14/09 - La Exaltación Universal de la Venerable y Vivificadora Cruz


La fiesta del 14 de septiembre lleva como título en los libros litúrgicos de la tradición bizantina "Universal Exaltación de la Preciosa y Vivificante Cruz". Es una fiesta relacionada con la ciudad de Jerusalén y con la dedicación de la basílica de la Resurrección edificada sobre la tumba del Señor en el año 335, y también se celebra el hallazgo de la reliquia de la Cruz por parte de la emperatriz Elena y del obispo Macario.

La cruz tiene un lugar relevante en la liturgia bizantina: todos los miércoles y viernes del año se la conmemora con el canto de un tropario; además, se conmemora también el tercer domingo de Cuaresma y los días 7 de mayo y 1 de agosto. En los textos litúrgicos bizantinos la Cruz es presentada siempre como lugar de victoria: de victoria de Cristo sobre la muerte, de victoria de la vida sobre la muerte, lugar de derrota y muerte de la muerte. La celebración litúrgica del 14 de septiembre en la tradición bizantina está precedida por un día de pre-fiesta el 13, en el cual se celebra la dedicación de la basílica de la Resurrección, y se extiende con una octava hasta el 21 del mismo mes de septiembre.

El icono de la fiesta de la exaltación de la Cruz presenta la figura del obispo Macario elevando la santa Cruz, con diáconos a su alrededor; algunos iconos introducen también entre los personajes a la emperatriz Elena. El icono representa la misma celebración litúrgica del día con la gran bendición y veneración de la Cruz preciosa y vivificante. El icono, por tanto, hace presente el misterio que se celebra en este día y la liturgia misma que la Iglesia celebra. La ostensión y la exaltación de la cruz lleva, en primer lugar, a toda la creación a la alabanza de Aquel que en ella ha sido elevado, y a su victoria sobre la muerte: "La cruz exaltada de Aquel que en ella ha sido elevado induce a toda la creación a celebrar la inmaculada pasión: ya que fue matado con ella Aquel que nos había matado, Él nos ha dado vida de nuevo a los que estábamos muertos, nos ha dado belleza y nos ha hecho dignos, en su compasión, por su suma bondad, de obtener la ciudadanía en los cielos... Cruz venerabilísima que las huestes angélicas rodean gozosas, hoy, en tu exaltación, por el divino querer, levanta a todos aquellos que, por el engaño de aquel fruto, habían sido expulsados y habían sido precipitados en la muerte... Nosotros, por tanto, aclamamos: Exaltad a Cristo, Dios bondadosísimo, y postraos al estrado de sus pies...

En uno de los largos troparios de Vísperas se reseña casi toda la teología de la cruz y cómo la misma Iglesia la profesa y la vive. Poniendo en paralelo el árbol del paraíso con el árbol de la cruz, esta es presentada y mostrada como lugar de la salvación y de la vida; el engaño del primer árbol se convierte en vida en el segundo árbol: "Venid, naciones todas, adoremos el leño bendito por el cual se ha realizado la eterna justicia: ya que aquel que con el árbol ha engañado al progenitor Adán es alimentado en la cruz, y cae envuelto en una funesta caída, él, que se había adueñado tiránicamente de una criatura real...". El veneno de la serpiente es anulado por la sangre vivificante de Cristo en la cruz: "Con la sangre de Dios es lavado el veneno de la serpiente, y es anulada la maldición de la justa condena por la injusta condena infligida al justo: ya que con un árbol necesitaba sanarse el árbol, y con la pasión del impasible destruir en el árbol las pasiones del condenado...".

En esta fiesta la tradición bizantina da a la cruz de Cristo títulos que la relacionan directamente, como la liturgia misma lo hace también, con la Madre de Dios, con el misterio de la salvación obrado por Cristo mismo a través de la cruz. Y, al igual que en otras liturgias orientales, también la tradición bizantina da a la cruz como primer título el de puerta o llave que abre de nuevo el paraíso: "Alégrate, cruz vivificante, puerta del paraíso, sostén de los fieles, muro fortificado de la Iglesia: por ti es aniquilada la corrupción, destruido y engullido el poder de la muerte, y nosotros hemos sido elevados de la tierra al cielo. Arma invencible, enemiga de los demonios, gloria de los mártires, verdadero ornamento de los santos, puerto de salvación, tú das al mundo la gran misericordia".

