Severiano el Gran Mártir de Sebaste (en la actualidad parte del sur de Turquía), que sufrió y murió por el Evangelio de Jesucristo alrededor del año 320, pagó el precio más alto por su inmensa fe en el Hijo de Dios. Su agonía –y su triunfo final- tuvo lugar durante el reinado del Emperador Romano Licinio (250-325), luego de que este valeroso cristiano se atreviese a mostrar compasión por 40 de los soldados imperiales que habían sido arrestados por haberse unido a la Iglesia.
Severiano, hombre compasivo y generoso, nació alrededor del año 290 en la áspera región de Armenia, en el Asia Menor, la que luego vendría a ser llamada “Anatolia”, provincia del centro-sur de Turquía (esta es la misma región en la cual, originalmente, se habían convertido San Pablo y sus seguidores hacía tres siglos). Perteneciente a la clase media, muy pronto Severiano alcanzó el puesto de Senador en el mundo gobernado por los Romanos de esa época.
Próspero y poderoso, el intrépido Severiano también era un hombre de profundas convicciones. Como líder político, bajo el gobierno despiadado de Lucinio, presenció frecuentemente la persecución ejercida en su localidad en contra de los cristianos. Después de un tiempo, el compasivo Severiano se vio atormentado por la difícil situación de los nuevos conversos mientras los visitaba en sus miserables prisiones. Impresionado por su resistencia y constancia bajo esas deplorables condiciones e inminente tortura, el vehemente Severiano les conminaba a permanecer fieles a su nueva fe. Así fue como él mismo se convirtió.
En el lapso de los 6 meses posteriores a la muerte de los 40 mártires, que fueron brutalmente ejecutados por su fe el año 320, Severiano uniría su destino al de ellos en la muerte a causa de su propia conversión. A pesar de haber sido un próspero e influyente noble, ello no bastó para evitar ser juzgado por su recién abrazada creencia en el Evangelio del Señor. Una y otra vez se negó a desobedecer al Santo Redentor y, como consecuencia de ello, se enfrentó a torturas de una brutalidad tremenda.
Los sufrimientos de Severiano fueron enormes, pero los resistió pidiendo en voz muy alta al Señor las fuerzas necesarias para completar su martirio. A pesar de su cuerpo lacerado una y otra vez por los cuchillos, se negó a renunciar a su fe. La brutalidad de sus opresores Romanos se hizo manifiesta en la manera en que al prisionero le fue infligido el terrible castigo: suspendiéndolo boca abajo en una de las murallas de la ciudad, en las afueras de Sebaste, con una inmensa piedra sujetándole el cuello y otra colgando de los pies.
Severiano murió alabando al Señor, en ferviente oración, tras lo cual fue llevado por los Cristianos de la zona a su casa, ubicada en el centro de la ciudad. Pero esa procesión de despedida estuvo marcada por un sorprendente milagro ocurrido cuando uno de los sirvientes de Severiano, que había fallecido horas antes, repentinamente resucitó de su lecho de muerte para unirse a la procesión funeraria. Inspirado por la fe y la fidelidad de esos primeros cristianos, así como por el extraordinario valor de su antiguo señor, el resucitado siervo, de acuerdo con una tradición local, se convertiría inmediatamente a la nueva fe. Aunque el nombre del sirviente no ha sido preservado para la posteridad, la tradición dice que el ascético devoto insistió en permanecer cerca de la tumba de su señor durante el resto de su vida, donde pasó sus días en devota oración.
La vida de San Severiano ha sido fuente de gran inspiración para muchas generaciones de creyentes, que han visto en su compasión y su gran coraje un modelo de valerosa fe, así como un gran ejemplo de la manera en que Dios nos protege, aun en las más difíciles pruebas y tormentos.
Fuente: laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com
Adaptación propia