2 Cor 7,1-10: Hermanos, purifiquémonos de toda impureza de la carne o del espíritu, para ir completando nuestra santificación en el temor de Dios. Dadnos cabida en vuestros corazones. A nadie ofendimos, a nadie arruinamos, a nadie explotamos. No os digo esto para condenaros, pues ya os he dicho que os tengo en el corazón hasta el punto de que compartimos muerte y vida. Puedo hablaros con toda franqueza, estoy orgulloso de vosotros, estoy lleno de consuelo, desbordo de gozo en todas nuestras tribulaciones. En efecto, cuando llegamos a Macedonia no tuvimos ningún sosiego, sino tribulaciones de toda clase: luchas por fuera, temores por dentro. Pero el Dios que consuela a los afligidos, nos consoló con la llegada de Tito; y no sólo con su llegada, sino además con el consuelo que él había encontrado entre vosotros; nos comunicó vuestra añoranza, vuestro llanto, vuestro afán por mí, lo cual me alegró todavía más. Porque, si os contristé con mi carta, no me arrepiento; y si entonces lo sentí —pues veo que aquella carta os entristeció, aunque por poco tiempo—, ahora me alegro, no porque os hubierais entristecido, sino porque vuestra tristeza os llevó al arrepentimiento; pues os entristecisteis como Dios quiere, de modo que de parte nuestra no habéis sufrido ningún perjuicio. Efectivamente, la tristeza vivida como Dios quiere produce arrepentimiento decisivo y saludable; en cambio, la tristeza de este mundo lleva a la muerte.
Mc 1,29-35: En aquel tiempo, fue Jesús con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar.
Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española