24/09 - Tecla la Protomártir e Isapóstol


Su historia, muy difundida y popular, depende por entero de un romance compuesto hacia fines del siglo II y al que se conoce con el nombre de Actas de Pablo y Tecla. San Jerónimo afirma que serían apócrifas, y Tertuliano asegura que fueron escritas por un presbítero del Asia a quien las autoridades eclesiásticas depusieron de su ministerio al comprobársele, precisamente, que había utilizado en falso el nombre de San Pablo. No obstante esto, el libro mantuvo su popularidad en la Iglesia, y una larga sucesión de escritores, tan famosos como los mencionados antes, se refirieron posteriormente a diversos incidentes del argumento.


Las "Actas" refieren que San Pablo (a quien se describe como "un hombrecillo de baja estatura, calvo, de piernas arqueadas, de constitución vigorosa, cejas muy pobladas, nariz larga y una mirada penetrante y atractiva"), en su segundo viaje apostólico, hacia el año 48, visita Iconio acompañado de Bernabé. Se trata de una ciudad de Asia Menor que hoy forma parte de Turquía. Se hallaba como huésped en la casa de Onesíforo cuando su presencia, su actitud y sus palabras, impresionaron de tal manera a la doncella Tecla que, por influencias del Apóstol decidió poner en práctica sus enseñanzas sobre la castidad y la virginidad. En consecuencia, rompió en seguida su compromiso para casarse con cierto joven llamado Tamiris y su actitud produjo una gran conmoción en su hogar. Sus padres se mostraron indignados, Tamiris trató de disuadirla con halagos, promesas y caricias; los servidores le suplicaron con lágrimas en los ojos, sus amigos y vecinos discutieron largamente con ella, las autoridades civiles intervinieron y los magistrados profirieron terribles amenazas. Se recurrió, en fin, a todos los medios posibles para que la joven actuase razonablemente, pero Tecla, fortalecida por la gracia del Todopoderoso, resistió con entereza todos los embates.


Entonces Tamiris, el prometido desdeñado, quiso vengarse y denunció ante los tribunales las actividades de San Pablo, que recibió el castigo de los azotes y fue expulsado de la ciudad, bajo la acusación de inducir a las doncellas a renunciar al matrimonio y apartar a las casadas de sus maridos. En cuanto a Tecla, se le condenó a morir en la hoguera por su obstinación y, cuando comenzaban a ascender las llamas para consumir el cuerpo de la virgen, estalló una tempestad furibunda que apagó el fuego, hizo huir a todos a la carrera y permitió que Tecla escapara para reunirse con San Pablo en Antioquía. Hallábase la doncella en dicha ciudad cuando el siriarca Alejandro la vio transitar por las calles y, presa del deseo, trató de raptarla. La doncella comenzó a luchar a brazo partido con el reyezuelo para desasirse y, en el forcejeo, le desgarró el manto, le echó por tierra la corona y a él mismo lo derribó. El siriarca, enfurecido al verse en posición tan ridícula, como blanco de las risas del pueblo, se fue a exigir al gobernador de Antioquía que castigase severamente a la insolente joven. Tecla compareció ante el gobernador, quien la condenó a ser devorada por las fieras. Durante algún tiempo, estuvo bajo vigilancia en el palacio de cierta reina Trifaena (personaje histórico), cuya hija, antes de morir, le había revelado su presentimiento de adoptar a Tecla, en razón de que era una mujer virtuosa que oraba por la salvación de la hija de la reina, "a fin de que su alma morase en la casa de los justos."


