27/08 - San Osio de Córdoba, Obispo


El obispo Osio de Córdoba es venerado como Santo por la Iglesia bizantina. Su nombre es griego (Όσιος), pero su procedencia es hispana – cosa que sabemos por nuestra historia – pero que además lo confirman San Atanasio y Simeón Metaphastes. Nació en Córdoba, probablemente en el año 256, deduciéndose esta fecha del hecho incontestable de que se sabe que murió en el año 357 en Sirmio con 101 años de edad. San Atanasio sigue diciendo que en el año 355 llevaba unos sesenta años como obispo de Córdoba, luego debió ser elegido alrededor del año 294. Participó en el Concilio de Nicea y según las actas del mismo, como era hispano y no conocía el griego, tuvo que explicarse mediante intérpretes.

Durante la persecución de Diocleciano fue torturado como confesor de la fe en Cristo y desterrado. Las huellas de esos tormentos eran aún visibles cuando participó en el Concilio de Nicea, conforme lo dice Nicéforo, en el capítulo XIV de su octavo libro. Sobre los tormentos a los que se vio sometido habla el mismo Osio en su carta al emperador Constancio: “He completado la tarea de la confesión, primero en la persecución promovida por tu abuelo Maximiano”.

Asistió también al concilio de Iliberis (Elvira), pues su firma aparece en las actas del mismo en el undécimo puesto y si las actas se firmaban por orden de antigüedad en el episcopado, esto nos da a entender que llevaba relativamente poco tiempo como obispo. Llamado por el emperador Constantino, dejó Hispania y marchó con él a Milán. Muy probablemente influyó en la conversión del emperador, ya que éste lo tenía en gran estima y solicitaba sus consejos, sobre todo cuando estaba confuso entre abrazar el cristianismo, como quería su madre Elena, o continuar en el paganismo. El historiador pagano griego Zósimo, que vivió en el siglo V, llega a decir que el emperador se convirtió “gracias a un egipcio de Hispania”, por lo que los historiadores, dándole a la palabra “egipcio” el significado de “mago, sacerdote o sabio” identifican a Osio como el “egipcio hispano” que en aquellas fechas vivía en la corte del emperador Constantino y tenía influencias sobre él.

Cuando los donatistas africanos depusieron al obispo Ceciliano de Cartago acusándolo de traidor y eligieron a Mayorino, la noticia llegó hasta el Papa de Roma San Melquíades, quien habiendo oído a Ceciliano, lo confirmó en su sede. Los donatistas apelaron al emperador Constantino, el cual confirmó la decisión del Papa de Roma y los amenazó. Entonces los donatistas acusaron al obispo Osio, que era consejero del emperador, y al Papa Melquíades, como traidores y cómplices del obispo Ceciliano. Dijeron que los obispos hispanos habían declarado a Osio como traidor, pero que éste había sido absuelto por los obispos de las Galias, por lo cual había podido acceder hasta el emperador, a quien instigó en contra de los donatistas. San Agustín, en su libro Primero “Contra Parmeniano” dice que estas acusaciones son falsas, añadiendo que precisamente Osio fue quien suavizó los ánimos del emperador.

Cuando Osio fue enviado a Alejandría para poner calma entre Arrio y San Atanasio, viendo que era imposible hacer cambiar de opinión a Arrio, propuso la celebración de un concilio. Éste se celebró en Nicea en el año 325, asistiendo trescientos dieciocho obispos, presididos por el mismo Osio que firmó el primero después de los legados enviados por el Papa de Roma. En su firma dice: “Yo, Osio, obispo de la ciudad de Córdoba en la provincia de Hispania, digo que creo lo que anteriormente se dice. Víctor y Vicente, presbíteros de la ciudad de Roma enviados por nuestro venerable Papa y Obispo Silvestre, subscribimos”. El concilio condenó las tesis de Arrio, confirmó la divinidad del Verbo (Λόγος) y Osio subscribió las tesis del Concilio, luego es absolutamente falso acusar a Osio de Córdoba como obispo arriano.

