V Domingo de Mateo


Cristo se acerca a la región de los gadarenos y salen a su encuentro dos endemoniados, revelando así la verdadera identidad de Cristo. Otra versión de la revelación. Ahora son los mismos demonios los que dan a conocer quién es Cristo. Mientras que los hombres dudan en el mejor de los casos y en otros ignoran la identidad del Cristo-Mesías. Esta «confesión» demoníaca de ninguna manera previene su negación: los demonios conocen a Cristo pero niegan su amor y su voluntad de unirse con Él.


Pero ¿el demonio es un ser verdadero o un mero símbolo de la maldad?


El Evangelio de hoy responde a esta pregunta que a menudo nos planteamos, y nos advierte que el demonio sí existe y que su presencia es tan destructora y dañina que provocó que miles de cerdos se arrojaran en el mar ¡Odiosa reacción que desea destruir lo más que pueda!


También la experiencia de la Iglesia, con sus Santos, en todo tiempo, nos ha dejado descrita la inquietud de los demonios y su furia ante cualquier hombre de Dios que mira hacia la santidad y la salvación. Así que los Sinaxarios (la vida de los santos) nos hablan de los intentos del demonio, que se presenta aun físicamente, para desviar a los justos del camino de Dios. El demonio sabe que es y será condenado, y quiere destruir todo lo que aún está al alcance de su mano.


Y la siguiente pregunta es: ¿Por qué nosotros no comprendemos la existencia del diablo –y gracias a Dios que no nos permite tentaciones más grandes a nuestra niñez espiritual– como los Santos la han descubierto? La respuesta la podemos extraer de ejemplos de nuestra vida: en una guerra, el comandante no pone las trampas a los enemigos que ya son prisioneros en su territorio, sino a los que andan afuera de su autoridad. En otras palabras, si ya estamos en su territorio, en su falso reino, ¿para qué perder esfuerzos? Pues aunque llevamos el nombre del Rey verdadero (cristianos), y aunque el día del bautizo contestamos la pregunta del Sacerdote: «¿Renuncias a Satanás, a todo su culto y a todas sus vanidades?» con la triple afirmación «Sí, renuncio a Satanás», sin embargo, seguimos siendo sumisos del reino ajeno a nuestra entidad.


El Profeta Elías reclamaba severamente a su pueblo: «¿Hasta cuándo vais a estar cojeando con los dos pies? Si el Señor es Dios, seguidlo; si Baal, seguid a éste» (1Re 18: 21). Porque ellos, los israelitas que habían tenido la experiencia de convivir con Dios –Quien los sacó de Egipto, los rodeó de bienes y los defendió–, andaban prosternándose ante dioses ajenos que no tenían ni fuerza ni vida. La reprensión del profeta Elías corresponde de la misma manera a nuestra actitud. Nos diría: Si Cristo para ustedes, Cristianos, es el Dios verdadero, vivan en su Reino. ¿Cómo llevan su bandera y andan en el reino de otro?


Queridos: en la oración más hermosa, que el Señor mismo nos ha enseñado, pedimos que «venga tu Reino». Esta súplica no concierne a una esperanza futura: esperamos que después de la muerte haya un reino que sea de Dios. «Venga tu Reino» es presente, es un desafío ante cada cristiano para construir el Reino de Dios en su vida propia, no en fantasías ajenas a la realidad sino en acciones e iniciativas concretas.


Estos son los elementos del mundo perecedero: egoísmo, interés, descanso, placeres y muerte; mientras los pilares evangélicos del verdadero Reino, cuyo nombre llevamos, son: cruz, amor, lucha, virtudes, lágrimas de arrepentimiento y vida.


Discernamos bien y examinemos en cual de los dos reinos estamos, pues, como nos advierte nuestro Señor: «Donde está tu tesoro, allí está también tu corazón.»


S.E. Ignacio (Samaán)


LECTURAS


Rom 10,1-10: Hermanos, el deseo de mi corazón y mi oración a Dios en favor suyo es que se salven. Pues puedo testificar en su favor que tienen celo de Dios, aunque no según un conocimiento adecuado. En efecto, desconociendo la justicia de Dios y buscando establecer su propia justicia, no se sometieron a la justicia de Dios; pues el fin de la ley es Cristo, para justificación de todo el que cree. Porque acerca de la justicia que viene de la ley, escribe Moisés que la persona que hace estas cosas vivirá por ellas; en cambio, la justicia que procede de la fe dice así: No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo?, es decir, para hacer bajar a Cristo. O ¿quién bajará al abismo?, es decir, para hacer subir a Cristo de entre los muertos. Pero ¿qué es lo que dice? La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón. Se refiere a la palabra de la fe que anunciamos. Porque, si profesas con tus labios que Jesús es Señor, y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con los labios se profesa para alcanzar la salvación.


Mt 8,28-34;9,1: En aquel tiempo, llegó Jesús a la otra orilla, a la región de los gadarenos. Desde los sepulcros dos endemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino. Y le dijeron a gritos: «¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí a atormentarnos antes de tiempo?». A cierta distancia, una gran piara de cerdos estaba paciendo. Los demonios le rogaron: «Si nos echas, mándanos a la piara». Jesús les dijo: «Id». Salieron y se metieron en los cerdos. Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo al mar y murieron en las aguas. Los porquerizos huyeron al pueblo y lo contaron todo, incluyendo lo de los endemoniados. Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país. Subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y fue a su ciudad.



Fuente: ortodoxia.com.ar / iglesiaortodoxa.org.mx / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española