II Domingo de Lucas


Los colores del amor


El «amor», este vocablo, quizás el más común, es de suma flexibilidad en el uso a tal grado que permita a toda persona imaginar que lo practica; pero, en realidad el amor tiene varios aspectos y niveles.


El primer color de éste es el amor instintivo, como el que une a los miembros de una familia, a la madre con sus hijos y al marido con su mujer. Es una relación fuerte y sagrada que une a las personas poderosa y duraderamente, que se manifiesta en tristezas y alegrías. Sin embargo, parece que este nivel no es perfecto; he aquí que a menudo cautiva al amado. ¡Cuántas veces el cariño instintivo de la madre ha destruido el futuro de su hijo! Otras veces las relaciones son corrompidas por los intereses: dinero que divide a los hermanos y objetos insignificantes que causan rompimiento en la misma familia. Es entonces un afecto que necesita siempre de purificación y de santificación.


El segundo color es del amor social, que surge de las relaciones en la escuela, trabajo, compañía, actividades... aquí, suele ser más espontáneo y efímero que cambia según las circunstancias de la vida, y es golpeado por el egoísmo, intereses y diferencias.


Ambos géneros, el instintivo y el social, a pesar de su dulzura, son rompibles, porque en ellos el hombre pide satisfacer su necesidad y su deseo. De dichos sentimientos dijo el Señor en la lectura evangélica de hoy: «Si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente.» Y del amor instintivo también dice: «Si aman a los que los aman, ¿qué mérito tienen? Pues también los pecadores aman a los que los aman.»


El amor perfecto es el espiritual, que es construido cristianamente y hace al hombre clemente como «su Padre celestial»; que no negocia ni espera recompensa. Y su criterio más meticuloso es el «amor a los enemigos», que la tendencia natural no conoce y las reglas sociales no exigen; éste no está sujeto a las perturbaciones del instinto ni a los cambios de las circunstancias.


El amor espiritual es el fin de los demás colores. La divina palabra, la santidad de vida y el anhelo de Dios transforman los primeros dos colores en la verdadera luz del perfecto amor. ¡Qué hermoso es el amor instintivo de la madre cuando es purificado en el Espíritu! ¡Qué buenos son los afectos sociales cuando construyen relaciones espirituales!


El amor es el misterio de la misericordia que convierte al hombre instintivo y al ser humano social en una persona compasiva como «su Padre celestial».


La ley de oro


Este mandamiento llamado la «Ley de oro» nos presenta un resumen de la moralidad cristiana.


En los códigos sociales, quizás escuchemos la misma regla mas con un aspecto negativo: «todo lo que no te guste que la gente te haga, no lo hagas con ellos.» Este rostro negativo traza nítidamente la frontera entre el yo y el prójimo: las maldades que no quiero recibir de los demás, que no las haga, y mi libertad termina allá donde comienza la libertad del vecino. Con base en esta regla se organizan todas las ciencias sociales contemporáneas. Es el principio que controla y regulariza una convivencia sin problemas.


Pero si observamos con atención las dos formas de decirlo, negativa y positiva, encontramos mucha diferencia: la ley en su forma positiva, como Cristo la manda –«lo que quieran que hagan los hombres a ustedes, háganlo ustedes igualmente»– no traza líneas de separación, más bien, recalca los puntos comunes de contacto. En la perspectiva cristiana: la vida en sociedad no es una vida individual basada principalmente en el respeto a los demás, sino una vida comunitaria cuyo pilar es el amor al prójimo. Entonces mi libertad no termina allá donde empieza la del otro, sino más bien empieza cuando principia el descanso, el interés y el bien del hermano. Se requiere no solamente de convivencia en el respeto, sino relación viva en el amor. El amor no tiene límites: aprovecha toda oportunidad para tomar la iniciativa sin espera, dar sin buscar nada a cambio. Cuando el cristiano quiere realizarse no será por medio del encerramiento lejos de los demás buscando proteger su propia vida, sino «quien pierda su vida por Mí y por el Evangelio, la salvará» (Mc 8:35); y «mayor felicidad hay en dar que en recibir» (Hch 20:35).


El amor que esperamos del prójimo démoselo primero.


LECTURAS


2 Cor 6,16-18;7,1: Hermanos, ¿qué acuerdo puede haber entre el templo de Dios y los ídolos? Pues nosotros somos templo del Dios vivo; así lo dijo él: Habitaré entre ellos y caminaré con ellos; seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Por eso, salid de en medio de ellos y apartaos, dice el Señor. No toquéis lo impuro, y yo os acogeré. Y seré para vosotros un padre, y vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor omnipotente. Teniendo, pues, estas promesas, queridos, purifiquémonos de toda impureza de la carne o del espíritu, para ir completando nuestra santificación en el temor de Dios.


Lc 6,31-36: Dijo el Señor: «Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo. Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso».



Fuente: iglesiaortodoxa.org.mx / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española