Al conocido suceso de la terapia del esclavo del centurión nos remite hoy la lectura evangélica del IV Domingo de Mateo, en el cual el Señor, “impresionado” por la fe del centurión , es decir, de un idólatra esencialmente, le elogia por esta fe y corresponde a su petición: “Ve, y como creíste, te sea hecho” (Mt 8,13).
Este acercamiento por la fe del centurión romano funciona también aquí arquetípicamente, podríamos decir. Se ha recalcado que el Señor dos veces elogió la fe de los hombres en Él como manifestación de Dios: en el caso de la mujer Cananea que rogaba al Señor que curara su hija endemoniada y en el caso de la lectura evangélica de hoy, es decir, en los casos de los dos idólatras. Mientras que normalmente esta fe debería existir en los “hijos de la realeza”, en los Israelitas, porque la fe es característica del pueblo que fue elegido por Él para la sanación y salvación del mundo, esto no sucede. Todo lo contrario. Lamentablemente, la costumbre de este pueblo era la incredulidad y el endurecimiento del corazón, situaciones que ya desde el Antiguo Testamento constantemente eran recriminadas por los enviados de Dios, los profetas. Y esto significa que la fe es una flor que no crece allí, se podría decir, donde legalmente está su territorio, es decir, en el contexto de un determinado pueblo, pero sino allí donde hay un corazón con buena disposición y búsqueda de la verdad, por lo tanto en cualquier lugar del mundo y a cualquier hombre.
La gran fe del centurión elogiado por el Señor, y por supuesto la análoga de la Cananea, no se agota en la simple aceptación del Señor, como un maestro y guía. Aun Su aceptación como hijo de Dios a un nivel racional, intelectual e ideológico es rechazada por Él. Porque “hasta los demonios creen y tiemblan” dice el Apóstol Santiago; como también “no todo el que me dice Señor, Señor, entrará en la Realeza (increada) de los cielos, sino el que cumple con la voluntad de mi Padre celeste”, dice el Señor. Aquello que es aceptado como fe es lo que activa la vida del hombre. En otras palabras, lo que hace al hombre huir de su tranquilidad y comodidad de las pasiones y dirigirse con confianza a Dios, por lo tanto, cambiando de mentalidad y modo de vivir. Esta fe, que es calificada como grande, “conmociona” a Cristo y le hace corresponder con diligencia y rapidez: “Yo iré a sanarlo”. Y finalmente no fue Él Mismo, pero Su respuesta condujo al mismo resultado: “como creíste, te sea hecho”. Así la gran fe es aquella que se hace energía terapéutica para el hombre y sus familiares.
¿Cuáles son las características de esta gran fe, tal y como se ven en el caso anterior?
La absoluta confianza en Cristo y Sus palabras. Por lo tanto, la gran fe trasciende cualquier duda y la desconfianza que convierten a uno en débil y por consiguiente incapaz de aceptar la existencia de Dios. La gran fe es la que nos recomienda continuamente también nuestra Iglesia con la exhortación “a nosotros mismos y los unos a los otros, y toda nuestra vida entreguémosla a Cristo Dios”. El mismo Señor exhortaba a la superación y a la confianza en Aquel, si quería uno ver sensiblemente la energía increada de Su Gracia: “si puedes creer, todo es posible para el creyente”.
La humildad como percepción y sentimiento de nuestra pequeñez e insuficiencia humana. Realmente emociona el caso de este romano, que estando fuera de la Gracia increada de Dios, aunque uno podía decir que “el espíritu por donde quiere sopla”, manifiesta una humildad que sólo en los santos la encontramos. “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado se sanará”. Y sabemos que la fe en Dios sin humildad realmente no existe. ¿Dónde va a parar Dios, si el yo humano ha llenado de egoísmo el corazón y lo hace buscar sólo la gloria y alabanza mundana? El mismo Señor nos ha revelado que “no podéis creer, si buscáis a recibir la gloria y alabanza entre vosotros y no buscáis la gloria increada del único Dios”.
