26/09 - La Dormición de San Juan el Evangelista y Teólogo


Juan es definido en su Evangelio como el discípulo a quien Jesús amaba (cf. Jn 13,23). Gracias a los signos especiales de predilección que Jesús le manifestó en momentos muy significativos de su vida, Juan fue estrechamente ligado a la Historia de la salvación. El primer signo que le demostró el grande afecto de Jesús consistió en que fue llamado a ser su discípulo junto con Andrés, el hermano de Pedro, por medio de Juan el Bautista que bautizaba en el río Jordán y de quien ya eran discípulos. En efecto, cuando Jesús pasaba, el Bautista se lo presentó como "el Cordero de Dios" y de inmediato lo siguieron. Juan se quedó tan impresionado por su encuentro personal con Jesús que nunca olvidó que fue hacia las cuatro de la tarde que Jesús los invitó a seguirlo (cf. Jn 1,35-41). La segunda señal de predilección fue el haber sido un testigo directo de algunos hechos de la vida de Jesús, que luego él reelaboró en el cuarto evangelio, en un modo teológico muy distinto a los evangelios sinópticos (cf. Jn 21,24 ). Y el tercer momento en el cual Jesús mismo le hizo sentir su amistad y su hermandad tan particular fue cuando Jesús, a punto de entregar su espíritu (cf. Jn 19,30), lo quiso asociar de un modo privilegiado al misterio de la Encarnación, confiándolo expresamente a su madre: "aquí tienes a tu hijo"; y encargándole expresamente a su madre: "aquí tienes a tu madre". (cf. Jn 19,26-27).


Algunos datos históricos sobre la vida de Juan


Las fuentes de las que se han extraído los datos de la vida de Juan como apóstol, como evangelista y como "hijo adoptivo" de María, no siempre coinciden. De los evangelios sabemos que junto con su hermano Santiago -que también será un apóstol- los dos eran pescadores originarios de Galilea, de una zona del lago Tiberíades, y que juntos fueron apodados "los hijos del trueno" (cf. Mc 3,17). Su padre era Zebedeo y su madre Salomé. A Juan lo encontramos en el círculo estrecho de los apóstoles que acompañaron a Jesús cuando realizó algunas de las "señales" más importantes (cf. Jn 2,11) de su progresiva revelación como un tipo de Mesías muy distinto del que el pueblo de Israel se esperaba (Lc 9,54-55). En efecto, cuando Jesús resucitó a la hija de Jairo (cf. Lc 8,51), cuando se transfiguró en el Monte Tabor (cf. Lc 9,28 ), y durante la agonía en Getsemaní (cf. Mc 14,33), Jesús trataba de hacerles entender que debían transformar su mentalidad ligada a la esperanza en un Mesías violento, semejante a Elías pues, en cambio, él era el Hijo amado del Padre (cf. Lc 9,35), él era el Mesías venido del cielo para comunicar la vida divina en abundancia (cf. Jn 10,10), y que también iba a sufrir el rechazo y las injusticias de parte de los jefes religiosos de su pueblo (cf. Mt 16,21). En el evangelio de Juan, Jesús aparece como el Maestro que también intenta, inutilmente, hacer comprender a los judios la lógica paradójica del Reino de Dios (cf. Jn 8, 13-59). Los discípulos, por su parte, son invitados a nacer de nuevo (cf. Jn 3,1-21) para adorar al Padre en Espíritu y en Verdad (cf. Jn 4,23-24); Jesús ora por ellos para que permanezcan unidos por el Amor divino (cf. Jn 17,21) y para que sean alimentados por el Pan de la Vida (cf. Jn 6, 35).


