2 Cor 1,12-20: Hermanos, el motivo de nuestro orgullo es el testimonio de nuestra conciencia: ella nos asegura que procedemos con todo el mundo, y sobre todo con vosotros, con la sinceridad y honradez de Dios, y no por sabiduría carnal, sino por gracia de Dios. Pues no os escribimos sino lo que leéis o entendéis; ya nos habéis entendido en parte, pero espero que entendáis completamente que somos nosotros vuestro motivo de orgullo, lo mismo que vosotros el nuestro, para el día de nuestro Señor Jesús. Con este convencimiento deseábamos ir primero a vosotros, a fin de que recibierais otra gracia y, pasando junto a vosotros, ir a Macedonia; y luego, desde Macedonia, volver a vosotros, para que vosotros me encaminarais hacia Judea. Al hacer estos planes, ¿actué a la ligera?, ¿o es que los planes que hago los hago con miras humanas, de forma que se dan en mí el sí y el no? ¡Dios me es testigo! La palabra que os dirigimos no es sí y no. Pues el Hijo de Dios, Jesucristo, que fue anunciado entre vosotros por mí, por Silvano y por Timoteo, no fue sí y no, sino que en él sólo hubo sí. Pues todas las promesas de Dios han alcanzado su sí en él. Así, por medio de él, decimos nuestro Amén a Dios, para gloria suya a través de nosotros.
Mt 22,23-33: En aquel tiempo, se le acercaron unos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés mandó que cuando uno muere sin hijos, su hermano se case con la viuda para dar descendencia a su hermano. Pues bien, había entre nosotros siete hermanos. El primero se casó, murió sin hijos y dejó su mujer a su hermano. Lo mismo pasó con el segundo y con el tercero hasta el séptimo. Después de todos murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de los siete será mujer? Porque los siete han estado casados con ella». Les contestó Jesús: «Estáis equivocados porque no entendéis las Escrituras ni el poder de Dios. Cuando resuciten, ni los hombres se casarán ni las mujeres tomarán esposo; serán como ángeles en el cielo. Y a propósito de la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído lo que os dice Dios: “Yo soy el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”? No es Dios de muertos, sino de vivos». Al oírlo la gente se admiraba de su enseñanza.
Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española