1 Cor 14,6-19: Hermanos: si yo llegara a vosotros hablando en lenguas, ¿de qué os serviría, si no os hablase con revelación, o bien con ciencia o con profecía o enseñanza? Lo mismo ocurre con los instrumentos musicales inanimados, como por ejemplo una flauta o una cítara: si no emiten sonidos que puedan distinguirse unos de otros, ¿cómo se sabrá lo que se toca con la flauta o con la cítara? Y si una trompeta emitiera un sonido indefinido, ¿quién se prepararía para la batalla? Lo mismo vosotros, si no emitís con vuestra lengua palabras con sentido, ¿cómo se sabrá lo que habláis? Es como si hablarais al aire. Es cierto que las clases de lenguas que hay en el mundo son muchísimas y no hay nadie que no tenga su propia lengua; por ello, si yo desconozco el valor del sonido, seré un extraño para quien me habla y el que me habla será un extraño para mí. Lo mismo vosotros: ya que anheláis tanto los dones espirituales, procurad sobresalir para la edificación de la comunidad. Por ello, el que hable en lenguas, que pida en la oración poder interpretar. Pues si yo oro en lenguas, ora mi espíritu, mientras que mi mente se queda sin fruto. ¿Entonces qué? Oraré con el espíritu, pero oraré también con la mente; cantaré con el espíritu, pero cantaré también con la mente. De otro modo, si bendices con el espíritu, ¿cómo va a decir «Amén» a tu acción de gracias el que asiste como simple oyente, si no entiende lo que estás diciendo? Porque es verdad que tú das gracias de forma adecuada, pero el otro no se edifica. Doy gracias a Dios porque hablo en lenguas más que todos vosotros; pero en la iglesia prefiero hablar cinco palabras con sentido para instruir a los demás, que diez mil palabras en lenguas.
Mt 20,17-28: En aquel tiempo, mientras iba subiendo Jesús a Jerusalén, tomando aparte a los Doce, les dijo por el camino: «Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; y al tercer día resucitará». Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: «¿Qué deseas?». Ella contestó: «Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda». Pero Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?». Contestaron: «Podemos». Él les dijo: «Mi cáliz lo beberéis; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre». Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra los dos hermanos. Y llamándolos, Jesús les dijo: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos».
Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española