La cruz es presentada, por tanto, como lugar y fuente de la salvación que nos viene por Cristo: "Alégrate, cruz del Señor, por la cual ha sido desatado de la maldición el género humano; eres señal del verdadero gozo, fortaleza de los reyes, vigor de los justos, decoro de los sacerdotes, tú que, siendo impresa, libras de graves males; cetro de poder con el cual somos pastoreados; arma de paz, que los ángeles veneran con temor; divina gloria del Cristo... Guía de los ciegos, médico de los enfermos, resurrección de todos los muertos... Cruz preciosa, por la cual la corrupción ha sido disuelta, la incorruptibilidad ha florecido, nosotros los mortales hemos sido deificados... Viéndote hoy alzada por las manos de los pontífices, nosotros exultamos a  Aquél que en ti ha sido alzado y te veneramos, viendo abundantemente la gran misericordia".

La liturgia de la exaltación de la cruz desarrolla toda la tipología veterotestamentaria que la tradición patrística ha comentado siempre como prefiguración de la cruz de Cristo y de la salvación que por ella viene al género humano. Dos son los textos veterotestamentarios que encontramos presentes en la liturgia de la fiesta: en primer lugar, Ex. 15, que es también la primera de las lecturas de Vísperas, que narra el encuentro con las aguas amargas de Mará, sanadas por el leño echado en ella por Moisés; y esto es recordado en la tradición bizantina cuando el sacerdote, para la consagración de las aguas bautismales, sumerge por tres veces la cruz en el recipiente de agua. En segundo lugar Ex. 17, donde se narra la victoria del pueblo de Israel contra Amalec por la oración de Moisés con las manos alzadas en forma de cruz, prefiguración de Cristo alzado en la cruz: "Teniendo las manos alzadas, Moisés te ha prefigurado, oh cruz preciosa, orgullo de los creyentes, sostén de los luchadores mártires, decoro de los apóstoles, defensa de los justos, salvación de todos los santos... Lo que Moisés prefiguró un tiempo en su persona, derrotando a Amalec y abatiéndolo, lo que el cantor David ordenó venerar como escabel de tus pies, tu cruz preciosa, oh Cristo Dios, esta que nosotros pecadores besamos hoy con labios indignos, celebrándote, que te has dignado dejarte clavar, y a ti te gritamos: Señor, al igual que al ladrón, haznos  a nosotros dignos también de tu reino".

P. Manuel Nin en L’Osservatore Romano
Traducción del italiano: P. Salvador Aguilera

Homilía sobre la Exaltación de la Santa Cruz

La Cruz que veneramos hoy es el centro del misterio de nuestra salvación. Es la revelación suprema del amor de Dios hacia sus criaturas, la revelación suprema, también, de nuestro proceso de aprendizaje del amor a Dios y del amor al prójimo.

La Cruz es el lugar de nuestra existencia y, sin embargo, san Pablo la llama locura: "La palabra de la Cruz es locura para los que se pierden, pero para los que se salvan, esto es, nosotros, es poder de Dios" (1 Co. 1, 18)La palabra de la Cruz es locura para el mundo. Hay un abismo infranqueable, humanamente hablando, entre la sabiduría de Dios y la sabiduría del hombre, de manera que quien es  sabiduría y amor de Dios es locura para el mundo y viceversa. Debemos penetrar en este misterio, en esta revelación crucificante del amor de Dios, del amor trinitario, del amor infinito, del amor que es la vida y el ser mismo de Dios, del amor que se extiende como un perfume sobre el mundo y sobre los corazones que lo quieran acoger.


Dios escogió el instrumento de la Cruz, instrumento de tortura, de sufrimiento, de total humillación para hacernos comprender el grado de humildad y postración que representa su descenso a nosotros. Alejándose de Dios por la desobediencia, el primer Adán y sus herederos se han alejado a una distancia infinita de su Creador. Sólo Dios podía recorrer esa distancia descendiendo hasta nosotros. Venir a nosotros implica para Dios un descenso que llamamos "Kenosis" y que quiere decir la voluntad divina de despojarse de su gloria, o al menos de ocultarla. El descender de Dios significa que el Hijo de Dios se hace también Hijo del hombre, manifestando, no sólo su propio amor, sino también el amor del Padre. En el diálogo de Jesús con Nicodemo le dice: "Tanto amó Dios al mundo (hay que insistir en esa palabra "tanto") que envió a su Hijo unigénito para que todo aquél que crea en Él noperezca, sino que tanga vida eterna" (Jn. 3, 16)