Cuando llegó la fecha de la ejecución, Tecla fue sacada del palacio y expuesta a las fieras en el anfiteatro, pero los leones, en vez de atacarla, se echaron a sus pies y se los lamieron mansamente, como si quisieran besarlos. Los cuidadores de las bestias optaron por retirar a los leones y sacar otros animales más feroces. Mientras se practicaba el cambio, Tecla fue conducida ante un estanque donde había lobos marinos. Cuando los verdugos la despojaban de sus vestiduras para arrojarla a las aguas, la doncella recordó que aún no había sido bautizada y entonces se arrojó al foso al tiempo que decía: "En nombre de Jesucristo, yo me bautizo en mi última hora." Los lobos marinos murieron como fulminados por un rayo y, cuando Tecla salió del foso, aparecía en torno a ella un halo de fuego y humo que ocultaba su desnudez a los ojos del público e impedía que se le acercaran las fieras. El siriarca Alejandro sugirió entonces que se echaran a la arena los toros bravos para que lucharan entre sí con la víctima atada a los cuernos de una de las fieras. "Se hará lo que pides pero será inútil", dijo con aire fatalista el gobernador y dio la orden. Cuando los toros se precipitaron uno contra otro, enfurecidos, las cuerdas que ataban a Tecla se rompieron y la joven cayó al suelo sin sufrir daño alguno, mientras los toros luchaban entre sí, sin ocuparse de ella. En aquel momento, la reina Trifaena se desmayó y el gobernador ordenó que se suspendiesen los juegos en la arena, en consideración a las fuertes emociones de Trifena, que era pariente del César. [Trifena era prima segunda del emperador Calígula.] Así, entre los aplausos de la multitud, Tecla quedó en libertad. Vestida con ropas de hombre, huyó de Antioquía para reunirse con San Pablo en la ciudad de Myra, en Licia.


El apóstol le dio instrucciones para que enseñara la palabra de Dios y así lo hizo la muchacha, que partió a Iconio para convertir al cristianismo a su madre y otros miembros de la familia. Después, se retiró a vivir en la soledad de una cueva, en la región de Seleucia, donde permaneció durante setenta y dos años. La fama de los milagros que obraba en su reclusión, llegó a oídos de los médicos griegos de las ciudades vecinas, quienes hicieron investigaciones sobre las maravillosas curaciones y llegaron a la conclusión de que aquella Tecla era una virgen al servicio de la diosa Artemisa y, como tal, tenía poderes divinos para devolver la salud a los enfermos y lisiados. Los médicos sintieron celos ante aquella competencia y decidieron pagar a varios jovenzuelos para que se llegaran hasta la cueva y mataran (o violentaran, según dicen otras versiones) a Tecla. Cuando los jóvenes se presentaron para atacarla, ella estaba arrodillada, en oración y, antes de que alguno pudiese tocarla, la roca se abrió para darle refugio, puesto que así llegó a los brazos de su Señor. Sin embargo, otro de los relatos dice que Tecla encontró, dentro de la roca abierta, un pasadizo por el que logró escapar de sus perseguidores y, una vez libre, se dirigió a Roma en busca de San Pablo, que ya para entonces había sido decapitado. Y, "tras de permanecer en Roma una breve temporada, descansó en el sueño glorioso de la muerte." Fue sepultada a unos dos o tres estadios de distancia de la tumba de su maestro, San Pablo.


Algunas tradiciones cuentan que, cuando sus enemigos enviaron soldados para aprehenderla, el suelo se vino abajo y lo único que quedó al descubierto fue un brazo, que fue recogido por sus seguidores y conservado en Armenia. En el siglo XIV esta reliquia habría llegado a Tarragona (Cataluña, España), donde se le conserva en la catedral consagrada a su culto. Así, Santa Tecla se convirtió en la santa patrona de Tarragona.


LECTURAS


2 Tim 3,10-15: Hijo Timoteo, tú, en cambio, me has seguido en la doctrina, la conducta, los propósitos, la fe, la magnanimidad, el amor, la paciencia, las persecuciones y los padecimientos, como aquellos que me sobrevinieron en Antioquía, Iconio y Listra. ¡Qué persecuciones soporté! Y de todas me libró el Señor. Por otra parte, todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús serán perseguidos. Pero los malvados y embaucadores irán de mal en peor, engañando a los demás y engañándose ellos mismos. Tú, en cambio, permanece en lo que aprendiste y creíste, consciente de quiénes lo aprendiste, y que desde niño conoces las Sagradas Escrituras: ellas pueden darte la sabiduría que conduce a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús.


Mt 25,1-13: Dijo el Señor esta parábola: «Se parecerá el reino de los cielos a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran prudentes. Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite; en cambio, las prudentes se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: “¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!”. Entonces se despertaron todas aquellas vírgenes y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: “Dadnos de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas”. Pero las prudentes contestaron: “Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis”. Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras vírgenes, diciendo: “Señor, señor, ábrenos”. Pero él respondió: “En verdad os digo que no os conozco”. Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora».



Fuente: eltestigofiel.org / primeroscristianos.org / catholic.net / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española