VIII Domingo de Mateo. Lecturas de la Divina Liturgia


El lugar estaba desierto. La hora, pasada. La alimentación, poquísima. ¿Dónde iba a encontrar comida la multitud –eran más de cinco mil- que había seguido al Señor y ya empezaba a tener hambre? “No tenemos más que cinco panes y dos pescados”, dijeron los discípulos al Señor. ¡Pero qué es esto para tantos de miles de personas!...


Los discípulos del Señor, aunque habían visto tantos milagros Suyos, no podían aún salirse de los límites estrechos y estrictos de la lógica, de la razón humana. Y mientras veían los problemas, no podían distinguir la fuerza, la bondad y la providencia de Cristo como garantía para la solución de estos.


Acertadamente señala san Juan Crisóstomo: “puede estar el lugar en el desierto, pero junto con vosotros está el que alimenta toda la tierra”.


¡Cuántas veces nosotros también nos quedamos atrapados en la lógica dura y fría de los cálculos económicos! Contamos el dinero, los gastos, los préstamos, los alquileres... y nuestra mente queda parada. Clamamos: «¡Es imposible, no saldré adelante!», y a pesar de eso nada es imposible para el omnipotente Dios. Igual que en el pasado el Señor nos ha salvado de situaciones difíciles y realmente de callejones sin salida, lo mismo ahora también siempre tiene la fuerza de ayudarnos y hacer el milagro. Milagro como este de alimentar a tantos miles de personas en el desierto.


El Señor tomó los cinco panes y los dos pescados y levantó Sus ojos al cielo y agradeció a su Padre. Y cortando los panes, los dio a los discípulos, y ellos a la multitud. “Y comieron y se saciaron todos”, y lo que había sobrado lo recogieron, es decir, doce cestas llenas.


¡Todos comieron y se saciaron! Todos los que se encontraban junto al Señor. Todos aquellos que habían dejado sus ocupaciones diarias y corrieron al desierto para escuchar Su divina didascalía (enseñanza). Recibir la beneficiosa ‘jaris’ de Sus milagros. Para ellos el Señor hizo el milagro. Mientras alimentaba sus psiques con Su enseñanza, a continuación de modo admirable se ocupó de la comida material.


El Señor nos lo ha prometido: Aquel que se ocupa de lo espiritual, de la sanación y salvación de su psique, tendrá también las cosas materiales; no será privado de nada de lo necesario. “Pedid primero la realeza (estado en energía increada) de Dios y su justicia, y todo lo demás os será añadido” (Mt 6,33).


La asistencia regular a la Iglesia, nuestro estudio de la Palabra de Dios, las manifestaciones de filantropía y caridad, no son un lujo para nuestras vidas. Es la primera prioridad. El resto, lo material, confiémoslo al filántropo Señor y Él nos lo regalará en abundancia.


Es digno de admirar el hecho de que el Señor, mientras concede en abundancia Sus donaciones, no quiere que nada se pierda. El Mismo ha mandado que recogieran los restos “para que no se perdiera nada” (Jn 5,12). Así nos ha dado una lección importantísima de economía y respeto hacia el medio ambiente. Es verdad: si estuviéramos presentes en aquel milagro, ¿nos habríamos preocupado en recoger los restos o los dejaríamos tirados como sobras inútiles e innecesarias?... Desgraciadamente, la verdad es que en los últimos años hemos seguido un modo de vivir profano y en despilfarro consumista, derrochador. Nos hemos acostumbrado tirar el pan a la basura o la comida del día anterior, la ropa, los calzados que han pasado de moda, los géneros que hemos llamado “de un solo uso”, y no nos hemos interesado de su reciclaje.


En la multiplicación de los panes y los peces observamos igualmente que la bendición de Cristo es Su acción divina con la cual benefició al mundo.


Cristo, durante Su Ascensión a los cielos, bendijo a Sus Discípulos presentes. Así nos dejó Su bendición, es decir, Su Gracia divina. Esta bendición es también obtenida por los fieles cristianos presentes en la Divina Liturgia cuando los clérigos celebrantes dicen “paz a todos” y bendicen con su mano derecha. De esta manera es transferida a los cristianos la Gracia de Dios que es Luz, porque Dios es Luz y los divinizados lo ven a Él y participan de Él como Luz, Luz increada.


Esta Luz, Dios permite verla a algunos hombres para un fin especial. Todos nosotros, los terrenales, vemos la bendición del Sacerdote y del Obispo como un movimiento de la mano y de los dedos y escuchamos las palabras. Pero el cristiano que tiene su alma pura siente la Gracia de Dios y, si existe un motivo y Dios lo permite, verá la Luz de la Gracia divina que se transmite con la bendición del Sacerdote y del Obispo.


El milagro de la multiplicación de los cinco panes y de los dos peces es finalmente prototipo del Sacramento de la Divina Eucaristía. Este Sacramento es la participación en la Divina Eucaristía que se celebra en el Altar celestial, que no es otra cosa que la participación de Dios dentro de la Luz y como Luz, pero solo si estamos preparados adecuadamente.


La bendición de Cristo es ofrecida continuamente dentro de Su Cuerpo místico que es la Iglesia. Esta bendición como Luz increada ilumina la mente, calienta el corazón y fortalece nuestra buena voluntad; basta tener los sentidos espirituales para sentirla.


LECTURAS


1 Cor 1,10-17: Hermanos, os ruego en nombre de nuestro Señor Jesucristo que digáis todos lo mismo y que no haya divisiones entre vosotros. Estad bien unidos con un mismo pensar y un mismo sentir. Pues, hermanos, me he enterado por los de Cloe de que hay discordias entre vosotros. Y os digo esto porque cada cual anda diciendo: «Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Cefas, yo soy de Cristo». ¿Está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿Fuisteis bautizados en nombre de Pablo? Doy gracias a Dios porque no he bautizado a ninguno de vosotros, salvo a Crispo y a Gayo, de modo que nadie puede decir que ha sido bautizado en mi nombre. Bueno, también bauticé a la casa de Estéfanas; por lo demás, no sé si he bautizado a algún otro. Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a anunciar el Evangelio, y no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo.


Mt 14,14-22: En aquel tiempo, al desembarcar, vio Jesús una multitud, se compadeció de ella y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren comida». Jesús les replicó: «No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer». Ellos le replicaron: «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces». Les dijo: «Traédmelos». Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces, alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos y se saciaron y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños. Enseguida Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.



Fuente: iglesiaortodoxaserbiasca.org / metropoliespo.com / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

Adaptación propia