El Hijo de Dios que llega a nosotros nos conduce a la luz, como nos enseña el icono del Descenso al Hades (o de la Resurrección). Cristo nos rescata del infierno por la fuerza de su mano poderosa, por la fuerza de su amor. Rescata a Adán y Eva, y todos sus descendientes, del infierno en que ahora nos encontramos. El infierno no es propiamente un lugar, sino el estado de ausencia de Dios, del rechazo de Dios, Cada vez que caemos en el mal o en connivencia con el mal, estamos anticipando lo que podría ser nuestro infierno. Hoy se habla poco de esto, sin embargo es necesario decir que el infierno existe y añadir a continuación que Cristo descendió a ese infierno para sacarnos de él rompiendo sus puertas.


Mientras tanto ¿hacia dónde vamos nosotros? Somos las ovejas perdidas del salmo (118, 176) "Anduve errante como oveja descarriada, ven a buscar a tu siervo". Para que este encuentro entre Dios y el hombre caído pudiera realizarse era necesario que el Señor descendiera a través de la Cruz. La Cruz es la señal de la perfecta obediencia del Hijo al Padre, de la unidad de las voluntades divina y humana en Jesús. En la medida en que se acomoda plena y totalmente la voluntad humana de Jesús con la voluntad del Padre ("Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya" Lc.22, 42), en esa medida nuestra voluntad humana puede también acomodarse a la voluntad de Dios y hacerse una con ella.


Siendo así que a través de la Cruz se desciende a los infiernos, se abre para todos un camino infinito de vida nueva y de ascenso a Dios. De la misma manera que la Cruz constituye el camino necesario del descenso y del amor de Dios revelado a los hombres para nuestra salvación, así también no hay para nosotros otro camino de vida divina y de obediencia a la voluntad de Dios que el de la Cruz y el sufrimiento que ello implica. En la medida en que rechacemos a Dios y nos revolvamos contra Él, así nos entregamos a las enfermedades del alma y del cuerpo, porque las enfermedades, sobre todo las del alma son una señal de nuestro rechazo a la gracia de Dios. Sólo la gracia divina es fuente de vida verdadera. Sólo el poder del Espíritu Santo es vivificante; sólo Él nos da la vida a nuestra alma y nuestro cuerpo. Es el Espíritu el que obra en nosotros ese profundo cambio que es la "metanoia", el arrepentimiento, conversión de vida que nos lleva al pie de la Cruz de Cristo con la Santísima Madre de Dios, con el discípulo amado, con Nicodemo y Juan de Arimatea, con las santas mujeres que miraban desde lejos. También nosotros estamos llamados a mantenernos al pie de la Cruz y a desear que esta Cruz se inscriba en nuestra propia existencia, a no conocer, como dice san Pablo, más que a Cristo, y a éste crucificado.


Esta conversión implica que toda nuestra voluntad se comprometa a gloriarnos de la Cruz de Cristo, como dice san Pablo: "por quien el mundo me es crucificado a mí y yo al mundo" (Gal. 6,14) Es participando de la Cruz de Cristo como recorremos el camino de la victoria pascual contra todas las fuerzas del mal que nos asaltan y nos rodean buscando destruirnos y alejarnos de Dios. Estamollamados a cooperar en la obra de Cristo participando de sus sufrimientos para poder participar de su victoria y poder así ser coronados como vencedores, tal como promete el Espíritu a la Iglesia de Esmirna en el Apocalipsis; "Sé fiel hasta la muerte y yo te daré la corona de la vida" (Ap. 2, 10).


