14/10 - Nazario, Gervasio, Protasio y Celso de Milán


Entre las Vidas de los Santos que nos han llegado desde los albores del cristianismo, tenemos la fortuna de contar con la historia de los cuatro mártires Nazario, Gervasio, Protasio y Celso.


San Nazario nació en Roma. Su padre, llamado Africano, era judío, y su madre, Perpetua, era una cristiana que había sido bautizada por el apóstol Pedro. Sin duda, gracias a sus oraciones, Nazario al llegar a la mayoría de edad optó por abrazar la fe cristiana; fue bautizado por San Lino, quien sucedió al Apóstol Pedro como Obispo de Roma.


Nazario se mostró deseoso no sólo de su propia salvación sino también de la de los demás. Fue muy generoso dando limosnas, y al salir de Roma para Milán, entregó sus posesiones a los pobres y usó su herencia para aliviar la suerte de los cristianos que sufrían en prisión como resultado de las persecuciones de Nerón. Entre los que se beneficiaron de las conversaciones devotas de Nazario y de la ayuda material estaban los hermanos gemelos Gervasio y Protasio, que anhelaban la corona del martirio. Nazario sintió tal amor por estos esforzados creyentes que lamentó tener que separarse de ellos y hubiera preferido morir en su lugar.


El gobernador regional, Anulino, supo pronto de las actividades de Nazario entre los prisioneros y ordenó que fuera llevado a juicio. Al descubrir que Nazario era romano de nacimiento, Anulino intentó persuadirlo para que respetara los ídolos de sus antepasados que los romanos desde la antigüedad habían honrado con sacrificios y reverencia. Nazario se atrevió a reprochar al gobernador y a ridiculizar a la religión pagana, con lo cual el gobernador ordenó que lo castigaran golpeándolo en la boca. Cuando Nazario insistió en confesar al Único Dios Verdadero, fue golpeado aún más y expulsado de la ciudad como deshonra. San Nazario se sintió afligido por la separación de sus amigos Gervasio y Protasio, pero se regocijó de haber sido encontrado digno de sufrir por Cristo y encontró consuelo en Sus palabras: "Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo."(Mat. 5:11).


La noche siguiente, su madre se le apareció en un sueño y le dijo que fuera a la Galia y que trabajara allí para difundir el Evangelio. Nazario viajó de buena gana hacia el oeste, predicando a Cristo e iluminando a muchos con el conocimiento del Dios verdadero.


En la ciudad de Melia recibió de manos de cierta mujer noble y creyente a un niño de tres años llamado Celso. Nazario lo bautizó y lo educó en la piedad. Sus esfuerzos se vieron coronados por el éxito, ya que, cuando el niño creció, trabajó junto a su preceptor para predicar el Evangelio. Su celo mutuo los convirtió en un objetivo vulnerable. En Tréveris fueron capturados por adoradores de ídolos y llevados ante el propio Nerón, quien probó todo tipo de torturas antes de finalmente arrojarlos al mar para que se ahogaran. Pero el Dios Todopoderoso se complació en mostrar favor hacia sus amados confesores, y los hizo caminar sobre el agua como si fuese tierra plana. Al ver este milagro, los siervos del Emperador creyeron que Cristo era el verdadero Dios y fueron bautizados por San Nazario. No regresaron a la corte de Nerón, sino que comenzaron a servir a su nuevo Señor y Maestro, Jesucristo.


San Nazario regresó con su discípulo a Milán, donde reanudó su predicación del Evangelio. Por esta razón, fue llevado nuevamente ante el gobernador Anulino, quien, al enterarse de que Nazario había estado en manos de Nerón, se maravilló de que todavía estuviera entre los vivos, porque conocía la crueldad tiránica de Nerón. En vano, el gobernador intentó forzar a Nazario y Celso a adorar a los dioses paganos. Fueron encarcelados, y allí se alegraron muchísimo al encontrarse en compañía de Gervasio y Protasio. Sin embargo, con el tiempo, Nerón se enteró del milagroso escape de Nazario y Celso de las fauces de la muerte; enfurecido, envió un decreto a Anulino ordenando su ejecución inmediata, y las cabezas de estos dos mártires fueron cortadas a espada.


Un cristiano que vivía en los alrededores de la ciudad obtuvo secretamente sus sagrados restos y los llevó a su hogar. A su llegada, su hija enferma se levantó de la cama como si nunca hubiera estado enferma. La familia se regocijó con este milagro y sepultó con reverencia los cuerpos de los mártires, creándoles una tumba con honores en su jardín.