Juan, testigo de Jesús crucificado y resucitado


Durante la Última Cena, Juan se había recostado sobre el pecho de Jesús y le había preguntado: Señor, ¿quién es el que te va a entregar? (cf. Jn 21,20). Juan fue el único de los apóstoles que acompañó a Jesús al pie de la Cruz con María (cf. Jn 19, 26-27). Juan fue el primero que creyó en el anuncio de la resurrección de Jesús hecho por María Magdalena (cf. Mt 28,8): corrió de prisa a la tumba vacía y dejó entrar primero a Pedro para respetar su precedencia (cf. Jn 20,1-8). La tradición añade que algunos años después se trasladó a Éfeso, desde donde evangelizó el Asia Menor. También parece que sufrió la persecución de Domiciano y que fue desterrado a la isla de Patmos. Finalmente, gracias al advenimiento de Nerva como emperador, (96-98) volverá a Éfeso para terminar allí sus días como ultracentenario, hacia el año 104.


"La flor de los Evangelios"


El Evangelio atribuido a Juan fue llamado así por Orígenes. También ha sido llamado el "Evangelio espiritual" o "Evangelio del Logos". Su estilo y su género literario está lleno de "señales", de símbolos y de figuras que no deben ser interpretados literalmente. En el prólogo de su evangelio, Juan usa un refinado lenguaje teológico para mostrar como al inicio de la Nueva creación, en el Nuevo principio ya preexistía el "Logos" divino; logos que significa la Palabra eterna creadora del Padre, que luego fue traducida al latín como "Verbum". En el prólogo del cuarto evangelio Jesús es presentado como la "Palabra divina", la "Luz de de la vida" y "la Sabiduría de Dios preexistente" (cf. Jn 1,1-18). Este evangelio invita a aceptar por medio de una fe llena de estupor y de agradecimiento, la sorprendente revelación que el Verbo de Dios, que nadie había visto, se hizo carne y ha puesto su morada en medio a su pueblo. (cf. Jn 1,14). Por ello, la palabra "creer" se repite casi 100 veces, pues Dios quiere que todos los hombres se salven (cf. 1Tim 2,4) y tengan vida abundante por la fe en Jesucristo, Dios hecho carne (cf. Jn 11,25).


La identidad de María y la relación filial de Juan hacia ella


El Evangelio de Juan también nos presenta en dos episodios muy emblemáticos la identidad de María y la especial relación de Juan como su "hijo adoptivo": en las bodas de Caná y en el Calvario. En la narración de la señal del agua transformada en el Vino nuevo durante las bodas de Caná, se nos muestra a María como la potente intercesora que anticipa la hora de la revelación de Jesús a su Pueblo (cf. Jn 2,1-12). En el Calvario, en el momento de la glorificación de Cristo, María es presentada como la Mujer que es transformada en la Nueva Eva o Madre de los discípulos de su Hijo (cf. Jn 19,25-27). Si se considera la estrecha relación filial de Juan con María, no es difícil imaginar que la revelación de la figura del Mesías en el evangelio de Juan se haya nutrido también del directo testimonio de María, pues ella mejor que nadie, en sus últimos años de soledad, recogió en su corazón y en sus recuerdos las "señales", los "signos" y las palabras de vida de Jesús. Es pensable pues que las experiencias únicas que ella conservaba en su memoria, las haya compartido luego a los discípulos de Jesús, y en particular a Juan. Por ello, se puede considerar que también María misma fue acogiendo e interpretando progresivamente en la fe, la revelación de que el Hijo de sus entrañas era a la vez el eterno Hijo del Padre, (cf. Jn 10,30), el único Pan de la vida (cf. Jn 6,34), la Luz del mundo (cf. Jn 8,12), la Puerta (cf. Jn 10,7), el Buen pastor (cf. Jn 10,11), la Resurrección y la vida (cf. Jn 11,24), la Vid verdadera (cf. Jn 15,1) y el Camino la Verdad y la Vida (cf. Jn 14,6).


