2 Cor 10,7-18: Hermanos, si alguno cree ser de Cristo, que lo reconsidere y verá que, si él es de Cristo, también nosotros lo somos. E incluso si me gloriara más de lo debido de la autoridad que nos dio el Señor para construir vuestra comunidad y no para destruirla, no me avergonzaría. Pues no quiero aparecer como quien os mete miedo con las cartas. «Porque las cartas —dicen— son duras y severas, pero su presencia física es raquítica y su palabra despreciable». Considere ese tal que lo que somos de palabra por carta estando ausentes, lo seremos con los hechos cuando estemos presentes. No nos atrevemos a equipararnos ni a compararnos con algunos de los que se recomiendan a sí mismos. Ellos, al medirse de acuerdo con la opinión propia y al compararse consigo mismos, actúan sin sentido. Nosotros, por el contrario, no nos gloriaremos desmesuradamente, sino según la medida de la norma que Dios mismo nos ha asignado al hacernos llegar incluso hasta vosotros. Pues no nos extralimitamos, como si no hubiéramos llegado incluso hasta vosotros; de hecho, fuimos los primeros en llegar hasta vosotros con el Evangelio de Cristo. Tampoco nos gloriamos más allá de la medida adecuada con sudores ajenos; esperamos más bien que, al crecer vuestra fe, podamos crecer aún más entre vosotros según nuestra medida, hasta el punto de anunciar el Evangelio más allá de vosotros, aunque sin gloriarnos en territorio ajeno por trabajos ya realizados. El que se gloría, que se gloríe en el Señor, porque no está aprobado el que se recomienda a sí mismo, sino aquel a quien el Señor recomienda.
Mc 3,28-35: Dijo el Señor: «En verdad os digo, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre». Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo. Llegan su madre y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dice: «Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan». Él les pregunta: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?». Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».
Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española