Joaquín y Ana, padres de la Santísima Madre de Dios, llevaron unas vidas simples, de gran austeridad, y al mismo tiempo de profunda devoción. Su humildad ha de haber complacido a Dios grandemente, pues al final los escogió, por encima de todos los demás, para ser los padres de la Bienaventurada Madre de Dios, y de esa manera llegar a ser los abuelos de Jesucristo, Santo Redentor.
Los Santos Joaquín y Ana fueron dos personas de un carácter ejemplar. Dado que habían decidido que su vida tuviera un carácter más espiritual que material, habían optado por entregar una tercera parte de sus ingresos al Templo y otra tercera parte a los pobres, quedándoles a ellos con muy poco dinero para su subsistencia.
A pesar de ello se las arreglaron para vivir gozosamente con lo poco que tenían, y su frugalidad fue como un anticipo del futuro nacimiento de nuestro Salvador, quien comenzó su propia vida en las circunstancias más humildes que nos podríamos imaginar, rodeado por animales de granja y unos pastores en un pesebre.
San Joaquín pertenecía a la tribu de Judá y descendía del Rey David. Muchos descendientes de David vivían con la esperanza de que en la familia iba a nacer el Mesías, porque Dios le prometió a David que en su generación iba a nacer el Salvador del mundo. Su esposa Ana descendía por parte de padre del sacerdote Aarón y por parte de madre de la rama de Judas; había nacido de un sacerdote muy conocido de la tribu de Leví llamado Natán, teniendo dos hermanas: María y Zoe. María se casaría en Belén y vendría a ser la madre de Salomé, mientras que Zoe, también casada en Belén, daría a luz a Isabel, la madre de San Juan, el Predecesor.
Joaquín y Ana se casaron en Nazaret, donde llevaron una vida piadosa y de alegría silenciosa en su matrimonio. Pero su felicidad se vio empañada por una ardiente decepción. Después de 50 años de matrimonio, no habían sido capaces de concebir un hijo. Esta situación difícil era especialmente dolorosa por el hecho de que en esa época de la historia el no tener descendencia era considerado como un defecto o una falta moral, como un castigo.
Hubo un momento en que la angustia que sentía esta pareja estéril se hizo casi insoportable. Esto sucedió cuando el sumo sacerdote de su templo –un clérigo llamado Rubén, despiadado, sin corazón y de un juicio severo- reprochó severamente a Joaquín, al tiempo que le informaba de que no era digno de ofrecer sacrificios.
Muy duro fue soportar en el templo esta ofensa a los esposos, donde esperaban encontrar alivio para sus penas. Desde ese momento en adelante no le fue permitido participar en los sacrificios rituales en el templo, acontecimiento devastador para un hombre de gran piedad como Joaquín.
Lleno de lamentos por esta situación tan poco prometedora, Joaquín deambuló por el desierto, rezando y pidiéndole a Dios que recordara la manera en que había bendecido a Abrahán y Sara con un hijo a pesar de su edad avanzada. El Señor le respondió amablemente… enviando un poderoso ángel para darles a él y a su esposa las buenas noticias, antes de anunciarles (de acuerdo con una versión no bíblica, el ‘Evangelio de Santiago’, una historia de ese período) que serían recompensados con «la más bendecida de las hijas, por la cual todas las naciones de la tierra serían bendecidas, y a través de la cual nos vendría la salvación del mundo.».
Mientras Joaquín observaba con admiración, según el Apóstol Santiago, el Angel hablaba a través de rayos brillantes de luz: “Yo, el Angel del Señor, he sido enviado a ti, para anunciarte que tus oraciones han sido escuchadas y que tus obras de caridad han subido a la presencia del Señor. He visto tu vergüenza y he escuchado el reproche de infertilidad lanzado sobre vosotros de manera equivocada. Pues Dios no castiga por la naturaleza propia, sino por el pecado; por consiguiente, cuando cierra un vientre, solo significa que luego lo abrirá de manera maravillosa para que todos sepan que lo que proviene de ahí no es fruto de la lujuria sino de la magnificencia divina. ¿Acaso Sara, la primera madre de tu raza, no fue portadora de la vergüenza de la infertilidad hasta sus noventa años, y aun a pesar de ello concibió a Isaac? ¿Acaso Raquel no permaneció estéril por largo tiempo, y aun así concibió a José, quien luego fue el gobernador de todo Egipto?” De la misma manera Ana, tu esposa Ana, te dará una hija a la cual deberás llamar María. De acuerdo con vuestros propios votos, desde su niñez será consagrada al Señor y será llena del Espíritu Santo desde el vientre de su madre… Y ella, que ha nacido de una madre estéril, será virgen, y de una manera maravillosa, será la madre del Altísimo, Aquél que será llamado Jesús y por quien vendrá la salvación para todas las naciones».
Al poco tiempo de este anuncio maravilloso Ana concibió y, pasado el tiempo apropiado, dio a luz a la Bienaventurada Madre de Dios. Alegrándose los padres, la llamaron María. Los dos padres se alegraron de corazón por una muy buena razón: su nieto, algún día feliz del futuro, sería nada menos que ¡el Hijo de Dios! El gozo de Ana en la espera de la llegada de la Madre de Dios ha sido capturado maravillosamente, tal como sigue, en el capítulo sexto del ‘Evangelio de Santiago’:
«Su madre la llevó (a María) a su habitación, en donde la amamantó. Y Ana compuso una canción para el Señor Dios diciendo: “Cantaré una canción santa para el Señor mi Dios, porque Él me ha mirado y quitado la horrible desgracia que pesaba sobre mí. Y el Señor me hado el fruto de su justicia, de su propia naturaleza, pero distinto a Él. ¿Quién proclamará a los hijos de Rubén que Ana amamanta un bebé? ¿Han escuchado? Escuchad esto doce tribus de Israel: ¡Ana alimenta a un bebé!”
