2 Cor 8,7-15: Hermanos, lo mismo que sobresalís en todo —en fe, en la palabra, en conocimiento, en empeño y en el amor que os hemos comunicado—, sobresalid también en esta obra de caridad. No os lo digo como un mandato, sino que deseo comprobar, mediante el interés por los demás, la sinceridad de vuestro amor. Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza. En este asunto os doy un consejo: ya que vosotros comenzasteis no solo a hacer la colecta, sino también a tomar la iniciativa, os conviene que ahora la concluyáis; de este modo, a la prontitud en el deseo corresponderá la realización según vuestras posibilidades. Porque, si hay buena voluntad, se le agradece lo que uno tiene, no lo que no tiene. Pues no se trata de aliviar a otros, pasando vosotros estrecheces; se trata de igualar. En este momento, vuestra abundancia remedia su carencia, para que la abundancia de ellos remedie vuestra carencia; así habrá igualdad. Como está escrito: Al que recogía mucho no le sobraba; y al que recogía poco no le faltaba.
Mc 3,6-12: En aquel tiempo, los fariseos se confabularon con los herodianos para acabar con él. Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar y lo siguió una gran muchedumbre de Galilea. Al enterarse de las cosas que hacía, acudía mucha gente de Judea, Jerusalén, Idumea, Transjordania y cercanías de Tiro y Sidón. Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una barca, no lo fuera a estrujar el gentío. Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo. Los espíritus inmundos, cuando lo veían, se postraban ante él y gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios». Pero él les prohibía severamente que lo diesen a conocer.
Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española