03/09 - Antimo, Obispo de Nicomedia


San Antimo nació en Nicomedia. De pequeño se distinguía por el respeto y el celo que poseía por los oficios divinos; al crecer, el niño se convirtió en un modelo de prudencia y de amor. Su vida llena de espiritualidad y de intelectualidad llevó a que los cristianos de Nicomedia le convencieran para que fuese ordenado sacerdote y más adelante obispo de Nicomedia en Bitinia (Asia Menor) durante el reinado del emperador Maximiano (286-305).


En el año 304 veinte mil cristianos de Nicomedia perecieron en un incendio mientras estaban en la iglesia el día de Navidad. El obispo Antimo escapó de su destino y se escondió en la aldea de Omana, no lejos de Nicomedia, a petición de su rebaño. Desde allí envió cartas a los cristianos instándolos a mantener firmemente su santa fe y a no temer a las torturas. Una de sus cartas, enviada a través del diácono Teófilo, fue interceptada y entregada al emperador Maximiano. El diácono Teófilo fue cruelmente interrogado y murió bajo tortura sin revelar el paradero del obispo Antimo a sus torturadores. Maximiano pronto logró conocer el paradero del obispo. Un destacamento de soldados fue enviado tras él. Antimo se los encontró en el camino, pero los soldados no lo reconocieron. El obispo los invitó a unirse a él para una comida que les proporcionó. Después de la comida, les reveló que él era el a quien buscaban. Los sorprendidos soldados no sabían qué hacer. Estaban dispuestos a dejarle libre y decirle al emperador que no lo habían encontrado. Sin embargo, Antimo no toleraba una mentira y no aceptó dicho plan.


Los soldados llegaron a creer en Cristo y recibieron el Santo Bautismo. El obispo les ordenó llevar a cabo las instrucciones del emperador. Después de que Antimo fue llevado ante el emperador, Maximiano ordenó que los instrumentos de ejecución fueran sacados y colocados ante él. "¿Crees, emperador, que puedes asustarme con estas herramientas de ejecución? -preguntó Antimo-. No, ¡no puedes asustar a alguien que desea morir por Cristo! La ejecución es aterradora solo para los cobardes, para quienes la vida actual es más preciosa".


Luego, el emperador ordenó que Antimo fuera ferozmente torturado siendo golpeado con barras, obligándole a caminar con sandalias de bronce al rojo vivo y finalmente fijándolo en una rueda que le rompió las extremidades, mientras los verdugos le quemaban el cuerpo con antorchas encendidas. A pesar de todo esto, el Santo permaneció firme y, como el oro refinado en fuego, brilló más intensamente en medio de los tormentos. Después de que Antimo profetizara al emperador que su imperio pagano pronto terminaría y que el cristianismo triunfaría, el emperador rasgó en dos su capa púrpura y ordenó que lo decapitaran. El obispo glorificó alegremente a Dios con su último aliento y recibió la corona del martirio.


Se dice que después de la muerte del obispo Antimo, el vello de su cabeza continuó creciendo de una manera extraña pero maravillosa. Su cráneo se conserva hoy en el Monasterio Atonita de San Panteleimón, y partes de su piel se encuentran en la Capilla de Santa Xenia la Loca en Cristo en Mandra de Atica.


NOTA (por John Sanidopoulos):


Aunque Eusebio data el martirio de Antimo en los años 303 o 304, una carta preservada en el ‘Chronicon Paschale’, escrita en prisión por el sacerdote Luciano de Antioquía, que estaba esperando la muerte, menciona a Antimo, obispo de Nicomedia, como si acabara de sufrir el martirio. Schaff y Wace anotan que Luciano fue encarcelado y ejecutado durante la persecución del emperador Maximino, en 311 o 312, y por lo tanto concluyen que, si el fragmento es genuino, Antimo sufrió el martirio no bajo Diocleciano y Maximiano, sino bajo Maximino.


LECTURAS


Heb 13,7-16: Hermanos, acordaos de vuestros guías, que os anunciaron la palabra de Dios; fijaos en el desenlace de su vida e imitad su fe. Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre. No os dejéis arrastrar por doctrinas complicadas y extrañas; lo importante es robustecerse interiormente por la gracia y no con prescripciones alimenticias, que de nada valieron a los que las observaban. Nosotros tenemos un altar del que no tienen derecho a comer los que dan culto en el tabernáculo; porque los cuerpos de los animales, cuya sangre lleva el sumo sacerdote para el rito de la expiación, se queman fuera del campamento; y por eso Jesús, para consagrar al pueblo con su propia sangre, murió fuera de la puerta. Salgamos, pues, hacia él, fuera del campamento, cargados con su oprobio; que aquí no tenemos ciudad permanente, sino que andamos en busca de la futura. Por medio de él, ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que confiesan su nombre. No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente; esos son los sacrificios que agradan a Dios.


Mt 11,27-30: Dijo el Señor a su discípulos: «Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».



Fuente: laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com

Adaptación propia