“Amarás al Señor Dios tuyo de todo corazón, y con toda tu alma, y con todo tu pensamiento." Este es el primero y gran mandamiento. Y el segundo es semejante a éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." "De estos dos mandamientos depende toda la Ley y los Profetas" (Mt 22,36-40).
En estos mandamientos vemos que no hay un mandamiento que ordene el amor del hombre para consigo mismo. No había necesidad de establecer un mandamiento separado para un fenómeno perfectamente natural que oriente la vida de todo individuo: "Nunca nadie aborreció (Odió) a su propia carne, antes la alimenta y sustenta..." (Epístola de San Pablo a los Efesios, cap. 5:5-29). La forma en que debemos amar a Dios, al prójimo y a nosotros mismos se manifiesta de tres maneras: 1) Debemos amar a Dios sobre todas las cosas y por razón de ser El una verdad inconfundible: nuestro Dios; 2) debemos amar al prójimo por nuestro amor a Dios; 3) debemos amarnos a nosotros mismos por amor a Dios y al prójimo. Debemos aún sacrificar el amor a nosotros mismos en pro del amor a Dios y al prójimo. De igual manera el amor al prójimo debe ser sacrificado en pro del amor a Dios. "Nadie tiene mayor amor que éste: el de dar alguien su vida por sus amigos" (San Juan 15:13). "Quien ama al Padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí: y quien ama al hijo o a la hija más que a mí, no es digno de mí" (S. Mateo 10).
Amar a Dios por razón de constituir una verdad inconfundible ser El nuestro Dios significa que debemos amar a Dios porque El es infinitamente perfecto, y por esta razón merece el amor perfecto y total. "Amar a Dios sobre todas las cosas," significa que debemos amarlo más que todo lo de este mundo, y estar preparados a sacrificar nuestro mayor tesoro, tanto material como espiritual, si ello fuere necesario para dar prueba de este nuestro amor. Es preferible desistir de todo lo que poseemos a perder el amor y la benevolencia de Dios. Para conseguir en nuestros corazones un amor verdadero y profundo a nuestro Dios debemos: 1) Meditar sobre el amor manifestado por el Creador en el acto de la creación del hombre; 2) Meditar sobre el amor demostrado por Dios, que después de infligir el justo castigo a los hombres que pecaron, sacrificó a su Hijo Unigénito a fin de salvarlos de la eterna condenación; 3) Pensar sobre las infinitas y celestiales gracias que Dios proporcionó a los hombres por el supremo sacrificio del Hijo de Dios; 4) Pensar sobre el supremo altruismo del amor divino, pues Dios nos da todo sin recibir nada en retribución de su magnanimidad.
Nuestros prójimos son todos los seres humanos sin ninguna excepción. Amigo o enemigo; cristiano o pagano; ortodoxo o hereje; hombres de todas las razas, religiones o credos políticos, todos ellos son criaturas humanas y como tales deben ser considerados nuestro prójimo. Es evidente que nuestros hermanos en la fe son más queridos a nuestros corazones, lo que es bien natural, visto que son los mismos hijos del único Padre celestial por la fe en Nuestro Señor y Salvador Jesús Cristo. El amor al prójimo por nuestro amor a Dios quiere decir que debemos amar al prójimo en razón de que Dios lo considera igualmente digno de su supremo amor y el haberlo llamado a tomar parte en su eterna felicidad en los cielos. Debemos amar al prójimo como a nosotros mismos, es la regla de la caridad.
LECTURAS
2 Cor 4,6-15: Hermanos, el Dios que dijo: «Brille la luz del seno de las tinieblas» ha brillado en nuestros corazones, para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo. Pero llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros. Atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, mas no aniquilados, llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Pues, mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De este modo, la muerte actúa en nosotros, y la vida en vosotros. Pero teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: Creí, por eso hablé, también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos presentará con vosotros ante él. Pues todo esto es para vuestro bien, a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios.
Mt 22,35-46: En aquel tiempo, un doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?». Él le dijo: «“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas». Estando reunidos los fariseos, les propuso Jesús una cuestión: «¿Qué pensáis acerca del Mesías? ¿De quién es hijo?». Le respondieron: «De David». Él les dijo: «¿Cómo entonces David, movido por el Espíritu, lo llama Señor diciendo: “Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha y haré de tus enemigos estrado de tus pies”? Si David lo llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo?». Y ninguno pudo responderle nada ni se atrevió nadie en adelante a plantearle más cuestiones.
Fuente: iglesiaortodoxaserbiasca.org / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española