Las primeras imágenes del rostro del Salvador aparecen en lienzos atribuidos a manos no humanas, iconos conocidos por su denominación griega de “ajeiropoíetos”.
Estas primeras imágenes de Cristo, acompañadas desde el incio por signos milagrosos, son con razón, algunas de las reliquias más importantes del cristianismo y sirven como modelos para el resto de los iconos milagrosos de la gran tradición eclesial. Cada una viene acompañada de una tradición o, como es el caso de aquellas que se presentan con diferentes iconos semejantes, de varias historias.
El Mandilio recoge la primera tradición sobre el origen de estos iconos señalando que es el propio Jesús, secándose con una tela, el que imprime en ella su rostro de forma milagrosa, produciendo literalmente un ajeiropoíetos, es decir, una imagen no realizada por manos humanas.
Dice esta primera tradición que estando enfermo Abgar, gobernante de la ciudad de Edesa, escuchó lo que se decía acerca de los signos milagrosos que el judío Jesús hacía y creyó en él y en su poder divino. Movido por el deseo de curarse, envió a un cierto Ananías, un pintor afamado de su corte, a pintar la imagen de Jesús y a entregarle una carta pidiendo la curación.
Cuando Cristo vio que Ananías intentaba hacerle un retrato sin conseguirlo, pues la luz que emanaba el rostro de Jesús se lo impedía, tomó agua, se lavó y secó la cara con un paño, quedando su imagen impresa en el mismo. En ella su barba, mojada tras el lavado, aparecía hirsuta, en forma de cuña de una sola hebra, y el pelo caído sobre los lados con cierta simetría. Jesús entregó este paño a Ananías y, junto con una carta de contestación para Abgar, lo despachó para Edesa.
En esta carta, Cristo indicaba que no podía ir a Edesa porque su misión aún no se había consumado, pero le aseguró que uno de sus discípulos le iría a visitar cuando ésta se hubiera cumplido. Abgar, al recibirla, puso esta imagen no realizada por manos humanas en su rostro e inmediatamente se curó. Desde entonces, esta imagen de Cristo se consideró el primer icono milagroso de la historia.
La segunda tradición mantiene la esencia del relato con modificaciones importantes. Según ella, Cristo, conociendo la petición de Abgar, se retiró a orar, tras lo cual se lavó y secó la cara. Posteriormente, ordenó al apóstol Tomás que después de su resurrección entregara esa toalla, donde se había impreso su cara milagrosamente, al rey Abgar.
Mientras, Jesús contestó a la carta de Abgar con otra, dándole cuenta de las instrucciones que había dejado para que uno de sus discípulos le visitase después de su muerte y resurrección. Tomás, después de la Ascensión de Cristo, cumplimentó el mandato a través de Thadeus, a quien entregó la toalla con la imagen, con el mandato de llevarla a Edessa y entregarla a Abgar.
Abgar, conmovido por la curación obtenida con la imagen, no sólo se convirtió a la fe cristiana, sino que proclamó el milagro en su ciudad, adornó con lujo la imagen y la colocó en un hueco hecho en la parte superior del arco de piedra de la puerta de Edesa, de manera que todo el que entrara en la ciudad pudiera adorar la imagen sagrada.
La fama del Mandilio se extendió por las regiones vecinas hasta el punto que en Bizancio se convirtió en uno de los argumentos de los iconópatas en sus disputas con opositores durante el período de iconoclasia (730 – 843). En las "Actas del Séptimo Concilio Ecuménico" (787), que fijó la teología de la imagen en el cristianismo y restauró la veneración de los íconos, la Santa Faz se menciona varias veces. Incluso el Papa de Roma Gregorio II, en la carta enviada al Concilio, se hace eco de la amplia veneración de este ícono en la ciudad de Edesa.
No es de extrañar que, años después, la permanencia del Mandilio, que era la reliquia más importante de Cristo, en territorio musulmán se considerase una afrenta en los territorios del imperio bizantino y, por tanto, se convirtiese en un objetivo de gran importancia política el rescatarla de Edesa.
En 944 el emperador romano Lakapin (920-944) pone cerco a Edesa y exige el rescate de la Imagen y la carta de Cristo a Agvar. El emir de Edesa evitó el saqueo de la ciudad conviniendo la entrega de las santas reliquias cristianas bajo las siguientes condiciones: Roma garantizaría la seguridad de las ciudades de Edesa, y sus vecinas Haran, Saroci y Samósata, la liberación de 200 cautivos y el pago de 12.000 monedas de plata.
En 944, la imagen de Edessa se trasportó solemnemente a Constantinopla. La descripción de la llegada triunfal de Mandilio a Constantinopla es de gran importancia histórica, cuyos detalles conocemos principalmente por el "Cuento del emperador Constantino". El Mandilio llegó a la capital el 15 de agosto de 944, día de la Asunción de Nuestra Señora. Las celebraciones principales tuvieron lugar el día siguiente, el 16 de agosto, que ha quedado señalado como el día de la transferencia del Mandylion a Constantinopla, y aún hoy permanece así en el calendario de la Iglesia bizantina.
Cuando el 29 de Mayo de 1453 Constantinopla fue tomada por los turcos, durante el reinado de Constantino XII, cuenta una tradición que los hijos del Emperador huyeron a Roma, llevado consigo la Santa Faz, que entregó al Papa de Roma Nicolás V. Según parece, el Mandilio se mantuvo en París, en la Saint-Chapelle, junto con una corona de espinas, la lanza de Longino y otras reliquias. Pero, a diferencia de éstas, su rastro se perdió durante la Revolución.
LECTURAS
1 Tim 3,13-16;4,1-5: Hijo mío, Timoteo, quienes ejercen bien el ministerio logran buena reputación y mucha confianza en lo referente a la fe que se funda en Cristo Jesús. Aunque espero estar pronto contigo, te escribo estas cosas por si tardo, para que sepas cómo conviene conducirse en la casa de Dios, que es la Iglesia del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad. En verdad es grande el misterio de la piedad, el cual fue manifestado en la carne, justificado en el Espíritu, mostrado a los ángeles, proclamado en las naciones, creído en el mundo, recibido en la gloria. El Espíritu dice expresamente que en los últimos tiempos algunos se alejarán de la fe por prestar oídos a espíritus embaucadores y a enseñanzas de demonios, inducidos por la hipocresía de unos mentirosos, que tienen cauterizada su propia conciencia, que prohíben casarse y mandan abstenerse de alimentos que Dios creó para que los creyentes y los que han llegado al conocimiento de la verdad participen de ellos con acción de gracias. Porque toda criatura de Dios es buena, y no se debe rechazar nada, sino que hay que tomarlo todo con acción de gracias, pues es santificado por la palabra de Dios y la oración.
Lc 9,51-57;10,22-24;13,22: En aquel tiempo, cuando se completaron los días en que iba a ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros delante de él. Puestos en camino, entraron en una aldea de samaritanos para hacer los preparativos. Pero no lo recibieron, porque su aspecto era el de uno que caminaba hacia Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos?». Él se volvió y los regañó. Y se encaminaron hacia otra aldea. Mientras iban de camino, le dijo uno: «Te seguiré adondequiera que vayas». «Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Y, volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: «¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron». Y pasaba por ciudades y aldeas enseñando y se encaminaba hacia Jerusalén.
Fuente: rezarconlosiconos.com / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española