07/08 - Domecio el Mártir de Persia y dos Discípulos


San Domecio vivió en Persia en el siglo IV. En su juventud se convertió a la Fe por un Cristiano llamado Varo. Dejando Persia, se dirigió a la ciudad fronteriza de Nísibe en Mesopotamia, donde fue bautizado en uno de los monasterios y recibió también la tonsura monástica. 


Huyendo de la mala voluntad de algunos de los monjes, San Domecio se mudó al monasterio de los Santos Sergio y Baco en la ciudad de Teodosiópolis. El monasterio estaba bajo la dirección de un Archimandrita llamado Urbelo, un asceta muy estricto de quien se dice que no había comido comida cocinada desde hacía sesenta años y que tampoco dormía acostado, sino que descanso de pie, apoyándose con un bastón. 


En el monasterio San Domecio fue ordenado diácono, pero cuando el Archimandrita decidió ordenarlo como Presbítero, el santo, considerándose indigno, se escondió en una montaña solitaria de Siria, en la región de Cirro.


Entre los habitantes locales circulaban relaros sobre el Santo. Acudían a verlo para ser curados y para recibir ayuda. Muchos paganos llegaron a Cristo gracias a Domecio. Una vez, al lugar donde San Domecio se encontraba con sus discípulos llegó el emperador Julián el Apostata (361-363), de viaje en su campaña contra los persas. Por orden del emperador, unos soldados encontraron a San Domecio orando con sus discípulos en una cueva, y los encerraron vivos.


LECTURAS


2 Tim 1,8-18: Hijo Timoteo, no te avergüences del testimonio de nuestro Señor ni de mí, su prisionero; antes bien, toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios. Él nos salvó y nos llamó con una vocación santa, no por nuestras obras, sino según su designio y según la gracia que nos dio en Cristo Jesús desde antes de los siglos, la cual se ha manifestado ahora por la aparición de nuestro Salvador, Cristo Jesús, que destruyó la muerte e hizo brillar la vida y la inmortalidad por medio del Evangelio. De este Evangelio fui constituido heraldo, apóstol y maestro. Esta es la razón por la que padezco tales cosas, pero no me avergüenzo, porque sé de quién me he fiado, y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para velar por mi depósito hasta aquel día. Ten por modelo las palabras sanas que has oído de mí en la fe y el amor que tienen su fundamento en Cristo Jesús. Vela por el precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros. Ya sabes que todos los de Asia me volvieron la espalda, entre ellos Figelo y Hermógenes. Que el Señor tenga misericordia de la casa de Onesíforo, porque me reconfortó muchas veces y no se avergonzó de mis cadenas; antes bien, en cuanto llegó a Roma, me buscó con ahínco y me encontró. Que el Señor le conceda hallar misericordia de parte del Señor en aquel día. Tú conoces mejor que yo los buenos servicios que prestó en Éfeso.



Fuente: crkvenikalendar.com / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

Adaptación propia