Las tres Epístolas y el Apocalipsis


A la tradición de los discípulos de Juan se le atribuyen las tres "cartas", que tienen también un sabor de breves homilías. El Apocalipsis es un libro canónico, reconocido como inspirado que nació en los ambientes de las iglesias de tradición joánica que sufrían los ataques de las doctrinas gnósticas. Éste, que es el último libro de la Biblia, usa un género literario semejante al de algunos libros proféticos del Antiguo Testamento, como el libro de Daniel (cf. Dn 7), de Ezequiel o de Zacarías. La palabra apocalipsis es la transcripicón de un término griego que significa revelación y no destrucción, como a veces se piensa. Juan dirige siete cartas a las siete iglesias (cf. Ap 1-3) para transmitirnos por medio de personajes y de símbolos muy fascinantes, un mensaje muy concreto de esperanza en que el Cordero degollado (cf. Ap 5,12), o sea, Cristo Salvador triunfará sobre todas las persecuciones y las oposiciones de las fuerzas del mal al Reino de Dios y hará nuevas todas las cosas. Esto sucederá cuando Dios establecerá su Reino de justicia, de amor y de paz al final de los tiempos. En este libro se muestra, con numerosos y sugestivos símbolos, como los siete sellos (cf. Ap 6-8,1), las siete trompetas (cf. Ap 8.6-11,19), los siete ángeles con las siete copas (cf. Ap 15,5-16,21), el fatigoso camino y la lucha que los creyentes de todos los tiempos tienen que afrontar para que un día se realice la edificación de la Nueva Jerusalén (cf. Ap 21-22), hoy diríamos la Civilización del Amor, de la fraternidad y del cuidado de la vida, cuando Jesús, el Alfa y Omega (cf. Ap 22,13), regrese al final de los tiempos. En este sentido, el Apocalipsis es también un libro profético que interpreta la acción de Dios en la historia, asegurando que el Testigo fiel y veraz (cf. Ap 3,14), regresará pronto (cf. Ap 22,20) y vencerá definitivamente al mal, al dolor y a la muerte (cf. Ap 22,1-5).


LECTURAS


En Vísperas


1 Jn 3,21-24;4,1-6: Queridos, si el corazón no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios. Cuanto pidamos lo recibimos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio. Queridos míos: no os fieis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo. En esto podréis conocer el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios: es del Anticristo. El cual habéis oído que iba a venir; pues bien, ya está en el mundo. Vosotros, hijos míos, sois de Dios y lo habéis vencido. Pues el que está en vosotros es más que el que está en el mundo. Ellos son del mundo; por eso hablan según el mundo y el mundo los escucha. Nosotros somos de Dios. Quien conoce a Dios nos escucha, quien no es de Dios no nos escucha.


1 Jn 4,11-16: Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo para ser Salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.


1 Jn 4,20-21;5,1-5: Queridos, si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano. Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama al que da el ser ama también al que ha nacido de él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor de Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?


En Maitines


Jn 21,14-25: En aquel tiempo, Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos. Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis corderos». Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Él le dice: «Pastorea mis ovejas». Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez: «¿Me quieres?» y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras». Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme». Pedro, volviéndose, vio que les seguía el discípulo a quien Jesús amaba, el mismo que en la cena se había apoyado en su pecho y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?». Al verlo, Pedro dice a Jesús: «Señor, y este, ¿qué?». Jesús le contesta: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme». Entonces se empezó a correr entre los hermanos el rumor de que ese discípulo no moriría. Pero no le dijo Jesús que no moriría, sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?». Este es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito; y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. Muchas otras cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni el mundo entero podría contener los libros que habría que escribir. Amén.


En la Liturgia


1 Jn 4,12-19: Hermanos, a Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo para ser Salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del juicio, pues como él es, así somos nosotros en este mundo. No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor tiene que ver con el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Nosotros amemos a Dios, porque él nos amó primero.


Jn 19,25-27;21,24-25: En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio. Este es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito; y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. Muchas otras cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni el mundo entero podría contener los libros que habría que escribir.



Fuente: news.va / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española