La deposición del Venerado Cinto, unos dicen que fue llevada a cabo por el rey Arcadio, y otros que por el hijo de Teodosio II.
El traslado se hizo de Jerusalén a Constantinopla, y lo colocaron en un relicario de oro, que se denominó “Santa Sorós”. Pasados 410 años, el rey León el Sabio abrió la Santa Sorós para su esposa la reina Zoe, que estaba poseída por un espíritu impuro. Cuando abrió la Santa Sorós, vio que el Venerado Cinto de la Theotokos brillaba de un modo sobrenatural y tenía un sello de oro que mostraba la fecha en que fue trasladado a Constantinopla. Tras venerarlo, el Patriarca extendió el Venerado Cinto sobre la reina, y enseguida esta fue liberada del demonio. Entonces todos glorificaron al Cristo Salvador y dieron las gracias a Su Purísima Madre, la cual es para los creyentes vigilante, guardiana, protección, refugio y asistencia en cada momento y en cada lugar, día y noche.
A continuación el Venerado Cinto fue dividido en partes, las cuales se llevaron a distintos templos de Constantinopla. Después de la invasión de la Ciudad por los cruzados en 1204 d.C., algunos fragmentos los cogieron estos y otros conquistadores y los llevaron a Occidente. Una parte, sin embargo, fue salvada y se quedó en Constantinopla durante la liberación de la Ciudad a cabo de Miguel VIII Paleólogo. Se guardaban en el sagrado templo de Santa María de las Blaquernas. La última referencia a la santa reliquia es de un peregrino anónimo ruso en Constantinopla entre los años 1424 y 1453 d.C. Tras la conquista de los turcos en 1453 d.C., se desconoce qué pasó con el resto de las partes del Venerado Cinto. El único fragmento salvado se conserva en el Sagrado Monasterio de Batopedio ( "Ιερά Μονή Βατοπαιδίου"), y llegó allí un modo excepcionalmente anecdótico.
San Constantino construyó una cruz de oro para para protección ante las invasiones. En medio de la cruz colocó una pieza de la Venerada Cruz de Jesucristo. La cruz también tenía santas reliquias de Mártires, y una pieza del Venerado Cinto. Todos los emperadores bizantinos portaban esta cruz en sus campañas. El emperador Isaac II Angel (1185-1195) hizo lo mismo en una campaña contra el dirigente de los búlgaros Asán. Sin embargo, venció este último, y en medio del pánico un sacerdote arrojó la cruz al río para que no la robasen los enemigos. Pasados unos días, los búlgaros la encontraron, pasando así a las manos de Asán. Los dirigentes búlgaros, imitando a los emperadores bizantinos, llevaron con ellos en las campañas la cruz. Pero en una batalla contra los serbios, el ejército búlgaro fue vencido por el gobernante Lázaro (1371-1389). Este, más tarde, regaló la cruz de San Constantino al Sagrado Monasterio de Batopedio junto con el fragmento del Venerado Cinto de la Santísima Madre del Dios.
Los Santos Padres del Sagrado Monasterio conservan una tradición según la cual el Venerado Cinto fue entregado al Sagrado Monasterio de Batopedio por el emperador Juan VI Cantacuzeno (1341-1354), el cual a continuación dimitió de su cargo, fue tonsurado monje con el nombre de Joasaf y ejerció en el Santo Monasterio.
Los milagros que han sido obrados por el Venerado Cinto son muchos. Ayuda especialmente a las mujeres estériles a tener hijos si piden con devoción la ayuda de la Santísima. Si tienen fe, se les da un fragmento de cuerda que ha sido bendecida tocando el relicario del Venerado cinto.
Heb 9,1-7: Hermanos, también la primera alianza tenía sus ritos para el culto y su santuario de este mundo. Se instaló una primera tienda, llamada el Santo, donde estaban el candelabro y la mesa de los panes presentados. Detrás de la segunda cortina estaba la tienda llamada Santo de los Santos, que contenía el altar de oro para los perfumes y el Arca de la Alianza, revestida toda ella de oro, en la que se hallaban la urna de oro con maná, la vara florecida de Aarón y las tablas de la alianza. Encima del Arca estaban los querubines de la Gloria, que cubrían con su sombra el Propiciatorio. No hace falta explicarlo ahora al detalle. Una vez instalado todo, los sacerdotes entran continuamente en la primera tienda para oficiar allí. En la segunda solo entra el sumo sacerdote, una vez al año, con la sangre que ofrece por sí y por los pecados de inadvertencia del pueblo.
Lc 10,38-42;11,27-28: En aquel tiempo, yendo ellos de camino, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano». Respondiendo, le dijo el Señor: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada». Mientras él hablaba estas cosas, aconteció que una mujer de entre el gentío, levantando la voz, le dijo: «Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron». Pero él dijo: «Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen».
Fuente: laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española
Adaptación propia