20/09 - Eustaquio el Megalomártir, su esposa y sus dos hijos

Este santo Mártir Eustaquio, antes de su Bautismo, era un ilustre general romano llamado Plácido, en tiempos del Emperador Trajano.

Un día, mientras cazaba en el campo, se convirtió a la Fe de Cristo mediante la aparición de un ciervo de una majestuosidad poco común entre cuyos cuernos vio la Cruz de Cristo y a través del cual el Señor le habló con voz humana. Al volver a casa, Plácido supo que su mujer Taciana también había tenido una visión en que se le ordenó que se hiciera cristiana. Ambos buscaron al Obispo de los Cristianos y fueron bautizados, recibiendo Plácido el nombre de Eustaquio y Taciana el de Teopiste; sus dos hijos fueron bautizados Agapio y Teopisto.


Posteriormente la familia fue sometida a pruebas similares a las de Job. Sus siervos murieron, todos sus bienes fueron robados y, en una peregrinación a Jerusalén, se vieron dispersados, no sabiendo cada miembro si los demás vivían aún. Pero por la providencia de Dios se reunieron de nuevo muchos años después, y regresaron en gloria a Roma.


No obstante, cuando se negaron a sacrificar a los ídolos -sacrificio público al que no podía faltar ningún general romano-, el Emperador Adriano, que había sucedido a Trajano, hizo que los metieran en un artefacto de bronce con forma de toro que fue calentado hasta que murieron. Cuando sus santos cuerpos fueron sacados, se encontraron intactos.


Estos santos sufrieron el martirio hacia el año 126.


LECTURAS


Ef 6,10-17: Hermanos, buscad vuestra fuerza en el Señor y en su invencible poder. Poneos las armas de Dios, para poder afrontar las asechanzas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire. Por eso, tomad las armas de Dios para poder resistir en el día malo y manteneros firmes después de haber superado todas las pruebas. Estad firmes; ceñid la cintura con la verdad, y revestid la coraza de la justicia; calzad los pies con la prontitud para el evangelio de la paz. Embrazad el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del maligno. Poneos el casco de la salvación y empuñad la espada del Espíritu que es la palabra de Dios.


Lc 21,12-19: Dijo el Señor a sus discípulos: «Sabed que os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio. Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».



Fuente: goarch.org / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

Traducción del inglés propia