Tanto sobre Zacarias como sobre Isabel tenemos una única mención en el Nuevo Testamento, que es el inicio del Evangelio de San Lucas.
Se sabe que él era sacerdote del templo de Jerusalén y que su esposa Isabel era pariente —puede ser que prima— de la Virgen María. Se sabe, también por el testimonio evangélico y por sus propias palabras, que eran ya mayores y que no habían logrado tener descendencia por más deseada que fuera.
Un día, cumple Zacarías el oficio sacerdotal y, mientras ofrece el incienso, ve un ángel —se llama Gabriel— que le dice: "Tu oración ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo al que pondrás por nombre Juan".
Aunque Zacarías es un hombre piadoso y de fe, no da crédito a lo que está pasando. Cierto que los milagros son posibles y que Dios es el Todopoderoso, cierto que se cuenta en la historia un repertorio extenso de intervenciones divinas, cierto que conoce obras portentosas del Dios de Israel, pero que "esto" de tener el hijo tan deseado le pueda pasar a él y que su buena esposa "ahora" que es anciana pueda concebir un hijo... en estas circunstancias... vamos que no se lo cree del todo por más que a un ángel no se le vea todos los días.
El castigo por la debilidad de su fe será la mudez hasta que lo prometido de parte de Dios se cumpla. Cuando naceJuan —el futuro Bautista— Zacarías recupera el habla, bendice a Dios y entona un canto de júbilo, profetizando. También Isabel prorrumpió en una exclamación sublime —que repetimos al rezar cada Avemaría— cuando estaba encinta y fue visitada por la Virgen: "Bendita tú entre todas las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre". Añadiendo: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte de Dios!". También la Virgen entona uno de los más hermosos himnos conocidos: «Engrandece mi alma al Señor».
En preciosas pinceladas vemos aparecer y condensarse en ellos todo lo mejor de la piedad del Antiguo Testamento, precisamente cuando va a comenzar la Nueva, y definitiva, Alianza de Dios con su pueblo: ante todo, lo más preciado del Dios de Israel: se compadece del humilde y sobre todo del que vive humillado, como estos dos ancianos que no han podido tener hijos, que era, para el israelita, la justificación misma de la vida. En escenas donde se van entretejiendo rasgos que provienen de distintas narraciones del AT (el milagroso nacimiento de Samuel, la vocación de Sansón, etc), se nos presenta a la vez la pequeñez humana, y la magnanimidad con la que estos dos ancianos acogen el misterio del plan de Dios. La alabanza más sintética, autorizada y profunda que se ha dicho de este matrimonio es que "ambos eran justos ante Dios".
El misterio de estas escenas, lejos de detenerse en la milagrosidad -en sí grande- del nacimiento del Bautista, se centra en la visita de María a su prima Isabel, todo un Dios que, en el vientre de su madre, toma la iniciativa para ir a ayudar al ser humano en su debilidad y necesidad.
Zacarías, que aunque en el conjunto de la narración queda en un segundo plano, será el encargado de «responder» a Dios con otro himno, que también ha pasado a la tradición orante de nuestra fe y que se reza cada día en la Liturgia de las Horas: el ‘Benedictus’.
Según la opinión de muchos Padres de la Iglesia, siguiendo una antigua tradición, este Zacarías sería el que los judíos mataron «entre el altar y el Templo» (Mt 23,35), en primer lugar, porque incluso después de que la Bienaventurada Virgen María diera a luz, siguió considerándola virgen y contándola como tal, y en segundo lugar, porque su hijo Juan no se encontraba entre los inocentes asesinados por Herodes, ya que su madre lo había escondido en un lugar desconocido del desierto, donde, según el Evangelista: «El niño crecía y se fortalecía en el espíritu, y vivía en lugares desiertos hasta los días de su manifestación a Israel» (Lc 1,80); esto habría provocado la ira del tirano.
Con Zacarías e Isabel la fe es aclamada con exultación y reconocida en su inseparable oscuridad.
LECTURAS
Heb 6,13-20: Hermanos, cuando Dios hizo la promesa a Abrahán, no teniendo a nadie mayor por quien jurar, juró por sí mismo, diciendo: Te llenaré de bendiciones y te multiplicaré abundantemente; y así, perseverando, alcanzó lo prometido. Los hombres juran por alguien mayor, y, con la garantía del juramento, queda zanjada toda discusión. De la misma manera, queriendo Dios demostrar a los beneficiarios de la promesa la inmutabilidad de su designio, se comprometió con juramento, para que por dos cosas inmutables, en las que es imposible que Dios mienta, cobremos ánimos y fuerza los que buscamos refugio en él, aferrándonos a la esperanza que tenemos delante. La cual es para nosotros como ancla del alma, segura y firme, que penetra más allá de la cortina, donde entró, como precursor, por nosotros, Jesús, Sumo Sacerdote para siempre según el rito de Melquisedec.
Mt 23,29-39: Dijo el Señor a los judíos que habían acudido a él: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que edificáis sepulcros a los profetas y ornamentáis los mausoleos de los justos, diciendo: “Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres, no habríamos sido cómplices suyos en el asesinato de los profetas”! Con esto atestiguáis en vuestra contra, que sois hijos de los que asesinaron a los profetas. ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres! ¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo escaparéis del juicio de la gehenna? Mirad, yo os envío profetas y sabios y escribas. A unos los mataréis y crucificaréis, a otros los azotaréis en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad. Así recaerá sobre vosotros toda la sangre inocente derramada sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el santuario y el altar. En verdad os digo, todas estas cosas caerán sobre esta generación». «¡Jerusalén, Jerusalén!, que matas a los profetas y apedreas a quienes te han sido enviados, cuántas veces intenté reunir a tus hijos, como la gallina reúne a los polluelos bajo sus alas, y no habéis querido. Pues bien, vuestra casa va a quedar desierta. Os digo que a partir de ahora no me veréis hasta que digáis: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!».
Fuente: eltestigofiel.org / catholic.net / goarch.org / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española