Siendo el icono la representación visible de un mundo invisible, la vocación del iconógrafo es una vocación esencialmente espiritual.
El iconógrafo debe tener una visión transfigurada del mundo, debiendo tender a la contemplación de lo invisible. Pero este es un don del Espíritu Santo. Es imprescindible, por tanto, tener una visión de la Iglesia para adquirir este conocimiento. Sin vida de oración, sin una vida de Iglesia, sin una vida espiritual ni vida de ascesis, es decir, de conversión personal, el iconógrafo no podía hacer más que una copia técnica o una falsa iconografía. Este no es un arte que exprese una visión personal de Dios, del hombre o del mundo. No tiene por objetivo pintar temas religiosos interpretados de una manera personal, sino que debe hacer presente y visible la Iglesia entera a todos los hombres.
La manera de vivir, la vida espiritual y la inspiración técnica del iconógrafo están condicionadas por lo dicho precedentemente. Si el iconógrafo no quisiera desprenderse de la vida materialista, no podría cumplir su misión y expresaría algo materialista. Por consiguiente, su vida debe estar orientada en el sentido que lo hemos expresado arriba. Consagrará todo su tiempo a la iconografía, incluso si el tiempo de pintura en sí sea de sólo algunas horas. En la práctica, el tiempo de pintura varía según las personas y su género de vida. Pero, antes de comenzar a pintar, es necesario conocer el tema, su vida, sus características, hacer su boceto, pensar en los colores.
La pintura de iconos se aprende a través del conocimiento de la Tradición viva, observando pintar al maestro y luego ayudándolo en su tarea. Y, cuando el alumno mismo ha entrado en la Tradición, puede “volar con sus propias alas”.
La ejecución de los iconos varía según las escuelas y según cada pintor: un mismo tema no será pintado exactamente de la misma manera, según el iconógrafo sea ruso, griego, francés o de otra nacionalidad, siendo diferentes los rasgos de cada uno. Pero todos los iconos responden a los mismos cánones y a la misma inspiración. Como toda comunión en la Iglesia, la unión de los iconógrafos se efectúa menos a través de relaciones individuales, como conferencias o reuniones, que por el hecho de que están unidos por una misma fe, un mismo objetivo, una misma práctica, todo ello haciéndolos miembros. de un solo cuerpo.
En nuestra época, somos particularmente sensibles al hecho que un arte debe ser sernos propio. Pero no debemos buscar distinguirnos por medio del individualismo. No es pintando iconos de modo diferente a los iconos rusos o griegos como aparecerá una iconografía occidental, sino solamente si los iconógrafos occidentales siguen siendo ellos mismos como personas, aunque introduciéndose en la Tradición iconográfica. El iconógrafo occidental, en primer lugar, debe pintar según los modelos pertenecientes a las escuelas tradicionales y no es más que poco a poco que nacerá una iconografía occidental plenamente fiel a la Tradición. El tiempo es un factor indispensable para todo desarrollo, para toda evolución, y no podemos pretender sin perjuicio prescindir de él.
Hermana Mélanie
(Monasterio de la Transfiguración, Martel, Francia)
Fuente: Le Messager orthodoxe, número especial, “Vie de l’icône en Occident”, Nº 92, 1983
Traducción del francés Martín E. Peñalva