El Concilio de Nicea – ya lo hemos dicho anteriormente en alguna ocasión – confirmó la consustancialidad del Verbo tal y como se menciona en el primer capítulo del Evangelio de San Juan: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios”. El Hijo es consustancial al Padre, de su misma naturaleza y esto fue definido en el Credo Niceno, en cuya confección Osio había colaborado muy activamente. Osio redactó nuestra profesión de fe, que fue suscrita por todos los obispos presentes, a excepción de cinco arrianos. Previamente, Osio había asistido también al Concilio Gangrense, celebrado en Paflagonia en el año 324, aunque los cánones de este concilio, que no se considera Ecuménico, fueron todos de carácter disciplinario, no dogmático.

Cuando el emperador Constantino murió – que por cierto, fue bautizado por Eusebio de Nicomedia, que era un obispo arriano – Osio volvió a Hispania. Hay quienes afirman que en los últimos años de su reinado, Constantino se inclinó hacia el arrianismo y de hecho, desterró a San Atanasio, que era el patriarca de Alejandría, hasta las tierras germánicas de Tréveris, pero hay que decir también que en su testamento, el emperador revocó esta orden anterior suya. San Atanasio volvió a su sede alejandrina, pero allí fue duramente atacado por los arrianos e incluso se vio perseguido por el emperador Constancio. Para apoyar a San Atanasio se convocó el concilio de Sardis (Sárdica) en el año 347, asistiendo trescientos obispos griegos y setenta y seis latinos. También Osio presidió este concilio y redactó la mayor parte de sus cánones, todos los cuales, apoyaban las tesis de San Atanasio a quién se le restituyó su sede. Posteriormente, ya en Córdoba, Osio convocó un concilio provincial reiterando todos los acuerdos del concilio de Sardis.

El emperador Constancio se había puesto abiertamente al lado de los arrianos y en el año 355 desterró al Papa de Roma Liborio por no querer firmar la condena a San Atanasio; y no satisfecho con esto, pensando que Osio tenía una gran influencia sobre todos los obispos que profesaban la fe ortodoxa, arremetió contra él. A las amenazas del emperador respondió Osio, que ya tenía cien años de edad, con esta carta: “Yo fui confesor de la fe cuando la persecución de tu abuelo Maximiano. Si tú la reiteras, estoy dispuesto a padecerlo todo antes que a derramar sangre inocente ni ser traidor a la verdad. Haces mal al escribir tales cosas y en amenazarme. Acuérdate que eres mortal y debes temer al día del juicio. Consérvate puro para ese día y no te mezcles en cosas eclesiásticas ni aspires a enseñarme, puesto que eres tu quién debes recibir lecciones de mi. Dios te confió el imperio y a nosotros nos confió la Iglesia… Te digo esto porque me preocupa tu salvación. Ni estoy ni estaré de acuerdo con los arrianos ni les ayudo, sino que anatematizo esa herejía y por eso, no puedo suscribir la condenación de Atanasio, a quienes la Iglesia romana y un concilio, ha declarado inocente”. Por estas letras, podemos deducir que San Osio tenía muy clara la división de poderes entre Iglesia y estado.

Cuando el emperador recibió la carta se enfureció y ordenó que se presentara en Sirmio, ciudad de Panonia (la actual Sremska Mitrovica, en Serbia). Allí nuevamente se negó a condenar a San Atanasio, aunque fue azotado y sometido a tormentos por los verdugos del emperador. Bajo tormento, tuvo la debilidad de comulgar con los arrianos Ursacio y Valente, pero como indica el propio San Atanasio, inmediatamente se arrepintió de este acto: “Por lo tanto, a tal fin, tuvo una ligera debilidad: pero antes de morir, en su testamento, tuvo la autoridad de condenar la herejía arriana, prohibiendo aprobarla o recibirla”. Y en Sirmio murió, con 101 años de edad, conforme lo testifica Sócrates Escolástico en su Libro Segundo, capítulo XXXI.