Poco después de la decapitación de Nazario y Celso, llegó a la ciudad de Milán el líder militar Astasio, que estaba ansioso por obtener una victoria en la guerra contra Moravia en el norte. Los sacerdotes paganos sugirieron que, para ganarse el favor de los dioses, Astasio debería forzar a Gervasio y a Protasio a ofrecer sacrificios a los ídolos. Gervasio murió bajo las palizas, y Protasio fue finalmente decapitado. Y así se unieron a sus amados amigos Nazario y Celso en el coro de los mártires. Un cristiano llamado Felipe tomó los cuerpos de los mártires y los enterró en su casa.


Las reliquias de los cuatro mártires yacieron escondidas en la tierra hasta que fueron descubiertas a fines del siglo IV por San Ambrosio de Milán. El descubrimiento de las reliquias de San Nazario es descrito por el presbítero Paulino en su “Vida de San Ambrosio”: “Vimos en la tumba ... sangre como si acabara de salir del cuerpo. La cabeza con pelo y la barba estaba tan bien conservada que era como si acabara de colocarse en la tumba. La cara estaba radiante... ". Las reliquias del mártir Celso se encontraron cerca y los restos de ambos mártires fueron trasladados solemnemente a la Catedral de los Santos Apóstoles en Milán.


El mismo San Ambrosio describe la visión que le llevó al descubrimiento de las reliquias de los santos mártires Gervasio y Protasio. Una noche, durante un tiempo de oración y ayuno, San Ambrosio, junto con otros cristianos, pasaron toda la noche rezando y cantando salmos y alabanzas a Dios y a los santos mártires. Después Ambrosio cayó en un estado que, según él, "aunque quería dormir, no dormía, no sentía nada. Luego vi a dos jóvenes vestidos de blanco, levantando sus manos hacia arriba y orando. Dominado por la somnolencia, no podía hablar con ellos, y cuando me recobré, ya no eran visibles". Sin saber si esto era una revelación de Dios o un engaño enviado por el diablo, San Ambrosio intensificó su ayuno y le rogó a Dios que se lo explicara. Una segunda noche los jóvenes se le aparecieron como antes. La tercera noche volvieron a aparecérsele junto con un hombre que se parecía al Apóstol Pablo, tal como lo representan sus iconos. Señalando a los jóvenes, le dijo a San Ambrosio: "Estos son aquellos que, al escuchar mis palabras, despreciaron al mundo y sus riquezas, y siguieron a nuestro Señor Jesucristo... Sus cuerpos yacen tendidos en una tumba debajo del mismísimo lugar donde estás parado y orando. Sácalos de la tierra y construye una iglesia en su honor". Convocando a sus hermanos obispos, San Ambrosio les relató su visión y comenzaron a excavar. Encontraron los cuerpos de los mártires, que despedían una fragancia maravillosa. En la tumba cerca de sus cabezas había un pequeño libro escrito por el siervo de Dios Felipe, quien había preservado para la posteridad los nombres de estos mártires y ciertos detalles de su vida. 


Sus padres, Vitalio y Valeria, murieron como confesores de la Fe. Los gemelos huérfanos habían vendido sus pertenencias, liberado a sus siervos y durante diez años se habían entregado sin reservas a la oración, al ayuno y a la lectura espiritual. En el undécimo año fueron encarcelados por Anulino y sufrieron la muerte de sus cuerpos por la vida eterna con Jesucristo.


Cuando sus reliquias sagradas fueron sacadas de la tierra, enfermos comenzaron a recibir sanación, demonios fueron expulsados de personas y ciegos recibieron la vista. Entonces, el santo Ambrosio recordó que en la ciudad había un ciego conocido con el nombre de Severgno; le trajo al lugar y, tan pronto como tocó el borde de la ropa de los santos cuerpos de los mártires, la oscuridad de sus ojos se dispersó y vio la luz del día. [Este milagro en particular es mencionado también por San Agustín en su libro “La Ciudad de Dios”].


LECTURAS


Ef 6,10-17: Hermanos, buscad vuestra fuerza en el Señor y en su invencible poder. Poneos las armas de Dios, para poder afrontar las asechanzas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire. Por eso, tomad las armas de Dios para poder resistir en el día malo y manteneros firmes después de haber superado todas las pruebas. Estad firmes; ceñid la cintura con la verdad, y revestid la coraza de la justicia; calzad los pies con la prontitud para el evangelio de la paz. Embrazad el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del maligno. Poneos el casco de la salvación y empuñad la espada del Espíritu que es la palabra de Dios.



Fuente: laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

Adaptación propia