El interés por el prójimo, en este caso por un esclavo. El Señor –no blasfemamos si Le interpretamos un poco- se debe haber emocionado mucho por la agonía del oficial del ejército romano, porque: “Este Dios se hizo pobre, para que nosotros nos hagamos ricos”. El mismo Hijo de Dios “declina los cielos” y baja hacia al hombre “inferior”. Obviamente, este amor del centurión hacia su esclavo “doblega” el infinito amor increado de nuestro Cristo Dios. Confianza en Cristo, humildad e interés hacia los demás. Son las características principales de la gran fe, que opera la energía increada sanadora, salvadora y terapéutica de Cristo Dios. Quizás también en nuestra época difícil y terriblemente castigada, con síntomas de parálisis espiritual y ética, la solución vendrá de nuestro deseo, intento y esfuerzo de lograr la gran fe que elogia y admira Cristo. La historia de nuestra Iglesia por lo menos esto lo demuestra. Cuando muchos santos lo aseguran y certifican que el mundo aún está en pie, porque ellos viven y oran según Dios, ¿entonces porque tenemos que creer que existe otra solución satisfactoria? ¿Qué hombre normal “fisiológico” con un poco de conocimiento de la historia y pequeña fe en Dios, puede tener confianza en programas y planes humanos? Quizás no es válido siempre este dicho: “allí donde los hombres solos planifican y programan, Dios se ríe”.
La lectura apostólica de hoy nos habla también sobre nuestra liberación del pecado. El Santo Bautismo constituye la participación del fiel cristiano en la muerte y resurrección de Cristo. El cristiano que se bautiza participa de la muerte de Cristo sobre la cruz. Esto significa que muere por lo que se refiere al pecado. El hombre viejo, es decir la naturaleza humana corrompida a causa del pecado, es co-crucificada y co-sepultada con Cristo místicamente durante la celebración del sacramento del Bautismo.
La participación del fiel en la muerte de Cristo le concede la posibilidad de participar también en Su santa resurrección. Como Cristo fue resucitado y salió triunfante de la tumba, también el cristiano neo-iluminado muere por lo que se refiere al pecado. Su triple inmersión en la santa agua bautismal significa su participación en la muerte y en la sepultura de tres días de Cristo, y saliendo de la pila bautismal participa en la resurrección de Cristo. Es renacido y conquista la posibilidad de participar en la vida nueva en Cristo, en la vida eterna.
El fiel cristiano en esta nueva realidad carismática que es inaugurada en él con el Santo Bautismo está llamado a estar muerto por lo que se refiere al pecado y a vivir en Cristo. Está llamado a seguir y obedecer a Cristo. Liberado de la esclavitud y de la corrupción del pecado, se hace siervo de la justicia de Dios y recibe como recompensa la purificación, la iluminación y la divinización, es decir la santificación y la vida eterna. El salario que nos da el pecado es la muerte, mientras que el salario que nos da Dios es la vida eterna en Jesucristo nuestro Señor y Salvador. Deseo a todos que reciban este salario divino.
P. Jorge Dorbarakis / S.E. Policarpo (Stavrópoulos)
LECTURAS
Rom 6,18-23: Hermanos, liberados del pecado, os habéis hecho esclavos de la justicia. Hablo al modo humano, adaptándome a vuestra debilidad natural: lo mismo que antes ofrecisteis vuestros miembros a la impureza y a la maldad, como esclavos suyos, para que obrasen la maldad, ofreced ahora vuestros miembros a la justicia, como esclavos suyos, para vuestra santificación. Pues cuando erais esclavos del pecado, erais libres en lo que toca a la justicia. ¿Y qué fruto obteníais entonces? Cosas de las que ahora os avergonzáis, porque conducen a la muerte. Ahora, en cambio, liberados del pecado y hechos esclavos de Dios, dais frutos para la santidad que conducen a la vida eterna. Porque la paga del pecado es la muerte, mientras que el don de Dios es la vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro.
Mt 8,5-13: En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole: «Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho». Le contestó: «Voy yo a curarlo». Pero el centurión le replicó: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: “Ve”, y va; al otro: “Ven”, y viene; a mi criado: “Haz esto”, y lo hace». Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: «En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; en cambio, a los hijos del reino los echarán fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes». Y dijo Jesús al centurión: «Vete; que te suceda según has creído». Y en aquel momento se puso bueno el criado.
Fuente: iglesiaortodoxaserbiasca.org / metropoliespo.com / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española