moralizante era primordial. Un Santo que tuvo una vida escandalosa difícilmente podría ser honrado en el calendario oficial. El Sinaxario de Constantinopla, también del siglo X, reduce la vida de Simeón “tou dia Jristón salou” y su amigo Juan a sólo 47 líneas, y así es como aparecen en los modernos menologios, incluyendo el rumano, en uso actualmente. Centrándose en cómo los mártires y los santos murieron, el autor afirma tan sólo que Simeón fingía estar loco, y menciona que la verdad sobre su vida se conoció milagrosamente sólo tras su muerte.
Es difícil decir si los liturgistas bizantinos modificaron la vida de Simeón. Parece ser que el texto fue reducido primordialmente por razones prácticas y en cuanto a las morales, sólo de forma secundaria. Pero fuera lo que fuese, estos textos posteriores carecen de la desvergüenza de Simeón y el impacto que produce la historia.
El autor de la última vida de Andrés el Salo, el “loco por Cristo” griego más famoso, que vivió en Constantinopla en el siglo X, toma muchos elementos de la biografía escrita por Leoncio. Posteriormente, los biógrafos rusos de los nuevos Santos “locos por Cristo” (llamados allí jurodivyi, que significa “feto abortado”) hacen uso también de la biografía de San Simeón.
Mitrut Popoiu
LECTURAS
1 Cor 3,18-23: Hermanos, que nadie se engañe. Si alguno de vosotros se cree sabio en este mundo, que se haga necio para llegar a ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios, como está escrito: Él caza a los sabios en su astucia. Y también: El Señor penetra los pensamientos de los sabios y conoce que son vanos. Así, pues, que nadie se gloríe en los hombres, pues todo es vuestro: Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro. Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios.
Fuente: preguntasantoral / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española
Adaptación propia