04/09 - El Santo Mártir Babilas


Después de San Ignacio, el más famoso de los antiguos obispos de Antioquía fue san Babilas, quien sucedió a Cebino, el año 240, siendo por tanto el duodécimo ocupante de dicha sede metropolitana.


Desgraciadamente sabemos muy poco sobre él. San Juan Crisóstomo nos dice que fue Babilas aquel obispo del que Eusebio nos cuenta que, en la Pascua del año 244, se negó a admitir en la iglesia al emperador Felipe el Árabe (244-249), quien se decía cristiano, si no expiaba antes el asesinato de su predecesor, el emperador Gordiano.


San Babilas murió martirizado durante la persecución de Decio. Eusebio dice que falleció en la prisión; pero san Juan Crisóstomo afirma que fue decapitado.


Las primeras reliquias de un mártir que fueron trasladadas pertenecieron a san Babilas. Cuentan las crónicas que se hallaba sepultado en Antioquía, pero en el año 351 el César Gayo mandó trasladar sus restos a la cercana iglesia de Dafne para contrarrestar la influencia que ejercía el famoso santuario de Apolo, donde los oráculos y la vida licenciosa constituían un mal ejemplo para los cristianos. Con el traslado de las reliquias del mártir terminaron aquellas cosas. El año 362, Juliano el Apóstata dio la orden de sacar de allí esas reliquias. Los cristianos las acompañaron en procesión a Antioquía cantando los salmos que se refieren a la impotencia de los ídolos y de los falsos dioses. Al atardecer del día siguiente, según cuenta la tradición, el templo de Apolo fue destruido por un rayo. Poco después, tuvo lugar una tercera translación de los restos del mártir a la basílica que el obispo san Melecio había construido, del otro lado del Orontes. Dicho obispo fue sepultado junto a san Babilas. En la Edad Media los huesos de Babilas fueron llevados a Cremona (Italia).


LECTURAS


Heb 11,33-40;12,1-2: Hermanos, todos los santos, por fe, conquistaron reinos, administraron justicia, vieron promesas cumplidas, cerraron fauces de leones, apagaron hogueras voraces, esquivaron el filo de la espada, se curaron de enfermedades, fueron valientes en la guerra, rechazaron ejércitos extranjeros; hubo mujeres que recobraron resucitados a sus muertos. Pero otros fueron torturados hasta la muerte, rechazando el rescate, para obtener una resurrección mejor. Otros pasaron por la prueba de las burlas y los azotes, de las cadenas y la cárcel; los apedrearon, los aserraron, murieron a espada, rodaron por el mundo vestidos con pieles de oveja y de cabra, faltos de todo, oprimidos, maltratados —el mundo no era digno de ellos—, vagabundos por desiertos y montañas, por grutas y cavernas de la tierra. Y todos estos, aun acreditados por su fe, no consiguieron lo prometido, porque Dios tenía preparado algo mejor a favor nuestro, para que ellos no llegaran sin nosotros a la perfección. En consecuencia: teniendo una nube tan ingente de testigos, corramos, con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios.


Mt 10,32-36;11,1: Dijo el Señor a sus discípulos: «A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos. No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz: no he venido a sembrar paz, sino espada. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa». Cuando Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.



Fuente: eltestigofiel.org / Enciclopedia Católica / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

Adaptación propia