Viendo cuál fue su trayectoria a lo largo de toda su vida, vemos que Osio fue siempre fiel a la ortodoxia. Redactó el Credo de Nicea, absolvió a San Atanasio y con cien años de edad tuvo la valentía de escribirle al emperador en los términos descritos más arriba. Sometido a tormento, es verdad que tuvo la debilidad de comulgar con dos arrianos, pero inmediatamente se arrepintió. Por eso, sus detractores dicen que claudicó al final de su vida, cosa que no es cierta. Han llegado a acusarle de que firmó un documento profesando la fe arriana y que incluso volvió a Hispania para propagarla, cosa que es absolutamente falsa.

Se le ha acusado asimismo de tratar con herejes excomulgados, cosa que estaba prohibida en los antiguos cánones, pero es que Osio cedió porque lo estaban atormentando, y de inmediato se arrepintió amargamente. Hizo algo parecido a lo que hizo San Martín de Tours – cuya santidad no ponemos en duda – cuando consintió en comulgar con los obispos itacianos para salvar de los rigores del emperador a los priscilianistas. Y al igual que Osio, San Martín se arrepintió. El caso de Osio es exactamente igual, como lo cuenta el mismísimo San Atanasio, pero se le ha aplicado distinto rasero.

Se le ha acusado de firmar en Sirmio una profesión de fe arriana y eso, San Atanasio, que debía estar mejor informado que nadie, no lo menciona en absoluto, aunque los arrianos así lo propagaran. San Atanasio – que es la mejor defensa de Osio – llega a escribir: “Osio murió protestando contra la violencia, condenando la herejía arriana y prohibiendo que nadie la siguiese ni amparase. ¿Para qué he de alabar a este viejo santo, confesor insigne de Jesucristo? No hay nadie en el mundo que ignore que Osio fue desterrado y perseguido por la fe. ¿Qué Concilio hubo que él no presidiese? ¿Cuando habló delante de los obispos sin que todos le dieran la razón? ¿Qué Iglesia no fue defendida y amparada por él? ¿Qué pecador se le acercó que no recobrase aliento o salud? ¿A qué enfermo o menesteroso no favoreció y ayudó en todo?” (Apología “De fuga sua”).

Además, si la firma hubiese existido, habría sido conseguida bajo tortura, lo que la hace inválida. Otros se basan en la obra “De viris illustribus” de San Isidoro de Sevilla que habla de la “muerte del sacrílego Osio” que quiso imponer el arrianismo en la Bética, pero es que esta afirmación se cae por su peso, ya que San Isidoro no lo escribe “de motu proprio”, sino refiriéndose a un escrito de Marcelino, que era un sacerdote prisciliano. O sea, que no lo escribe como cosa que él sabe, sino como cosa que otro dice. Además, hay que recordar que después del episodio de Sirmio, Osio jamás volvió a Hispania, conforme lo confirma el Menologio griego: “Acabó la vida en el destierro”.

Todo esto queda confirmado aún más por los acontecimientos tal y como ocurrieron: Constancio salió de Roma hacia Sirmio el día 14 de las Kalendas de junio del año 357. Tardaría cierto tiempo en llegar a Sirmio. Allí convocó a varios obispos arrianos y torturó a Osio para que comulgase con Ursacio y Valente. Según escribe San Atanasio, Osio murió ese mismo año e incluso el Menologio griego afirma que fue el 27 de agosto. En pleno siglo IV, en un mes escaso, era muy difícil, y más para un anciano de cien años, ir de Sirmio a Hispania (desde la actual Serbia hasta la actual Andalucía, en España). Osio no volvió a Hispania.

Se conocen algunos escritos de San Osio obispo de Córdoba: en primer lugar, el “Credo de Nicea” en cuya redacción contribuyó activamente, una carta escrita al emperador Constantino y otra escrita al emperador Constancio, una carta escrita al Papa de Roma Julio, los cánones del concilio de Sardis, un tratado sobre la “interpretación de las vestiduras de los sacerdotes” en la Ley Antigua y una carta escrita a su hermana, de la que habla San Isidoro de Sevilla diciendo de ella que “está escrita en un apacible y hermoso estilo”.

Adaptación propia