XIII Domingo de Mateo


La parábola de los viñadores homicidas formó parte del discurso duro de Jesús después de su entrada a Jerusalén, discurso en el cual reprendió a los judíos, y en especial a sus prelados, por la dureza de su corazón. Sin embargo, la analogía de la parábola con el relato bíblico de la creación, nos permite hacer una lectura ontológica de la misma sin alejarnos de la sólida interpretación.


«Era un propietario que plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar y edificó una torre.» Dios hizo la creación perfecta, con mucho cuidado, orden y belleza, y le encargó al hombre, su creatura óptima, cuidarla «la arrendó a unos la- bradores y se ausentó.». Su ausencia no es sino la libertad que Dios otorga amorosamente al hombre para escoger su modo de vivir.


«Cuando llegó el tiempo de los frutos, envió a sus servidores a los labradores para recibir sus frutos» ¿Qué son los frutos que hay que entregar? Es la gratitud. El hombre en el paraíso vivía un estado eucarístico. Todo lo que disfrutaba lo devolvía a Dios en acción de gracias. La creación formó un gesto del amor de Dios, pero también de la gratitud del hombre: una comunión per- petua. Sin embargo, la misma libertad del hombre le permitió rechazar la presencia de Dios: «Ya no quiero que estés presente. La viña es mía. No quiero la presencia de Dios aquí, está el hombre nada más.»


A este estado que el hombre escogió las Santas Escrituras lo llaman «caída». Pero la decisión libre del hombre no anula la voluntad de Dios de que «todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad», por lo que Él no cesa de intervenir para recordar al hombre su Presencia y su amor; intervención por medio de sus profetas, por las religiones diversas y las filosofías sinceras, a pesar de sus desvíos y fallos: todos ellos no dejan de formar mensajerías que Dios utiliza para advertirle al hombre su Presencia.


Después del asesinato de San Juan el Bautista, Herodes siguió gobernando durante cierto tiempo. Poncio Pilato, gobernador de Judea, más tarde le envió a Jesucristo a él, de quien se burló. (Lucas 23:7-12). El juicio de Dios vino sobre Herodes, Herodías y Salomé incluso durante su vida terrenal. Según la tradición, Salomé, cruzando el río Sicoris en el invierno, cayó en el hielo. El hielo cedió de tal manera que su cuerpo estaba en el agua, pero su cabeza estaba atrapada por encima del hielo. Era similar a la forma en que una vez ella había bailado con los pies en el suelo, pero ahora ella se sacudía desesperadamente en el agua helada. Así estuvo atrapada hasta ese momento en que el hielo agudo cortó a través de su cuello. No encontraron su cadáver, pero trajeron la cabeza a Herodes y a Herodías, como una vez se les había llevado la cabeza de San Juan el Bautista. El rey árabe Aretas, en venganza por la falta de respeto a su hija, hizo la guerra contra Herodes. El derrotado Herodes sufrió la ira del emperador romano Cayo Calígua (37-41) y fue exiliado con Herodías primero a Galia, y luego a España.


LECTURAS


1 Cor 16,13-24: Hermanos, vigilad, manteneos firmes en la fe, sed valientes y valerosos. Que todo lo vuestro se haga con amor. Un último ruego, hermanos: sabéis que la casa de Estéfanas es primicia de Acaya y que se pusieron al servicio de los santos. Someteos también vosotros a gente como esta y a cualquiera que coopere en sus esfuerzos. Me alegro de la llegada de Estéfanas, Fortunato y Acaico, pues han suplido vuestra falta; es decir, han tranquilizado mi espíritu y el vuestro. Así pues, manifestad vuestro reconocimiento a personas como estas. Os saludan las iglesias de Asia. Muchos saludos, en el Señor, de Áquila y Prisca, y de la iglesia que se reúne en su casa. Os saludan todos los hermanos. Saludaos mutuamente con el beso santo. El saludo lo he escrito yo mismo, Pablo. Si alguien no ama al Señor, sea anatema. Maranatá. La gracia del Señor Jesús con vosotros. Mi amor, con todos vosotros en Cristo Jesús. Amén.


Mt 21,33-42: Dijo el Señor esta parábola: «Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos. Llegado el tiempo de los frutos, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: “Tendrán respeto a mi hijo”. Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron: “Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia”. Y agarrándolo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?». Le contestan: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo». Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en la Escritura: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”?».



Fuente: iglesiaortodoxaserbiasca.org / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española