23/09 - Concepción del Santo Profeta, Precursor y Bautista Juan


Esta era la profecía de Isaías para el precursor: “Una voz proclama: «Preparen en el desierto un camino para el Señor; enderecen en la estepa un sendero para nuestro Dios. (Isaías 40: 3)".

Esta voz era la del Precursor San Juan el bautista, nacido en forma milagrosa; su padre Zacarías era sacerdote, y en el momento que estaba incesando en el templo durante la Fiesta de los Tabernáculos, vio un ángel del Señor que le anunció de la llegada de un hijo y que lo llamaría Juan. Esto ocurrió quince meses antes del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo.

La alegría desbordaba en Zacarías, pero dudó un instante porque él y su mujer tenían una edad avanzada, a pesar de tener ante sus ojos los precedentes de Abrahán y Sara, de Ana, madre del Profeta Samuel, y de otras mujeres estériles del Pueblo de Israel que dieron a luz por el poder de Dios; entonces el ángel le dijo que por su desconfianza quedaría mudo hasta que la palabra de Dios se cumpliera.

Así fue: a los nueve meses Isabel tuvo a su hijo. Luego de ocho días, en la circuncisión del niño, los parientes quisieron poner el nombre de su padre al niño, pero Zacarías escribió en una pizarra el nombre de Juan, e inmediatamente volvió a hablar, y la alegría retornó a todos.

LECTURAS

Gál 4,22-27: Hermanos, Abrahán tuvo dos hijos, uno de la esclava y otro de la libre; pero el hijo de la esclava nació según la carne y el de la libre en virtud de una promesa. Estas cosas son una alegoría: aquellas representan dos alianzas. Una, la del monte Sinaí, engendra para la esclavitud, y es Agar; en efecto, Agar significa la montaña del Sinaí, que está en Arabia, pero corresponde a la Jerusalén actual, pues está sometida a esclavitud junto con sus hijos. En cambio, la Jerusalén de arriba es libre; y esa es nuestra madre. Pues está escrito: Alégrate, estéril, la que no dabas a luz, rompe a gritar de júbilo, la que no tenías dolores de parto, porque serán muchos los hijos de la abandonada; más que los de la que tiene marido.


Lc 1,5-25: En los días de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote de nombre Zacarías, del turno de Abías, casado con una descendiente de Aarón, cuyo nombre era Isabel. Los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran de edad avanzada. Una vez que oficiaba delante de Dios con el grupo de su turno, según la costumbre de los sacerdotes, le tocó en suerte a él entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso; la muchedumbre del pueblo estaba fuera rezando durante la ofrenda del incienso. Y se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se sobresaltó y quedó sobrecogido de temor. Pero el ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Te llenarás de alegría y gozo, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos hijos de Israel al Señor, su Dios. Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto». Zacarías replicó al ángel: «¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada». Respondiendo el ángel, le dijo: «Yo soy Gabriel, que sirvo en presencia de Dios; he sido enviado para hablarte y comunicarte esta buena noticia. Pero te quedarás mudo, sin poder hablar, hasta el día en que esto suceda, porque no has dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento oportuno». El pueblo, que estaba aguardando a Zacarías, se sorprendía de que tardase tanto en el santuario. Al salir no podía hablarles, y ellos comprendieron que había tenido una visión en el santuario. Él les hablaba por señas, porque seguía mudo. Al cumplirse los días de su servicio en el templo, volvió a casa. Días después concibió Isabel, su mujer, y estuvo sin salir de casa cinco meses, diciendo: «Esto es lo que ha hecho por mí el Señor, cuando se ha fijado en mí para quitar mi oprobio ante la gente».



Fuente: Arquidiócesis Ortodoxa Griega de Buenos Aires y Sudamérica (Patriarcado Ecuménico) / goarch.org / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española
Adaptación propia