Tres años educaron en su casa a su Hija. Cumpliendo la promesa de ofrecerla a Dios, la enviaron al templo de Jerusalén. Allí había un orfanato para niños huérfanos, quedando María allí para vivir y estudiar. Joaquín falleció a los 80 años, y Ana comenzó a habitar cerca del templo, y así visitó a su Hija durante unos dos años.
Las vidas de estas dos santas personas nos muestran claramente –y triunfalmente- cómo el Señor Dios siempre responde las oraciones de aquellos que lo invocan, aun en el más profundo dolor. Tal como lo han señalado muchos Padres de la Iglesia a través de los siglos, su inspiradora fidelidad es un constante recordatorio para los Cristianos de la fidelidad eterna de Jesús a su propio Padre Celestial.
Según la tradición, Ana, la abuela del Señor, vivió sesenta y nueve años, y su esposo Joaquín ochenta; según se cree, San Joaquín habría muerto dos años antes que Santa Ana.
En Vísperas
Sab 5,15-6,3: Los justos viven eternamente, encuentran su recompensa en el Señor y el Altísimo cuida de ellos. Por eso recibirán de manos del Señor la magnífica corona real y la hermosa diadema, pues con su diestra los protegerá y con su brazo los escudará. Tomará la armadura de su celo y armará a la creación para vengarse de sus enemigos. Vestirá la coraza de la justicia, se pondrá como yelmo un juicio sincero; tomará por escudo su santidad invencible, afilará como espada su ira inexorable y el universo peleará a su lado contra los necios. Certeras parten ráfagas de rayos; desde las nubes como arco bien tenso, vuelan hacia el blanco. Una catapulta lanzará un furioso pedrisco; las aguas del mar se embravecerán contra ellos, los ríos los anegarán sin piedad. Se levantará contra ellos un viento impetuoso que los aventará como huracán. Así la iniquidad asolará toda la tierra y la maldad derrocará los tronos de los poderosos. Escuchad, reyes, y entended; aprended, gobernantes de los confines de la tierra. Prestad atención, los que domináis multitudes y os sentís orgullosos de tener muchos súbditos: el poder os viene del Señor y la soberanía del Altísimo.
Sab 3,1-9: La vida de los justos está en manos de Dios, y ningún tormento los alcanzará. Los insensatos pensaban que habían muerto, y consideraban su tránsito como una desgracia, y su salida de entre nosotros, una ruina, pero ellos están en paz. Aunque la gente pensaba que cumplían una pena, su esperanza estaba llena de inmortalidad. Sufrieron pequeños castigos, recibirán grandes bienes, porque Dios los puso a prueba y los halló dignos de él. Los probó como oro en el crisol y los aceptó como sacrificio de holocausto. En el día del juicio resplandecerán y se propagarán como chispas en un rastrojo. Gobernarán naciones, someterán pueblos y el Señor reinará sobre ellos eternamente. Los que confían en él comprenderán la verdad y los que son fieles a su amor permanecerán a su lado, porque la gracia y la misericordia son para sus devotos y la protección para sus elegidos.
Sab 4,7-15: El justo, aunque muera prematuramente, tendrá descanso. Una vejez venerable no son los muchos días, ni se mide por el número de años, pues las canas del hombre son la prudencia y la edad avanzada, una vida intachable. Agradó a Dios y Dios lo amó, vivía entre pecadores y Dios se lo llevó. Lo arrebató para que la maldad no pervirtiera su inteligencia, ni la perfidia sedujera su alma. Pues la fascinación del mal oscurece el bien y el vértigo de la pasión pervierte una mente sin malicia. Maduró en poco tiempo, cumplió muchos años. Como su vida era grata a Dios, se apresuró a sacarlo de la maldad. La gente lo ve y no lo comprende, ni les cabe esto en la cabeza: la gracia y la misericordia son para sus elegidos y la protección para sus devotos.
En la Liturgia
Gál 4,22-27: Hermanos, Abrahán tuvo dos hijos, uno de la esclava y otro de la libre; pero el hijo de la esclava nació según la carne y el de la libre en virtud de una promesa. Estas cosas son una alegoría: aquellas representan dos alianzas. Una, la del monte Sinaí, engendra para la esclavitud, y es Agar; en efecto, Agar significa la montaña del Sinaí, que está en Arabia, pero corresponde a la Jerusalén actual, pues está sometida a esclavitud junto con sus hijos. En cambio, la Jerusalén de arriba es libre; y esa es nuestra madre. Pues está escrito: Alégrate, estéril, la que no dabas a luz, rompe a gritar de júbilo, la que no tenías dolores de parto, porque serán muchos los hijos de la abandonada; más que los de la que tiene marido.
Lc 8,16-21: Dijo el Señor: «Nadie que ha encendido una lámpara, la tapa con una vasija o la mete debajo de la cama, sino que la pone en el candelero para que los que entren vean la luz. Pues nada hay oculto que no llegue a descubrirse ni nada secreto que no llegue a saberse y hacerse público. Mirad, pues, cómo oís, pues al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener». Vinieron a él su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar hasta él. Entonces le avisaron: «Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte». Él respondió diciéndoles: «Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen».
Fuente: laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com / www.crkvenikalendar.com / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española
Adaptación propia