Que cada signo de la Cruz que hagamos sea un gesto de apropiarnos de la Cruz de Cristo, de dar testimonio del poder y la sabiduría de Dios y de llevar a todos los que nos rodean la buena nueva de la Cruz y la Resurrección a la vida divina. Amén


Arch. Demetrio


LECTURAS

En Vísperas


Éx 15,22-27;16,1: Moisés hizo partir del mar Rojo a Israel, que se dirigió hacia el desierto de Sur. Caminaron tres días por el desierto sin encontrar agua. Llegaron a Mará, pero no pudieron beber el agua de Mará, porque era amarga. Por eso se llamó aquel lugar Mará. El pueblo murmuró contra Moisés, diciendo: «¿Qué vamos a beber?». Moisés clamó al Señor y el Señor le mostró un madero. Él lo echó al agua y el agua se volvió dulce. Allí el Señor dio leyes y mandatos al pueblo y lo puso a prueba, diciéndoles: «Si obedeces fielmente la voz del Señor tu Dios y obras lo recto a sus ojos, escuchando sus mandatos y acatando todas sus leyes, no te afligiré con ninguna de las plagas con que afligí a los egipcios; porque yo soy el Señor, el que te cura». Después llegaron a Elín, donde hay doce fuentes y setenta palmeras, y acamparon allí junto al agua. Toda la comunidad de Israel partió de Elín y llegó al desierto de Sin, entre Elín y Sinaí.


Prov 3,11-18: Hijo mío, no rechaces la reprensión del Señor, no te enfades cuando él te corrija, porque el Señor corrige a los que ama, como un padre al hijo preferido. Dichoso el que encuentra sabiduría, el hombre que logra inteligencia: adquirirla vale más que la plata, es más provechosa que el oro y más valiosa que las perlas; no se le comparan las joyas. En la diestra trae largos años, honor y riquezas en la izquierda; sus caminos son deleitosos, todas sus sendas prosperan; es árbol de vida para quienes la acogen, son dichosos los que se aferran a ella.


Is 60,11-16: Así dice el Señor: «Tendrán tus puertas siempre abiertas, ni de día ni de noche se cerrarán, para que traigan a ti la riqueza de los pueblos, guiados por sus reyes. La nación y el reino que no te sirvan perecerán, esos pueblos serán devastados. Vendrá a ti el orgullo del Líbano, el ciprés, el olmo y el abeto, para embellecer mi santuario y ennoblecer mi estrado. Los hijos de tus opresores vendrán a ti humillados, se postrarán a tus pies los que te despreciaban, y te llamarán “Ciudad del Señor”, “Sión del Santo de Israel”. Aunque abandonada, aborrecida y solitaria, haré de ti el orgullo de los siglos, la delicia de las generaciones. Mamarás la leche de los pueblos, mamarás al pecho de los reyes; y sabrás que yo soy el Señor, tu salvador, que tu libertador es el Fuerte de Jacob».


En Maitines


Jn 12,28-36: Dijo el Señor: «Padre, glorifica tu nombre». Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo». La gente que estaba allí y lo oyó, decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo: «Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí». Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir. La gente le replicó: «La Escritura nos dice que el Mesías permanecerá para siempre; ¿cómo dices tú que el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto? ¿Quién es ese Hijo de hombre?». Jesús les contestó: «Todavía os queda un poco de luz; caminad mientras tenéis luz, antes de que os sorprendan las tinieblas. El que camina en tinieblas no sabe adónde va; mientras hay luz, creed en la luz, para que seáis hijos de la luz».


En la Liturgia


1 Cor 1,18-24: Hermanos, el mensaje de la cruz es necedad para los que se pierden; pero para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios. Pues está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios, frustraré la sagacidad de los sagaces. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el docto? ¿Dónde está el sofista de este tiempo? ¿No ha convertido Dios en necedad la sabiduría del mundo? Y puesto que, en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios por el camino de la sabiduría, quiso Dios valerse de la necedad de la predicación para salvar a los que creen. Pues los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero para los llamados —judíos o griegos—, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios.


Jn 19,6-11,13-20,25-28,30: En aquel tiempo, cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». Pilato les dijo: «Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él». Los judíos le contestaron: «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha hecho Hijo de Dios». Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más. Entró otra vez en el pretorio y dijo a Jesús: «¿De dónde eres tú?». Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo: «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?». Jesús le contestó: «No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor». Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y se sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos: «He aquí a vuestro rey». Ellos gritaron: «¡Fuera, fuera; crucifícalo!». Pilato les dijo: «¿A vuestro rey voy a crucificar?». Contestaron los sumos sacerdotes: «No tenemos más rey que al César». Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos». Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio. Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo: «Tengo sed». Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido». E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.


Tropario de la Santa Cruz




Fuente: lexorandies.blogspot.com / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española / Arquidiócesis de México, Veneuela, Centroamérica y El Caribe